No a Indiana Jones

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Si me concedieran tres deseos cinematográficos, sé qué pediría. Primero (y menos importante), pediría que Peter Jackson dejara los malentendidos atrás y se propusiera, desde mañana, filmar The Hobbit. Segundo, pediría que Terry Gilliam dirigiera Harry Potter de una vez y, finalmente (y más importante), pediría que la producción de la cuarta entrega de Indiana Jones se cancelara. Estoy tan seguro de que será un fiasco, que prefiero quedarme con el recuerdo intacto de la trilogía original.

Hay varios motivos que me hacen dudar de la calidad de la nueva aventura del profesor Henry Jones y ninguno tiene que ver con la edad de Harrison Ford. Cierto: la época de oro de Ford pasó hace mucho tiempo. Atrás quedaron Blade Runner, Witness y The Mosquito Coast. Durante años nos ha dado bodrio tras bodrio y verlo correr (o intentar hacerlo) en sus nuevas películas nos llena de una sensación que no se aleja tanto del ver a nuestro propio padre, antes atlético, subir las escaleras, jadeando (hubo, sin duda, un momento donde no fue así). No dudo de sus capacidades histriónicas y tampoco creo que sus arrugas sesentonas vayan a afectar al resultado. Mi preocupación está centrada en el dúo dinámico que se esconde detrás de las cámaras: George Lucas y Steven Spielberg.

Tanto Spielberg como Lucas no están en sus mejores momentos pero, a diferencia de Ford, creen estarlo. La auto-indulgencia de Munich, aunada a la manera en la que, cuadro por cuadro, se nos recuerda que estamos frente a una cinta importante de un director importante, son sólo dos motivos por los que creo que el hombre detrás de E.T. y Tiburón cree que su misión en la vida es hacer cine esencial, sin saber que cuando no se tomaba tan en serio era mucho mejor. Por si fuera poco, el otro barbón dentro del dúo nos ha dado ya una probadita de lo que pasa cuando pasan veinte años e intenta reinterpetar un fenómeno cinematográfico. La segunda trilogía de la Guerra de las Galaxias fue, sobretodo, un acto de imperdonable olvido por parte de Lucas. Las precuelas no tienen nada que ver con el tono de las originales. Al verlas, es imposible no dudar de si este hombre es el mismo que dirigió, en 1977, la primer Guerra de las Galaxias. En la atmósfera de estos filmes prevalece un tono seudoprofundo, un intento torpe por querer psicoanalizar a los personajes, por darles profundidad, gravitas. El resultado es solemne: las dos primeras precuelas tienen los pies de plomo y si la tercera levanta, es a pesar de Lucas.

La noticia de que el personaje de Marion Ravenwood (interés romántico de Indy en Los cazadores del arca perdida) regresará y el rumor de que tuvo un hijo con el Dr. Jones, son los primeros de muchos indicios de que la cuarta entrega intentará matizar al personaje innecesariamente. Dudo que la relación entre Indy e Indy Junior tenga la ligereza y la pincelada cómica que tenía la relación de Connery y Ford en La última cruzada. El casting de Cate Blanchett como la heroína es otra decisión que desilusiona: ¿dónde quedó la tradición de poner a desconocidas en los papeles de interés romántico? En suma, Indiana Jones 4 presenta todos los síntomas de ser una película más (pensemos en Arma Letal 4 o en Escape from L.A.) en la que los realizadores olvidan todos los detalles que hicieron memorables a los primeros ejemplares y deciden crear otro tipo de animal.

A aquellos que defienden la cuarta entrega, les pido que se pregunten, ¿creen que algo le falta a la trilogía original?, ¿hubo algún cabo suelto, algún tema en necesidad de ser tratado? La respuesta es, por supuesto, que no. Indiana Jones quedó grabado en el inconsciente colectivo mientras cabalgaba hacia ese atardecer tras dejar ir el Santo Grial. Y bien, ¿qué no era esa La última cruzada?

– Daniel Krauze

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