Robert Adam y Louis Hellman (ilustrador)
Los siete pecados capitales de los arquitectos
Traducción de Isabel Suárez-Llanos
Madrid, Ediciones Asimétricas, 2021, 80 pp.
Ediciones Asimétricas se ha especializado en la publicación de libros de arquitectura. Ese es el eje, apoyado en los libros de fotografía y de diseño gráfico. A lo largo de los años ha formado un catálogo muy atractivo y muy variado organizado en varias colecciones. Inmersiones, compuesta por volúmenes breves y por la que la editorial ha recibido una distinción del Colegio de Arquitectos de Madrid por su labor de divulgación, es una de ellas. La novedad más reciente en Inmersiones es Los siete pecados capitales de los arquitectos, de Robert Adam, con ilustraciones de Louis Hellman.
El librito, de apenas ochenta páginas y de superficie como dos paquetes de tabaco puestos uno al lado del otro, está compuesto por una serie de artículos que Adam publicó en la revista británica Building a lo largo de los años 2009 y 2010. Doy la escala con los paquetes de tabaco para dar también una idea de la portabilidad del libro, que es de verdadero bolsillo porque lo he llevado en el trasero de los vaqueros con la intención de sentarme debajo de un árbol a leerlo, como me sugirió al hojearlo su aire ligero y simpático.
Robert Adam es profesor invitado de diseño urbano en la Universidad de Strathclyde, en Glasgow, miembro de la Royal Society of Arts y presidente del College of Chapters de la intbau (Internacional Network for Traditional Building, Architecture & Urbanism). Es célebre por su defensa de la arquitectura tradicional en contraposición a los desmanes derivados de una utilización egotista del movimiento moderno. ¿Qué es mejor, el racionalismo o la tradición? Creo que está claro que la discusión es absurda, y por eso tiene interés y ha durado tanto. No se resolverá nunca. Y en realidad es una discusión que trasciende los límites de la arquitectura, solo que la presencia de la arquitectura es evidente todo el rato, y quizá de ahí proceda la asociación del gremio de los arquitectos a unas costumbres, un aspecto y unos dejes de la que otras profesiones se escapan.
Basándose en esta idea generalizada, casi cliché, Robert Adam achaca a los arquitectos los siguientes pecados capitales: el elitismo (“una de las mejores cosas de ser miembro de un club es que se es especial y, si se es especial, se es diferente”), la soberbia (“da igual si a nadie le gusta ni lo desea; como arquitecto, tú sabes lo que les conviene y eres el mejor ya que se lo sabes dar”), el egocentrismo (“una vez que te crees que eres un sabio te lo puedes pasar genial. Lo único que importa es tu voz interior”), el dogmatismo (“en el bando de los del movimiento moderno hay a su vez facciones inconformistas, aunque todas ellas están de acuerdo en el aspecto más crucial: no ser confundido con un tradicionalista. Y los tradicionalistas tienen a su vez su máxima: nunca ser confundido con un moderno”), la ignorancia (“[los arquitectos] están tan orgullosos de no saber lo que el público opina como de no saber nada de historia”), la incompetencia (“pensemos por ejemplo en edificios públicos con recovecos ocultos que a nadie gusta frecuentar más que a los vándalos. […] Pensemos en edificios tan poco prácticos que tienen que cerrarse recién inaugurados”) y el derroche (“si [un edificio] no es estridente la gente no se fijará en él. Desde luego, no se cría fama con ahorro y modestia”). Y todos ellos emanan del sentimiento de ser una criatura especial en virtud de su profesión.
En cierto modo, al denunciar todos esos defectos, Adam se está comportando como un auténtico arquitecto de manual. Hay un sentido gremial muy fuerte, de grado casi tribal, en el hecho de señalar a tus colegas como grupo, algo que si se da en otros ámbitos profesionales no trasciende fuera de los mismos hasta alcanzar el chiste. Que los suyos son la peor gentuza del mundo te lo dirá un arquitecto, pero no un encuadernador ni un maestro cervecero. ¿De dónde viene esta percepción distintiva y de dónde nace ese sentido gremial tan acusado? Esa pregunta sobrevuela todos los artículos, que por supuesto a quien más interesarán será a los de la profesión.
En todo caso, esta es una colección de artículos amables, nada amargos, que buscan hacer sonreír por mucho que Robert Adam considere que los atropellos y hasta los trastornos que denuncia son reales, frecuentes, y deben detenerse, para lo cual recurre a la caricatura que todo el mundo puede entender. Por supuesto, en el bando de los tradicionalistas hay arquitectos que podrían incurrir en los pecados descritos. Lo que se denuncia es un mal uso y un abuso del modelo que ha triunfado y más de moda y que, como le sucede a todo lo que triunfa, se ha visto traicionado, desvirtuado y utilizado. Tanto en el neorruralismo megamix como en el minimalismo de pacotilla de los que podemos ver ejemplos en todas partes hay una impostura donde es habitual que se coja el rábano por las hojas. Como mensaje, creo que Adam apela a un acercamiento humilde al oficio de proyectar edificios y levantarlos en un lugar determinado, para el que tienen que estar pensados.
El librito acaba con dos artículos de propina: “Postureo ecologista” y “Pastiche”. Es entretenido y breve y lo que denuncia, que son males extensibles a toda la sociedad, merece una reflexión. Acompaña a cada artículo la viñeta original en blanco y negro de Louis Hellman, que es también arquitecto y muy conocido por sus ilustraciones y sus caricaturas de arquitectos famosos. ~
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).