La antigua leyenda del milagro de la pierna negra pareciera ser una broma sobre la integración tensa y conflictiva de mano de obra africana en el cuerpo enfermo de la economía europea. Desde luego, la versión original, contada por Santiago de la Vorágine, es un cuento que, bajo la cobertura de un milagro, muestra el típico desprecio medieval contra las extrañas otredades representadas por los infieles y los negros. Santiago fue un monje dominico que llegó a ser arzobispo de Génova. Tuvo la ocurrencia de compilar a mediados del siglo XIII las historias milagrosas de una multitud de santos, tomadas de muy diversas fuentes. Una de ellas cuenta el caso de dos médicos cristianos árabes de Cilicia que fueron martirizados y decapitados por órdenes de Diocleciano. Se trata de Cosme y Damián, quienes llegaron a ser santos muy venerados. Cuenta Santiago que, en una iglesia en Roma dedicada al culto de este par de médicos martirizados, el sacristán sufría horriblemente por tener cáncer en una pierna. Una noche soñó que llegaban a su cama Cosme y Damián, cargados de sus bálsamos y sus instrumentos, dispuestos a operar al enfermo. A uno de ellos se le ocurrió una brillante idea: recordó que en el cementerio de san Pietro in Vincoli habían enterrado recientemente a un moro, con frecuencia mencionado como un etíope. Pensó que podrían trasplantar su carne al enfermo. Seguramente había en los cementerios cercanos otros cadáveres frescos, pero a Cosme y Damián les pareció más adecuado el saqueo del cuerpo de un africano negro, que acaso en vida había sido el esclavo de algún italiano rico. Fueron a la tumba del infiel y, sin pedirle permiso a nadie, le cortaron una pierna. Al párroco le amputaron la pierna cancerosa y colocaron en su lugar la pierna negra, con ayuda de algunos ungüentos. Decidieron después depositar la pierna blanca podrida en la tumba del moro.
Al despertar el sacristán la mañana siguiente se asombró al ver que tenía ahora una pierna sana, pero de color negro. Ante la sorpresa, lo primero que pensó es que había perdido su identidad, y que no era él quien estaba acostado en el lecho. Parecía que otro lo había suplantado, pues la pierna ajena, además de negra, era musulmana. Pero reflexionó y llegó a la conclusión de que era verdaderamente él y no otro. Al conocer su familia y los amigos la extraña curación, fueron al cementerio para abrir la tumba del moro. Vieron alucinados que al cadáver del negro le faltaba una pierna y que a su lado reposaba la pierna cancerosa. Había ocurrido un milagro y la pierna extranjera había quedado implantada firmemente en la carne blanca del europeo. A título póstumo, san Cosme y san Damián habían logrado injertar una pierna ilegal y forastera para realizar las labores que su nuevo dueño no podía realizar con la suya propia.
Los chicanos y los mexicanos que viven en Estados Unidos deberían peregrinar cada año a la ciudad de México, para visitar la capilla dedicada a estos dos santos amputadores en la Catedral metropolitana. Verían allí una de las muchas representaciones pictóricas (del artista Sebastián López Dávalos) del famoso milagro de la pierna negra, gran metáfora de la carne migrante que arraiga en un cuerpo que la necesita. Los emigrantes africanos en Europa podrán encontrar, en muchos lugares, capillas e iglesias dedicadas a los dos mártires sanadores, patronos de los médicos, los boticarios y los barberos. Deberían ser adoptados también como patronos por los emigrantes.
Los estudios iconográficos sobre las imágenes del milagro de la pierna negra muestran variantes, como ha mostrado mi amiga, la profesora Carmen Fracchia del Birkbeck College de Londres: en muchos casos las pinturas se apartan de la leyenda y colocan al moro amputado al pie de la cama del sacristán. En esta página el lector podrá ver una versión anónima hecha entre 1460 y 1480 por un pintor de la escuela de Castilla y León. En la Catedral de México la escena ocurre en el pórtico de un hospital colonial: el etíope está vivo sobre un petate mirando al espectador, los santos están vestidos con togas y mucetas al estilo académico, uno de ellos con birrete, el enfermo en la cama luce su nueva pierna negra, y en el primer plano aparece un gato que acaso está esperando zamparse la pierna blanca que le han colocado al negro en el lugar de la que le han robado.
Solo los santos saben si, después de la operación, la pierna negra es rechazada o tolerada por el enfermo y si el esclavo logra sobrevivir. ~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.