In memoriam: Pablo Milanés

La música de Pablo Milanés evoca dos países y un tiempo que no volverán. Con todo, ha envejecido mejor que el socialismo; el de la revolución, allí en Cuba, y el democrático, aquí en España.
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Si fuisteis hijos de familias progres a finales del siglo XX, vuestros recuerdos infantiles estarán llenos de viajes por carretera con las cintas de Pablo Milanés y de Silvio Rodríguez, y hoy habrá muerto una parte de vuestra educación sentimental.

De Pablo Milanés siempre se celebró “Yolanda”. También hoy, en la hora de su despedida. Pero cómo no hacerlo, por mucho que uno trate de recuperar canciones más alejadas del mainstream. Es la canción de amor perfecta: quitadle al amor todo lo accesorio, lo posible, lo probable; destiladlo, dejad lo necesario, y quedará en pie, brillando solo, el nombre de la persona amada.

De niños, nos ponían los pelos de punta los temas más combativos. Los ideológicos: “Canción por la unidad latinoamericana”, “Yo pisaré las calles nuevamente”. Hay que reconocer que esto los cubanos lo hacían como nadie.

Nos pasaba también cuando escuchábamos a Silvio su “Canción del elegido”. Incluso si no sabíamos muy bien quiénes eran Fidel, el Che o Allende, si lo ignorábamos todo sobre Bolívar y Martí. Incluso después, cuando ya lo sabíamos y habíamos decidido que no eran nuestros héroes, que no eran nuestros mitos.

Recuerdo ese verso: “La historia lleva su carro y a muchos los montará”. Qué imagen poderosa, qué amenaza terrible.Y ese otro que se siente como un retoñar de primavera: “Retornarán los libros, las canciones”.

Me impresionó siempre la crudeza, la tristeza de “Para vivir”; la belleza delicada del amor inaprensible en “El breve espacio en que no estás”; la poesía convertida a la Nueva Trova, presta al baile, en “De qué callada manera”: risa siempre, nunca llanto. 

Milanés hizo mejor aquella otra composición gigante de Sabina, “La canción más hermosa del mundo”. Era una llanura, apenas un poema recitado por Joaquín con metal de vespino de desguace, pero tomaba un vuelo inalcanzable en la voz de Pablo: de pronto, se elevaba y adquiría el relieve de una cordillera, de la cordillera de los Andes, con sus cumbres y sus valles. También con sus colores. La canción es pura sinestesia.

Milanés estuvo equivocado políticamente hasta tan tarde que no cabe su redención. Hay una culpa que no puede expiar su obra. Hay una Cuba que no es libre y que él prestigió. Pero su vida también fue un ejemplo de algo valioso que hoy está en cuestión, que es objeto de cancelación: la profunda hermandad de España y América Latina, celebrada en el vínculo antiguo y fecundo del español. Fue un internacionalista de la palabra, el más promiscuo adúltero del ritmo, mientras caían las estatuas de Colón y subía la pleamar del indigenismo.

No ha muerto en La Habana. Ha muerto en Madrid, donde tantas veces lo vimos con Ana Belén, con Víctor Manuel, con Serrat, con Sabina, con Aute. Nadie hizo tanto por devaluar un océano como Pablo Milanés: demostró que, para las letras castellanas, el Atlántico, efectivamente, es un mero charco.

Su música evoca dos países y un tiempo que no volverán. Con todo, ha envejecido mejor que el socialismo; el de la revolución, allí, y el democrático, aquí.

Le he quitado lo accesorio, he dejado lo necesario, he mirado el resultado, y me ha quedado: Pablo.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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