Ilustración: Fernanda Gavito

Prisma y calidoscopio: el ojo de Octavio Paz

En sus ensayos sobre arte, Paz no asumió la voz del crítico profesional o del historiador sino la del polemista. En la tradición de Baudelaire, supo describir la tensión que producen los opuestos y los vínculos ocultos entre arte y poesía.
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Octavio Paz vivió su vida con una curiosidad insaciable, una lucidez y una pasión que alimentaban su pensamiento, poesía y prosa. Tenía una capacidad notable para ver las cosas desde ángulos diferentes, aportando una profunda comprensión y perspectivas nuevas a su significado.

Su ojo percibía el mundo como a través de un calidoscopio o un prisma. De la misma manera que la luz blanca pasa por un prisma y hace visible el espectro de los colores que la componen, Paz revelaba las gamas y los matices ocultos que constituyen las bases de la cultura. Además, como si estuviera viendo por la lente de un calidoscopio, descubría una variedad infinita de facetas, contornos y patrones de imágenes, signos y símbolos, haciendo evidentes los ritmos, rimas y asociaciones entre arte y poesía. Así revelaba las sorprendentes correspondencias y enlaces entre ambas disciplinas.

Paz apoyaba sus ideas sobre el arte en las opiniones de Charles Baudelaire, el primero en acoplar los valores pictóricos de una imagen con las ideas que transmite, obviando los cánones de belleza aceptados y reconociendo otros valores intrínsecos en la pintura. El primero en articular una sinestesia entre las artes mediante la búsqueda de correspondencias y paralelismos entre los elementos de la pintura (línea, color, composición y ritmo) y los que dan forma a la poesía, la música y la danza. Baudelaire afirmó además que todas las manifestaciones del arte deberían considerarse como un lenguaje: un concepto revolucionario.

Según Paz, “Baudelaire inserta la crítica en la creación, inventa el arte crítico. Antes la crítica precedía o sucedía a la creación; ahora la acompaña y es, diría, su condición. Del mismo modo que la crítica se vuelve creadora por la analogía, la creación también es crítica por ser histórica”.

En Los privilegios de la vista, Paz elaboró sus pensamientos y reflexiones sobre el arte, sintetizados en su aforismo “En esto ver aquello”: un mantra que expresó constantemente y que ratifica su percepción de la dualidad. Nunca pretendió ser crítico ni historiador ni un experto en el tema. En un texto sobre la obra de Pablo Picasso aclara: “No es un juicio ni un retrato: es una impresión.” Sus ensayos sobre arte son en efecto meditaciones, contemplaciones: evaluaciones venidas de una tradición polémica en la que el concepto de dualidad, esa tensión que se produce entre los opuestos, constituye un componente básico que recorre toda su obra.

Aunque abarcan distintas culturas y épocas, en las observaciones de Paz sobre arte destacan tres fuentes principales: el panteísmo precolombino cuyas deidades están dotadas de múltiples representaciones, el libre albedrío del surrealismo y su afinidad con las culturas sagradas de la India y Oriente.

La visión cosmológica de las culturas precolombinas conformaba un mundo donde el hombre se sentía sujeto a las imponentes fuerzas de la naturaleza, fuerzas que solo podían ser controladas apaciguando, mediante ofrendas y hechizos rituales, a los dioses y diosas que las representaban. La cultura precolombina sigue siendo una presencia viva en la vida cotidiana de la ciudad de México, donde la gente radica en un palimpsesto de tres culturas: precolombina, colonial y moderna. El mundo precolombino tuvo una presencia importante en la infancia de Octavio Paz: él recuerda un paseo con sus primos cerca de su casa en Mixcoac en el que descubrieron las ruinas de una pirámide que resultó ser el santuario del dios Mixcóatl. Su pasión por la historia y las raíces culturales del México antiguo tuvo un comienzo temprano.

En 1951 Octavio Paz publicó ¿Águila o sol?, del cual comentó: “Es un pequeño libro en el que aflora el mundo precolombino como parte de mi propio subsuelo psicológico.” ¿Águila o sol? hace referencia a la acción de echar volados con una moneda para resolver un reto o una disputa. Una cara de la moneda muestra un águila, la otra la Pirámide del Sol: dos aspectos de una sola cosa, a la vez distintas y complementarias.

Imágenes opuestas pero recíprocas como Atl-tlachinolli (“agua quemada” en la lengua náhuatl) son recurrentes en las antiguas culturas de México, en donde las deidades están dotadas de múltiples representaciones a menudo antagónicas o contradictorias.

Un poema clave en ¿Águila o sol? se llama “Mariposa de obsidiana”. Se refiere a Itzpapálotl, diosa de la guerra pero a la vez diosa del parto. La deidad ha sido representada como una mariposa con garras de jaguar: una imagen extraordinaria y formidable. El poema incorpora dos mitos asociados con la obsidiana. Uno referente al oscuro vidrio volcánico que se usó como espejo y se creía el alma cristalizada en roca y caído del cielo, y otro a los cuchillos de obsidiana utilizados en sacrificios rituales. En el poema, Paz juega con la interacción de estos distintos atributos.

Entre los ensayos que Paz escribió sobre las antiguas culturas de México encontré uno que me interesó particularmente. En él reflexiona, con una analogía admirable, sobre la manera en que el contexto define y altera la percepción de una obra de arte. Una de las esculturas más grandes e impresionantes del mundo es la gran Coatlicue, una estatua azteca descomunal, imponente, una piedra de unas veinte toneladas coronada por dos grandes cabezas de serpiente cara a cara y una falda de serpientes entrelazadas. Representa, entre otras cosas, a la gran Madre Tierra. Su presencia es a la vez visual y conceptual; su superficie tallada con signos y símbolos precisa que se lea como un texto. Lo que me sorprendió fue la interpretación que Paz asigna a la historia del monolito: cómo sus metamorfosis estuvieron sujetas al contexto en que apareció, trazando sus diversas encarnaciones desde diosa, demonio y curiosidad científica hasta una obra de arte. Para los aztecas era una diosa; para los conquistadores españoles, una demonolatría profana; en la Colonia era una monstruosa curiosidad arqueológica y hoy día se le aprecia como una obra maestra del arte: una escasa traducción visual del original. Paz hace con esas diversas encarnaciones una potente metáfora de cómo el contexto transforma y altera el significado y cómo la interrelación entre tiempo y contexto son determinantes en una obra de arte.

Octavio Paz quedó cautivado por el surrealismo desde su juventud. A través de revistas y publicaciones tuvo conocimiento de obras surrealistas y películas como La edad de oro de Luis Buñuel, y de ese movimiento que proponía no solo una nueva visión del arte sino también una manera de vivirlo.

En 1938 André Breton, profeta y fundador del movimiento surrealista, estuvo cuatro meses de visita en México. Durante la estadía se le ocurrió calificar al país como surrealista, una opinión que, si bien respondía a su credo, sospecho que fue una percepción teñida de exotismo. Más que surrealista, México es, si acaso, un país mítico.

Pero Paz no conoció a André Breton durante su estancia en México sino a finales de 1945, cuando en plena posguerra ocupó un puesto en la embajada de México en París. Breton llegó a ser un buen amigo suyo y una influencia inspiradora. Pese a que el movimiento surrealista ya se había disuelto en su mayor parte, Breton seguía abrazando nuevas ideas y adeptos, y en 1951 publicó “Mariposa de obsidiana” de Paz en el Almanaque surrealista de medio siglo.

El surrealismo fue una piedra de toque para Octavio Paz, que se sintió atraído por su defensa de la libertad y sus ideas iconoclastas. Una herencia en parte del movimiento Dadá, cuyo objetivo era subvertir los valores burgueses, morales y estéticos asociados a la carnicería de la desastrosa Primera Guerra Mundial. Aunque Paz estuvo de acuerdo con los surrealistas y adoptó muchas de sus teorías, nunca se hizo miembro oficial del movimiento.

Menos nihilista que el dadaísmo, el surrealismo defendió y adoptó actos de transgresión, ruptura y provocación al mismo tiempo que exaltaba el deseo, el erotismo y el reino de la imaginación. Sus métodos eran el automatismo, el azar y la ambigüedad. Alabó expresiones pictóricas de culturas universales y validó las de las personas desquiciadas y aquellas hechas bajo la influencia del trance alucinógeno.

Paz acopló estos preceptos de los surrealistas a su concepto de dualidad profundamente arraigado, asimilado de las culturas precolombinas, y que más tarde cuajaron en su apego a las religiones orientales.

Los ensayos que Paz dedica al arte son básicamente de dos tipos: unos de carácter histórico o especulativos y otros sobre la obra de artistas que admiraba, conjunto en donde es posible incluir sus poemas-tributos.

Durante su visita a París en 1937, Paz vio el Guernica de Picasso en el pabellón de la República Española en la Exposición Internacional: una obra motivada por el bombardeo del pueblo de Guernica, una agresión deliberadamente diseñada para matar y aterrorizar a su población civil. La rabia que este acto de barbarie provocó en Picasso lo motivó a pintar esa obra maestra. Lejos de ser una obra que lleva un mensaje político, moral o antibélico, como algunos intentan atribuirle, es en realidad un grito humano: una expresión de dolor y sufrimiento. Un potente ejemplo que luego valida la antipatía que sentía Paz frente a las imágenes nacionalistas y demagógicas de los muralistas mexicanos. Aunque apreció sus talentos individuales, Paz rechazó obras con mensajes ideológicos y dio un enfático apoyo a Rufino Tamayo, criticado por los muralistas por –según ellos– hacer una pintura afrancesada y extranjerizante que no coincidía con sus ideas políticas. Tamayo había asimilado tendencias contemporáneas internacionales en su pintura y Paz lo reconoció como el pintor mexicano más importante del momento, brindando tres largos ensayos en su defensa.

La misión del arte moderno ha consistido en expresar y revelar su propia naturaleza a través de la introspección, cuestionando en qué consiste la esencia del arte y su verdadera función en la sociedad. Siempre atento a las nuevas tendencias en el arte, Octavio Paz sintetiza: “Lo que distingue el arte moderno del de otras edades es la crítica.”

Esta convicción llevó a Paz a escribir dos extensos ensayos sobre la obra de Marcel Duchamp, posiblemente el artista más influyente de nuestro tiempo. Sin duda, Paz encontró en Duchamp un alma gemela: un pintor de ideas que rechazó la noción de arte como un propósito exclusivamente visual o manual. Entre los numerosos textos que se han dedicado a Duchamp, los de Paz son los más perspicaces y originales. La mayoría de los críticos e historiadores de arte que han analizado sus obras se centran en sus aspectos teóricos y filosóficos, atenuando la agudeza juguetona y el humor concupiscente que impregna su trabajo. Tal vez faltaba la visión de un poeta para adentrarse de otra manera en sus atributos enigmáticos y crípticos y desentrañar las fuentes de inspiración de Duchamp arraigadas en la ironía, el deseo erótico y los juegos de palabras transformados en metáforas visuales. Paz coincide y alaba ese arte que oscila en un recurrente ciclo de afirmación y negación, y que abraza la contradicción y la ambigüedad como instrumentos de expresión.

Una de las principales preocupaciones de Octavio Paz fue la dirección hacia donde vio que se dirigía el arte, convertido en una mercancía que existe en un contexto diseñado por las exigencias del mercado. Vio cómo el mercado, no el artista, decide qué tendencias y qué tipo de arte llega al público.

Una y otra vez Paz habló sobre esa influencia negativa y ese efecto nocivo que condiciona la creación de obras de arte. El tiempo en el arte siempre ha sido circular, pasando por ciclos de renovación, establecimiento, decadencia y reinvención. En el siglo XX, los movimientos de vanguardia crearon lenguajes visuales nuevos e ideas radicales respecto a la naturaleza misma del arte. Paz vio que el papel de la crítica, crucial para el bienestar del arte, era desvirtuado cada vez más por el poder del mercado con su capacidad de absorber cualquier reto contencioso o rebelde y explotarlo como un producto que actúa dentro de su aura; vio las vanguardias cooptadas, su sustento crítico aplaudido como novedad o moda y sus obras vendidas también como novedades. Pese a esto, pienso que siempre habrá buenos artistas trabajando al margen del comercio y otros que saben navegar en sus corrientes sin ahogarse.

Pero la preocupación de Paz no carece de fundamento, ya que el contexto en que se crea el arte afecta su potencia expresiva. El talento es una semilla que si se siembra en tierra fértil da un resultado robusto. Queda por ver si los cambios en los terrenos del arte venidos de la era digital, el consumo masivo y el culto a la celebridad serán fecundos, o si los involucrados en el arte se convertirán, más que en participantes comprometidos, en turistas culturales.

Sea como sea, la obra de Octavio Paz seguirá siendo una fuente de inspiración y un potente ejemplo para los que guardan y cultivan los espacios íntimos en donde se fragua el arte. ~

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(Londres, 1939) es artista plástico. En 2008 publicó el libro Expuesto. Reportes y rumores en torno al arte y el arte de Brian Nissen (DGE|Equilibrista-UNAM, 2008).


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