Una cartelera en Chicago ha causado una polémica inédita. El anuncio, pagado por un astuto despacho de abogados, incita a los transeúntes a divorciarse. Junto a sendas fotos de un hombre de grandes pectorales y una mujer exuberante ataviada con lencería negra, el anuncio invita: “La vida es breve. Divórciate”.
De acuerdo con el New York Times, “el anuncio, patrocinado por Corri Fetman, abogada local, tiene como objetivo recordarle a los cónyuges infelices o aburridos que tienen otras opciones, algunas muy atractivas”. ¡Escándalo!, gritan los defensores del santo vínculo matrimonial. ¡Bravo!, grito yo desde mi desordenado escritorio en Coyoacán.
Nunca olvidaré aquel chiste que, antes de mi propia boda, me contó un tío: “Imagínate una alberca helada llena de amigos que te dicen ‘aviéntate, está calientita’: así es el matrimonio”. Al principio, preferí no hacerle caso. No, estar casado no era estar “cazado”. No, aquello no era principio del fin. Por eso, fui y me casé. Pero mi romanticismo filo-marital estaba equivocado. Eso del matrimonio es para los valientes y yo asumo mi cobardía. El divorcio, en cambio, es cosa fácil. Lo mismo que la anulación matrimonial, que sólo requiere un estómago estable y mucha paciencia (el derecho canónico es cosa muy seria).
Me alivia saber, además, que no estoy solo en mi escepticismo nupcial: en el 2002, en el Distrito Federal, uno de cada ocho matrimonios terminaba en divorcio (los otros siete terminaban en obesidad frente al televisor). En el norte del país, donde la gente está mejor nutrida y es más impaciente, el promedio es uno de cada cinco. Por lo pronto, la abogada Fetman dice haber recibido más de mil correos electrónicos: “algunos me dicen que hago la labor del diablo”, le confesó al Times. Un diablo muy compasivo, creo yo.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.