Nos daba chance de estar en su tienda,
fumar, nos miraba chavos, sonreía,
movía la cabeza de un lado para otro
lenta y levemente apretando los labios;
eran casi los años ochenta y yo traía la mata al hombro,
el pantalón de peto y chatas las botas negras,
el tiempo era la llovizna y la primavera
con el barrio empapado o las resecas banquetas;
era el laboratorio de la ciudad de México
a mis diecisiete enfilados hacia el final del siglo xx;
hoy han cambiado las perspectivas y las estaciones,
son fantasmas mis voces en mis edades repartidas,
ya estuve donde fui con una guitarra viviendo el instante
y el de la tienda murió y yo no volví jamás a su calle.
Ahora ya no tengo pelo y la corbata a veces me place,
leo en el vagón y el café de las tres es más efectivo
que el de la mañana; entreabro los ojos buscando el futuro,
y por lo demás se me hacen absurdas muchas cosas que pasan
y no me tiemblan las manos al confrontar las posturas
y tiro los dados con resorte en la voz el gusto y el ritmo
y sé que México es una mixtura conservada por todos
a la hora del espantoso impasse del autoengaño en la víspera;
las cosas que me gustan tienen su hora, el avión y la casa,
la conversación encendida sin saber qué hacer con tanta gente,
el arbusto en el muro y la grieta en la pintura realista;
la flama del amor habita conmigo y sé que todo es difícil
como en una frontera el abandono rasga la prenda
y pongo la idea al fuego que apenas llagando se va.
Esta es mi herida: todo está confundido, los sentimientos,
el sentido gramático que tiene este mundo, las cosas que elijo;
pasar siempre de esta a la otra mitad, creer que el poder es lo último
si cuando me he quedado en los ojos que amo hay esperanza;
a veces me considero perdido y otras tamborileo con los dedos
trepado al tren que no para y que llamamos tiempo y voy muy atento
porque me sé olvidar y tengo en las manos la fuerza de una caricia
y le digo vale al bato desesperado cuando mira en mi cielo el deseo;
que como vivimos soñamos solos en estas tinieblas visibles
no me cabe la duda y me resulta entrañable la tierra que pisamos,
como ondas de radios pasando los muros la tristeza me toca
y no me hago pendejo cuando miro en las sombras ocultos
a todos quienes se saben culpables y a contracorriente me río
como a mis diecisiete le dije a la muerte me encontrarás bien parado. ~