Cuando faltan poco más de cuarenta días para la elección presidencial en Estados Unidos, todo se ha reducido a algunos estados (entre doce y siete, dependiendo de la encuestadora) que harán la diferencia. Aunque en los sondeos más generales, Barack Obama ha mantenido –con sus vaivenes– una ventaja de entre dos y cuatro puntos, cuando se observa la elección a detalle, el panorama para el favorito es más incierto. Al día de hoy, el partido demócrata parece tener “asegurados” 200 votos electorales –contra 189 de los republicanos– de los 270 necesarios para ganar la presidencia de acuerdo con el sistema electoral estadounidense. Eso deja en el aire 149 votos que corresponden a ese puñado de estados en los que la distancia entre los candidatos es menor a los cuatro puntos porcentuales.
Como siempre supusimos, el suroeste estadounidense será fundamental. Ahí, los candidatos mantienen una férrea batalla por imponerse en Nevada, Colorado, y Nuevo México, tres estados que, juntos, suman 19 votos electorales. De acuerdo con el estratega Mark Penn –quien tiró por la borda la campaña de Hillary Clinton, pero es un experto en el estudio del mapa electoral– John McCain no puede darse el lujo de perder Nevada mientras que Obama necesita Nuevo México y Colorado si ha de perder Ohio, como parece que ocurrirá. En los tres estados, el voto a conquistar es el hispano (y, en Nevada, el sindical). McCain probablemente tratará de usar su propio pasado como paladín de los derechos de los migrantes y el carisma de Sarah Palin –en una región de valores sorprendentemente conservadores- como sus dos herramientas para acercarse a los hispanos. Si lo logra, habrá ganado parte de la batalla.
El otro grupo de estados fundamentales está en el norte y noreste del país. Ahí, Ohio, Pensilvania, Nueva Hampshire -y, más al sur, Virginia- serán, también, claves en la elección. Sobre todo en los dos primeros, el triunfo está en la clase obrera. En ese terreno, Obama necesita enfatizar los evidentes problemas económicos que enfrenta Estados Unidos y enfatizar las credenciales de Joe Biden como defensor de los que menos tienen, mientras que McCain debe tratar de alejar del escenario la realidad cotidiana de miles de personas para invitarlas a concentrar su atención en la seguridad nacional y, sí, en la señora Palin, la mama-WalMart por excelencia. McCain sabe que si pierde Ohio y Pennsylvania, la elección se habrá terminado.
La gran incógnita –y, para muchos, el estado definitivo en la elección del 2008– es Nueva Hampshire. Aunque cuenta con sólo cuatro votos electorales, el pequeño estado del noreste puede decidir, con su carácter impredecible, quién será el próximo presidente de Estados Unidos. McCain –o al menos el McCain heterodoxo e independiente- es muy popular en Nueva Hampshire. Obama tendrá que convencer a los votantes del estado que él, y no su rival, representa la verdadera apuesta por el cambio. Si lo consigue, ganará.
Esa es, pues, la radiografía precisa de la elección. Para desgracia de Obama, sin embargo, existe todavía un factor que podría, en un escenario aterrador, poner todos los cálculos de cabeza el 4 de noviembre. Como he comentado en otras ocasiones, la candidatura de Barack Obama podría sucumbir de última hora ante un enemigo difícil de calcular pero dolorosamente vigente: el racismo de los votantes blancos –e hispanos, dirían algunos– en Estados Unidos. No es casualidad, por ejemplo, que Obama haya triunfado con claridad en los estados que votaron, durante las primarias, mediante el sistema de “Caucus”, o asambleas ciudadanas: aceptar que uno es racista rodeado de vecinos no es lo mismo que hacerlo en la intimidad de la caseta de votación. Ahora, un estudio publicado por AP-Yahoo News ha descubierto que una tercera parte de los votantes blancos demócratas están de acuerdo con al menos un adjetivo que define de manera negativa a la raza negra. El sondeo, conducido con el apoyo de la universidad de Stanford, pone de manifiesto un secreto a voces de la campaña por la presidencia: el porcentaje de votantes que podría dar la espalda a Obama por motivos raciales podría ser mayor a la diferencia que separa a los candidatos ahora. Para decirlo en otras palabras: Estados Unidos podría despertar el cinco de noviembre, en pleno siglo XXI, con la noticia de que el primer candidato negro a la presidencia del país, favorito en las encuestas hasta antes de la votación, ha perdido porque el país no logró superar el racismo que ha marcado, de manera vergonzosa, buena parte de su historia. Si la encuesta de AP-Yahoo se transforma en votos dentro de mes y medio, la derrota no será sólo para Barack Obama.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.