Vandalismos nerdos: intervenciones en libros y bibliotecas

Libros subrayados y anotados son manifestaciones públicas de lecturas privadas y formas de plantear escrituras futuras. 
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La anécdota

"Pueden ustedes llamarme como quieran", leo al margen de uno de los ejemplares de Moby Dick que hay en la biblioteca de la universidad donde trabajo. Está escrito con pluma negra, en letra de molde, de tamaño minúsculo, pero perfectamente legible. Debajo de la nota, en la esquina inferior derecha, hay un mono de palitos. Es el inicio de un cine dedo: el mono camina, de pronto aparece una espada, el mono se hinca y se clava la espada. Catón, evidentemente.

Sólo las primeras páginas están así, intervenidas por este simpático anónimo. Entre comentarios y dibujitos alrededor de la páginas, leo el mítico inicio de la novela de Melville. De algunas palabras (las pongo a continuación tachadas) salen flechas hacia comentarios en los márgenes (las pongo en itálicas) para construir una especie de declaración de principios:

Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que mi alma se posa en un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un robusto principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar a la biblioteca lo antes posible. Esos viajes son, para mí, el sucedáneo de la pistola y la bala. En un arrogante descarado gesto filosófico literario, Catón Suetonio se arroja sobre su espada cita graffitis escritos en los baños para escribir las vidas de los césares; yo, tranquilamente, tomo un barco rayo este libro. No hay nada de asombroso en esto. Pocos lo saben, pero casi todos los hombres, sea cual fuere su condición, alimentan en un momento dado esos sentimientos que me inspira el océano el vandalismo.

Parece broma, y seguramente lo es, pero es una broma común en esta biblioteca. No todos los tachones, subrayados, comentarios al margen y dibujitos son así de elocuentes, pero hay algunos que, aunque de apariencia simplona, me parecen fascinantes. Por ejemplo, una docena de versos eróticos –casi todos de Safo, Ovidio y Gonzalo Rojas– en un libro de ingeniería hidráulica. Hay ejemplares de novelas decimonónicas con este tipo de guiños, pero ahí suelo encontrar citas de Benedetti y Sabines, como si los rayadores de estos libros fueran parte del movimiento –bobo y cursilón– llamado, creo, «(putref)acción poética».

No todos los rayones son vandálicos; hay algunos, digamos, oficiales. La sección de literatura de esta biblioteca universitaria, por ejemplo, tiene cientos de libros donados por un investigador cultural casi olvidado: Porfirio Martínez Peñaloza. Todos los libros que la familia de Martínez Peñaloza donó tras su muerte están rayados, muchos por él mismo y otros tantos por sus amigos: Arreola, Monterroso, Reyes, Rulfo, Tablada, Villaurrutia… Hay incluso un pequeño libro con un dibujo a lápiz firmado por Orozco.

 

La ruina

Con rayones bárbaros o con rayones ilustrados, el resultado es el mismo: un libro en ruinas, es decir, un libro que hace evidente el paso del tiempo. Un objeto puede dejarse en el abandono hasta que parcialmente se desmorone. Hay muchos libros así en esta biblioteca: ejemplares que perdieron su pegamento y se transformaron en un bonche de fichas sueltas que me recuerdan a Nabokov.

Este proceso de decadencia se puede acelerar, o incluso revertir, si el objeto se interviene. Pienso, más que en la curiosa botarga de Borges que hizo Pablo Katchadjian, en el adelgazamiento que hizo Jonathan Safran Foer con The Street of Crocodiles. JSF interviene un libro clásico de Bruno Schulz para crear una ruina contemporánea: en Tree of Codes se lee lo que está (JSF) y lo que no está (BS), lo que antes fue y lo que ahora es. (En 1970, el artista inglés Tom Phillips intervino A Human Document, una novela victoriana casi olvidada. El resultado fue un libro titulado A Humument. O, mejor: A Human Document. Algo hay de esto en el Anti-Humboldt de Hugo García Manríquez y, un último ejemplo, en los ensayos de Luis Felipe Fabre.)

Las ruinas fascinan porque enfrentan, de menos, dos lecturas: la que se muestra y la que se esconde. Intervenir lecturas clásicas implica decir que se escribe distinto hoy, por supuesto, pero también que se puede escribir distinto ayer. Rayar un libro «oficial», transgredir la pureza de un documento que ha devenido en monumento, significa redimensionar la tradición.

Libros subrayados, anotados, doblados, con recados entre las páginas, con spoilers, con separadores olvidados, con dibujos obscenos, etc. Manifestaciones públicas de lecturas privadas; formas de plantear escrituras futuras.

 

El libro

Casi todo lo que he escrito aquí lo anoté antes en los márgenes de un libro que pensaba reseñar: Letter to a Future Lover: Marginalia, Errata, Secrets, Inscriptions, and Other Ephemera Found in Libraries.

Está escrito por un poeta y ensayista estadounidense medianamente reconocido: Ander Monson. Letter to a Future Lover, según leí en distintas reseñas, trata sobre las bibliotecas como algo vivo: el uso físico de los libros, las huellas que dejamos al leerlos y cómo luego podemos leer esas huellas para escribir sobre ellas. Y sí: leí el libro y trata sobre todo eso, pero con un tono epistolar insoportablemente cursi.

Letter…es un libro pequeño y ligero: casi 80 ensayos en 160 páginas. Tiene una estructura azarosa y laberíntica perfectamente bien justificada: Ander Monson busca rastros de lectura en distintos libros para escribir no sobre el rastro encontrado, sino sobre el gesto que se imagina que una persona hizo al leer el libro. «Como si los libros en una biblioteca fueran sólo libros sin nada en ellos salvo más libros», cita Ander Monson a Lucy Corin en uno de sus ensayos.

El libro, además, tiene varios guiños; por ejemplo, hay un ensayo dedicado a Dickinson desde el lenguaje: escrito con puros guiones, y otro dedicado al OuLiPo: escrito sin utilizar la letra «e». Quizá es ahí, en esos juegos aparentes y simplones, donde leo la cursilería. Y me parece una lástima, pues la idea del libro –el gesto de escribir al margen y en el margen– me interesa. Incluso, al releer las partes que subrayé del libro, me desdigo: escribiré una gran reseña. Pero luego me acuerdo del tonito y el libro regresa a ser completamente irrelevante.

¿Alguien sabe de otro libro sobre, digamos, los bibliograffitis?

 

 

 

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(San Luis Potosí, 1983) es profesor y editor. Vive en Santiago de Querétaro.


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