No sé si solo me pasa a mí o es un sentimiento generalizado entre los de mi generación, pero a menudo me siento en este siglo XXI como de turismo por un continente extranjero. ¡Es tan distinto al mundo en el que pasé mi infancia! Algunos cambios han sido indiscutiblemente a mejor, como nuestra relación con el tabaco; otros, no tanto, pero todo es extraordinariamente diferente, incluso lo más insospechado. Así, por ejemplo, hace cuarenta años había un protagonista indiscutible de todas las reuniones sociales: el chiste. Con más o menos gracia, con un repertorio más o menos limitado, todo el mundo en los ochenta reconocía en estas pequeñas historias un pasaporte directo a la aceptación del grupo.
Hoy ya nadie cuenta chistes. Es algo del pasado, como las hombreras o el pelo cardado. Pero ¿acaso hemos perdido el sentido del humor? Claramente no. Pocos rasgos hay que definan tan bien a nuestra especie, por lo que no es fácil que desaparezca. Prueba de la buena salud de la que goza es la creación de organismos como el Instituto Quevedo de las Artes del Humor, cuyo objetivo es fomentar su investigación y su comunicación y difusión a la sociedad civil.
El humor sigue siendo fundamental en nuestra vida, solo que el modo en el que se presenta se ha adaptado a vivir en este nuevo mundo de inmediatez y multimodalidad. Los juegos de palabras, los memes y los chascarrillos llenan las redes sociales y nuestro tiempo libre. Ha cambiado mucho superficialmente, es cierto, pero en el fondo se trata del mismo fenómeno: el humor, que sigue siendo eminentemente verbal, pone el lenguaje al servicio de la felicidad en forma de dopamina.
¿Qué tienen en común los chistes de entonces con las pequeñas píldoras de humor actual? Según Weems, autor de Ja. La ciencia de cuándo reímos y por qué, la neurociencia actual ha descubierto que ambos se componen de tres fases: la construcción de hipótesis, la sorpresa y la resolución.
La primera fase en realidad no es específica del humor, sino un rasgo de funcionamiento de nuestro cerebro. Lejos de ser un receptor pasivo de información, se anticipa construyendo propuestas de explicación. Y cuanto más complejo es el estímulo, más hipótesis contradictorias lanza en paralelo. Unas son más creativas, originales, inverosímiles a veces; otras más conservadoras, analógicas, racionales. Y por encima de todas ellas hay un supervisor, que trata de encontrar la respuesta más adecuada al contexto. Se trata del cingulado anterior, en su doble estructura ventral (emocional, con claras vinculaciones con la amígdala) y dorsal (cognitiva).
La segunda fase del humor se basa en la sorpresa. Para que pueda haber efecto humorístico, es necesario que se produzca en el cingulado anterior un aumento en la actividad cerebral (en términos técnicos, una P300), que no es otra cosa que el efecto de lo inesperado. Es más, parece que cuanto más sorprendente es un chiste, más gracia nos hace. El humor tiene que ver con el placer que produce ser testigo de un cambio de perspectiva, una incongruencia. Todos los de mi edad sonreímos al recordar a Eugenio, serio y taciturno, a punto de contar un chiste que probablemente fuera a ser hilarante. Solo de verlo así, tan formal y grave, ya nos daba ganas de reír. ¿Saben aquél que diu?
Pero es evidente que no todo lo que nos sorprende nos divierte. Por eso, para que se produzca el humor verbal, necesitamos una tercera fase: la resolución. El cambio de perspectiva ha de estar justificado, tener sentido. Es en ese momento, en el que entendemos por qué nuestra hipótesis inicial estaba equivocada, cuando se produce un nuevo incremento de actividad neuronal (una N400) que se vincula con el placer del humor: la risa (o la sonrisa) y la dopamina.
En definitiva, el humor, sea en forma de chiste elaborado o de juego de palabras rápido, requiere de un cerebro creativo que intuya hipótesis, disfrute de la incongruencia y aprecie la resolución. Emoción y cognición al servicio del humor. Porque cuanto mejor es nuestro ánimo, más creativos somos y, como consecuencia, más dispuestos estamos a dejarnos llevar por la risa. Quizá por eso el humor se les da tan mal a las máquinas (y no solo a ellas).
Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).