La carrera del venezolano Gustavo Dudamel ha sido tan extraordinariamente brillante que sobra lo que aquí se pueda decir sobre quien será, desde agosto, el nuevo director de la Ópera de París. Se trata de la figura que ha llegado más lejos del Sistema Nacional de Orquestas y Coros de Venezuela, fundado en 1975 bajo el mando del economista y músico José Antonio Abreu. Dudamel fue muy apreciado por todos los sectores políticos en Venezuela, hasta el punto de que sus conciertos eran noticia de primera plana en los periódicos y agolpaban multitudes. Tal unanimidad se rompió cuando, en 2007, la revolución cerró por razones políticas el canal de televisión Radio Caracas. La aparición de Dudamel dirigiendo el Himno Nacional en la inauguración de la señal TVES, sustituta estatal del canal privado, le resultó un ultraje a parte de la población venezolana, un explícito apoyo a las políticas comunicacionales y culturales del gobierno. Para colmo, dirigió uno de esos megaconciertos inaudibles y chirriantes, tan del gusto de su maestro Abreu, el 12 de febrero de 2014, mientras el gobierno de Maduro reprimía ferozmente a jóvenes manifestantes caraqueños. Sus críticos indignados consideran que debió haberse suspendido el evento
En el campo musical y en el sector convencionalmente llamado “cultural”, la inversión monetaria en la carrera de Dudamel levantaba resquemores. El igualitarismo (que no vocación por la equidad) tan propio de nuestro rentismo petrolero ha condenado la noción de “gran figura”, solo aplicable a Chávez, las misses, los cantantes populares y los beisbolistas. La insistencia de Abreu en plantear la música como “salvación de los niños pobres” chocaba con la fama fulgurante de Dudamel, cuyo éxito ocurría fuera de Venezuela. Llevado a la cumbre en los hombros de Claudio Abbado, Simon Rattle o Daniel Baremboin, comenzó su existencia de divo al ser nombrado director de la Filarmónica de los Ángeles, una vida demasiado libre en comparación con la de otras figuras de gobiernos autoritarios de izquierda, como la cubana Alicia Alonso. Sus críticos aducen que le hizo propaganda a la revolución pues, efectivamente, complació, como tantos artistas del siglo pasado, los antojos de espectáculo de un gobierno autoritario de izquierda.
Su éxito no satisface ni a los partidarios de la revolución ni a sus opositores. Los primeros lo consideran un traidor, a raíz de sus declaraciones respecto al asesinato de un músico en medio de una gran ola de protestas en el año 2017. Además, los músicos populares, como tantos otros integrantes del sector cultural, se quejaban del presupuesto para la música “elitesca”. Ni hablar de los académicos decoloniales, que contemplan el gran rigor formativo que requiere este tipo de música como una forma de disciplinamiento colonial favorable al capitalismo neoliberal. En cuanto a la oposición, se ha pretendido que Dudamel, como si fuera un intelectual del siglo XX, denuncie tanto el autoritarismo gubernamental como la caída de los conservatorios a favor de “El Sistema”, las posibles corruptelas dentro de esta institución y lo costosa que resulta como política cultural. Además, le exigen un público “mea culpa” porque su carrera fue financiada con dineros de la nación antes y después de 1998, como si el financiamiento de carreras artísticas no fuese parte de las políticas culturales más comunes. Incluso, hay quien dice que Dudamel estuvo involucrado en uso indebido de fondos, sin pruebas más allá de la propia palabra.
Dudamel fue chavista, sin ninguna duda, al igual que millones de mis paisanos a los que el país les debe su devastación absoluta, si todavía creemos en el voto como expresión de la voluntad popular. Su aparición en el funeral de Chávez, dirigiendo una desangelada versión de “Linda Barinas”, una pieza tradicional muy del gusto del finado, y su presencia al lado del féretro junto a jóvenes destacados del mundo deportivo, como el medallista olímpico Rubén Limardo, indignó todavía más a la oposición. En realidad, Dudamel solo sabe de música y forma parte de esas personalidades que quieren complacer a todo el mundo y eliminar el conflicto de la vida, actitud muy frecuente en espíritus convencidos de su bondad que apoyan gobiernos autoritarios. No goza de la prestancia política e intelectual de grandes músicos como Daniel Baremboin, y sus afirmaciones respecto al carácter salvador de la música desde el punto de vista social son soporíferas.
Ahora bien, ¿dirigir grandes orquestas es una falta comparable con la cometida por los académicos de izquierda que han defendido la revolución bolivariana alrededor del mundo y que han formado generaciones de estudiantes en el dogmatismo y la militancia? ¿Debe Dudamel cada vez que dirige un concierto hablar de las atrocidades de la revolución, como hacía la estupenda pianista Gabriela Montero? ¿De verdad un músico pidiendo solidaridad va a lograr lo que no han podido los políticos, la ciudadanía y la presión internacional? Si pretendemos que se juzgue a Dudamel por sus pecados políticos –que nadie le dé trabajo ni se distribuyan sus grabaciones–, no vamos a llegar muy lejos. No se trata de un funcionario de gobierno sino de un músico, así que no se le pueden achacar violaciones a derechos humanos. Las faltas que le atribuyen respecto a las políticas culturales de la revolución no son suyas sino del gobierno, y si usó indebidamente fondos públicos hay que probarlo. Las faltas políticas no son las que causan cancelaciones en el mundo internacional, sino otras, al estilo del acoso sexual y el racismo.
Cada quien es libre de detestar, amar o ignorar a Dudamel, pero acusarlo de faltas que no son suyas puede ser expresión de un fenómeno de opinión pública registrable en Venezuela y al que he llamado el odio al éxito. No se trata entonces exclusivamente de la superioridad moral tan de moda, que no respeta signo político y que “cancela” –es decir, somete al escarnio público y al ostracismo–, a figuras y obras problemáticas. Los críticos de Dudamel olvidan que hay unos cuantos músicos de “El Sistema” que disfrutan de grandes carreras internacionales, pero los olvidan porque ninguno ha llegado tan lejos como él. Entiendo los sentimientos de mis paisanos, pues a mí también me ha dolido haber perdido tanto por cuenta de la revolución. Pero, ante la devastación de Venezuela, la mala noticia no es que un director de orquesta venezolano proveniente de “El Sistema” llegue tan lejos; la mala noticia es la cantidad de perfectos imbéciles y delincuentes que no cuentan con otro talento que saber robar y ahora se dan la gran vida alrededor del mundo. Es preferible que Venezuela sea identificada con Gustavo Dudamel a que lo sea solamente con Nicolás Maduro y su banda de narcotraficantes y violadores de derechos humanos. Los millones de venezolanos que han perdido todo, hasta la vida, no recuperarán nada con la cancelación de Dudamel, pues los cancelables son otros.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.