Escraches en la tercera fase

En el episodio de Coslada, Pablo Iglesias generó a sus escoltas una situación de riesgo innecesario, sabedor de que lo protegerían. No hubo desafío alguno al fascismo.
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Los escraches están mal. Todos. Ni la posición pública, ni el sueldo, ni la filiación política de nadie pueden ser coartada para la mala educación y la falta de respeto. Mucho menos para la violencia. Sin embargo, en España tenemos la costumbre de condenar o reivindicar los escraches en función de quién los cometa. Y, sobre todo, de contra quién los cometa. Lo explicó muy bien el otro día Isa Serra, la portavoz de Podemos en Madrid, al referirse a un escrache cometido hace dos años contra Begoña Villacís: aquello, nos dijo, no fue una “agresión”, sino, cosa muy distinta, una “movilización”.

El día que sucedieron los hechos, la hoy vicealcaldesa estaba embarazada. Mucho. Tanto que dio a luz solo un par de días después. Es curioso que Podemos se haya pasado todos estos años hablando de la perspectiva de género para acabar dejando tan a las claras que la única perspectiva que cuenta es la ideológica. La cosa va así: te agreden si eres de izquierdas, pero se movilizan contra ti, o te dan “jarabe democrático”, en las prescriptivas palabras de Pablo Iglesias, si eres facha.

Iglesias no solo no condenó el escrache a Villacís en su momento, sino que ahora lo legitima, premiando a una de las participantes en aquella “movilización” con un puesto en su candidatura electoral. Esta semana, además, él mismo ha sufrido un escrache, se entiende que una “agresión”, según el código de Serra. Un grupo de neonazis lo recibió en Coslada con saludos fascistas y al grito de “fuera la casta de nuestros barrios”.

Normalmente, los políticos soportan el mal trago de un escrache con una mezcla de resignación estoica y miedo, y se apresuran a abandonar el lugar para evitar la situación de peligro. Pero esta vez, henchido de arrojo, Iglesias se dirigió a los escrachadores y se encaró con ellos. Interactuó con ellos, lo que, usando un símil ufológico, podemos considerar un escrache “en la tercera fase”. ¿O acaso nos habíamos creído que lo de combatir el fascismo era solo una metáfora?

En mi barrio, cuando venían los nazis, corríamos. Corríamos como si no hubiese un mañana. Admito que no éramos tan valientes como Iglesias, pero también es verdad que no teníamos escolta. ¿Cuántas veces le tocó correr a Iglesias cuando no tenía quien le guardara las espaldas? Apuesto a que unas cuantas.

El episodio de Coslada me ha vuelto a recordar el muy manido poema de Pasolini sobre la polícia, clase trabajadora, y los estudiantes burgueses. Trabajadores son los guardaespaldas que se interpusieron entre Iglesias y sus escrachadores cuando el exvicepresidente se acercó a encararse con ellos.

Iglesias generó a sus escoltas una situación de riesgo innecesaria, sabedor de que lo protegerían, con su vida si fuera preciso. Ya no corre, porque no es él quien se juega el tipo. Y no se llamen a engaño: no hay épica, ni desafío alguno al fascismo, solo viejo desprecio de clase a mayor gloria del señorito.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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