El Quijote de Pérez-Reverte

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Hace algunos meses la Real Academia Española lanzó una edición del Quijote, adaptada por Arturo Pérez-Reverte. Esta edición pretende ser “escolar” porque, según explica en el prólogo Pérez-Reverte, cuando se “trata de trabajar en colegios con el texto íntegro, las digresiones y relatos insertos en él perturban a veces la aproximación amena, eficaz, que una herramienta educativa o una lectura sencilla pueden reclamar”. Para conseguir ese tipo de lectura, se ha practicado una “labor de poda, muy prudente y calculada, dedica especial atención a la limpieza de los puntos de sutura de los párrafos eliminados, para que la ausencia de estos no se advierta en una lectura convencional. Eso incluye la renumeración y refundición de algunos capítulos, que en su mayor parte conservan el título del episodio original al que pertenecen. En cada caso se ha procurado respetar la integridad del texto, los episodios fundamentales, el tono y la estructura general de la obra”. Responde este libro a lo que me parece ser una crisis en España, y sin duda también en Hispanoamérica: no se lee a Cervantes, ni siquiera en las escuelas. Mis alumnos españoles me confiesan que no leyeron el Quijote en la secundaria, y en la universidad solo los que se especializaron en literatura española. La obra es un monumento nacional y de la lengua, pero, como ocurre con otros clásicos, se conoce sobre todo de oídas. No creo que la versión de Pérez-Reverte sirva para solucionar este problema, ni que cumpla con los propósitos que el adaptador dice haberse impuesto; sin embargo, su existencia y sus fallas, suscitan cuestiones serias sobre la literatura en términos generales y particulares de la época actual.

La poda “prudente y calculada” de que habla Pérez-Reverte no es tal. Su Quijote queda reducido a las más conocidas aventuras del hidalgo y su escudero; lo que el público no lector de Cervantes supone ser la novela. Son los episodios “fundamentales” de que habla el adaptador, lo cual implica someterse a un conocimiento estereotipado del Quijote. El libro no es una respuesta a la crisis sino una capitulación ante sus causas y efectos.

Veamos las principales omisiones. Se descartan los dos prólogos, el de 1605 y el de 1615. De la primera parte se omiten la aventura de Grisóstomo y Marcela, el discurso de don Quijote sobre la Edad de Oro, la historia de Fernando y Dorotea, el relato de Cardenio y Luscinda, la novela “El curioso impertinente”, el relato del cautivo, el de doña Clara, don Luis y el oidor, y el de Vicente de la Rosa y Leandra. De la Segunda Parte se deja fuera el diálogo de don Quijote con don Diego, el poeta hijo del Caballero del Verde Gabán, el episodio de las bodas de Camacho, el recuento que el hidalgo hace de su descenso a la cueva de Montesinos, la ronda nocturna de Sancho gobernador de Barataria, la caída de Sancho en la sima, los episodios de la dueña Rodríguez, que revelan que un villano rico costeaba las extravagancias de los duques, se suprime al morisco expulsado Ricote, se abrevia la visita a Barcelona, y se quita la segunda visita a la casa de los duques cuando los protagonistas regresan a casa, con el velorio fingido de Altisidora y la narración de su extraordinario sueño en que aparecen demonios jugando al tenis usando libros por pelotas y raquetas de fuego. Hay muchas otras supresiones menores y se reorganiza la acción de los episodios, pero la lista anterior representa el grueso de lo suprimido del original.

En cuanto a los “puntos de sutura de los episodios eliminados” me temo que a Pérez-Reverte se les escaparon no pocos. Por ejemplo, se deja la referencia al “estrellado establo” donde ponen a dormir a don Quijote, pero se había omitido la mención de los agujeros en el techo de la venta que permitían ver el cielo, por lo cual el asombroso adjetivo no tiene sentido. En la aventura en la Sierra Morena don Quijote quiere escribir la carta a Dulcinea “en un librillo de memorias que tenemos”, pero como se ha omitido la historia de Cardenio, el lector no sabe que el tal librillo estaba en la maleta de este que hallaron en el bosque. Ya en la segunda parte, cuando Sancho trata de apaciguar a su mujer Teresa al revelarle que vuelve a salir de aventuras con don Quijote, alude a poder dar “con otros cien escudos como los ya gastados”, pero esas monedas también estaban en la omitida maleta, así que el lector se preguntará a qué se refiere el escudero. Más adelante, después del vuelo de Clavileño, don Quijote le dice lo siguiente a Sancho, que ha inventado un cuento fantástico sobre lo que vio en las alturas: “Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos”, solo que el hidalgo, en la versión de Pérez-Reverte, nunca le ha dicho lo que vio en la caverna. Por último, cuando regresan a la aldea, Sancho pone sobre las armas de don Quijote, que el rucio carga, “una túnica de bocací pintada de llamas de fuego que el vistieron en el castillo del duque”. Ese llamativo vestido, sin embargo, se lo pusieron a Sancho durante el velorio de Altisidora, en la segunda visita de los protagonistas a la casa de los duques, que no figura en esta edición. Hay otros remiendos chapuceros que sería ya vano enumerar.

Pérez-Reverte no se ha percatado de que Cervantes amalgama habilidosamente en el Quijote dos tipos de narración que se le ofrecían en su momento: la linear, épica, consecutiva, de las novelas de caballerías que parodia y utiliza principalmente, y la colección de novelle, en el sentido de cuentos largos al estilo de Boccaccio y Bandello como las que recogerá en 1613 en su Novelas ejemplares. La trabazón de la historia de don Fernando, Dorotea, Cardenio y Luscinda con el argumento principal y con la versión neurótica que inventa la Princesa Micomicona (Dorotea misma), que culmina en la venta durante el episodio de los cueros de vino y la declamación de “El curioso impertinente” por el cura, es una joya literaria de los más altos quilates. Quitarla facilita la lectura, la hace “sencilla”, pero también traiciona la obra. Otro tanto podría decirse del conflicto entre Grisóstomo y Marcela, donde tenemos personajes motivados por el deseo de imitar la literatura, aquí la pastoril, igual que don Quijote, con trágicas consecuencias: el tema del efecto de la literatura en sus lectores es uno de los principales de la obra maestra de Cervantes, válido para todos los tiempos. La historia que don Quijote cuenta de su estancia en la cueva de Montesinos es la culminación de la segunda parte, donde se expone el interior del quijotismo. Es el equivalente de los grandes monólogos shakesperianos. Eliminarla es una reducción imperdonable. Sé que no es fácil explicar el episodio en una clase, pero debemos tener más fe en la capacidad de los estudiantes y los maestros, no suponer que solo van a entender la aventura de los molinos de viento.

El castellano de Cervantes no es tan distinto del de hoy porque para principios del siglo XVII ya había sufrido sus más significativas transformaciones. A diferencia del inglés isabelino de Shakespeare, difícil para el angloparlante actual, el español del Quijote es comprensible para un hispanoparlante medianamente instruido. Aun así, ha habido una evolución, que Pérez-Reverte debió haber tomado en cuenta: algunos cambios se prestan a confusión porque implican palabras que existen hoy, pero con un significado distinto del que tenían en el siglo XVII. La más molesta es “puesto que”, que en el Siglo de Oro quería decir lo que “aunque” hoy. Hay muchas oraciones en el Quijote que se nos hacen incomprensibles por este cambio, que cualquier especialista en la literatura áurea conoce y que una edición auspiciada por la Real Academia Española debió haber actualizado o explicado en una oportuna nota. Otro vocablo apto a causar desconcierto es “luego”, que en época de Cervantes quería decir “ahora”, o hasta enfáticamente “ahora mismo”, Igual ocurre con “otro día”, que en el Quijote siempre quiere decir “al día siguiente” o “mañana”, nunca cualquier otro día, como interpretaríamos hoy. Finalmente pienso que “lugar”, que tan memorablemente resuena en la primera oración del Quijote, y que quería decir “pueblo” o “aldea”, debió haber sido sustituida por esas palabras alguna que otra vez cuando puede causar incomprensión. Un libro que se dice escolar debía haber tomado en cuenta estas dificultades lingüísticas.

La exaltación del Quijote en programas de estudio, que comienza en el siglo XIX, partió de la poderosa creencia de que existía un parentesco intrínseco entre el idioma, la literatura y la nación; que los clásicos de la lengua encarnaban la esencia de lo español. Esta noción fue aprovechada por políticos de diversas bandas, y tiene su expresión monumental en la estatua de don Quijote y Sancho en la Plaza de España en Madrid. Pienso que hoy esa idea ha perdido fuerza, lo cual explica en parte la crisis que mencioné antes sobre la disminución de lectores del Quijote. La narrativa moderna en español, sobre todo la hispanoamericana en Borges y García Márquez, ha elaborado una forma más moderna de incorporar a Cervantes al discurso literario contemporáneo. Pierre Menard y Melquíades son las manifestaciones más visibles de un Quijote actualizado, sin “españoladas”, para citar a Borges. Al nivel educacional debía concebirse una estrategia similar que destacara las enormes virtudes literarias y filosóficas de la obra de Cervantes. ~

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(Sagua la Grande, Cuba, 1943) es Sterling Professor de literatura hispanoamericana y comparada en la Universidad de Yale.


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