Bruselas (Comisión), Washington (FMI) y Londres (Financial Times) se hacen eco al unísono de una realidad a voces: España es el farolillo rojo de la recuperación económica en la eurozona. Nuestra economía sigue muy por debajo de los niveles pre-pandémicos y a pesar del previsto rebote para 2021-22 será la última en volver a ese nivel.
No debería sorprendernos. Por dos razones que cansa ya repetir: sufrimos debilidades crónicas que arrastramos desde hace décadas y fuimos los más destructores de nuestra propia economía durante la pandemia.
España cuenta con unas clases media y baja muy vulnerables y muy conscientes de su vulnerabilidad económica. A causa de la merma prolongada de renta, la preocupación y la precaución han frenado el desembolso. Por ello, la recuperación del consumo doméstico en España ha sido mediocre y deficiente en comparación con otros países de nuestro entorno. No todo ha sido el boom de cañas y tapas en Madrid.
¿La causa de esa vulnerabilidad?
Perpetuamos dos dualidades bochornosas en nuestra economía: la del mercado de trabajo (fijo vs temporal) y la de dos Españas con divergente desempeño educativo y formativo. Y eso se traduce en dos economías cada vez más desconectadas: la del tejido competitivo, exportador e internacionalizado con empleados fijos y la de la mayoría de las PYMES, autónomos y masa laboral temporal que arrastra ineficiencias y vive de lo que gaste la otra España y los turistas.
Todo ese desacoplamiento ahonda en la desigualdad social y condena a esa clase trabajadora de autónomos y temporales, que es legión, a un bucle de precariedad en la parte baja de la tabla de la globalización. ¿Responsables? Sucesivos gobiernos. Este problema viene de lejos. Y nada en lontananza electoral que sugiera visos de enmienda.
Pero esto no acaba aquí.
Por otra parte, España se empleó a fondo en masacrar su economía en 2020. No solo durante el primer confinamiento sino durante a lo largo del año pasado y parte del presente: desorden normativo, predicción hiperoptimista, incertidumbre constante, magras ayudas, lectura equivocada de la naturaleza de la crisis, ningún plan cabal de reordenación económica. En fin, la desafortunada mentalidad triunfalista de “poner la economía en la nevera” para después descongelar en el microondas y santas pascuas. Es decir, destruir para reconstruir como si la macroeconomía fuera un entretenido videojuego de simulación como el SimCity o el Imperivm.
Algunos ya advertimos allá por primavera de 2020 que con esa mentalidad se estaba cometiendo un error grave de juicio consecuencia de una mentalidad de rebaño de manual. Se nos repetía con convicción que esto era una crisis económica cortita y casi todo se arreglaba con cubrir salarios vía ERTES para puentear la caída pasajera de rentas. Solo habría que respirar hondo, contener la respiración, cerrar los ojos y esperar a que se aplanara la curva gracias a la épica sanitaria.
Sin embargo, pronto quedó claro que la pandemia no era simplemente un shock transitorio en el lado de la demanda, sino un shock prologando en el lado de la oferta, inédito y con un final todavía incierto.
Urgía hacer una lectura completamente distinta de lo que se estaba pergeñando desde las instancias de un Estado jaleado por un parnaso intelectual entusiasmado y henchido de orgullo por poder recetar (esta vez sí) medicina keynesiana al por mayor sin penalización macro-financiera.
Por ello en España perdimos un año deleitándonos con puro estímulo fiscal (que además resultó ser bochornosamente insuficiente por ineficiente), dejando que todo se desmoronase, y sin apenas planificación ni recursos para reestructurar el tejido económico (¡Ya lo hará Europa con su maná condicionado!). Mientras, en otros países se aceptaba que esto iba para largo y que había que asistir a las empresas para que se adaptaran, se transformaran y aprendieran a operar en condiciones muy distintas a las pre-pandémicas durante al menos 2 o 3 años.
¿El resultado? Pues que no arrancamos. Que seguimos esperando incrédulos, casi exigiendo, que se nos devuelva la economía tal cual estaba en 2019. Sin embargo, todo ha cambiado: la globalización, la manera de hacer turismo, el patrón de consumo, las cadenas de suministros, el valor de la formación….
Y España en sus trece: sin acometer una armonización laboral, educativa y formativa al alza, sin rebajar el listón, y con una actitud de pasividad absoluta en el diagnóstico y solución de nuestros males económicos, dejándolo todo en manos del “que reconstruyan ellos” comunitario, pues tranquilos que nosotros ya nos encargamos de destruir a conciencia.
Fotografía: El presidente Pedro Sánchez es aplaudido por los miembros de su gabinete tras cerrarse el reparto de los fondos europeos, en julio de 2020.
Toni Timoner es especialista en escenarios de riesgo global en una institución financiera en Londres.