García Márquez escribió que todas las personas tienen una vida pública, una vida privada y una vida secreta. En Estados Unidos y en los demás países que conforman la anglosfera persiste desde hace tiempo el tropismo que rechaza la separación entre la vida pública y la privada. El viejo eslogan feminista “lo personal es político” ejerció tanta influencia en parte porque muchos estadounidenses, la mayorría de los cuales se habría calificado de antifeministas en la época, ya lo creían. Ningún país de Europa Occidental ni Canadá, por supuesto, tiene un sistema electoral tan corrompido por el dinero como el de Estados Unidos. Pero, a la vez, ningún electorado de Europa Occidental o de Norteamérica está tan obsesionado con lo que los estadounidenses llaman el “carácter” de sus candidatos. Por ejemplo, nunca se ha elegido como presidente de Estados Unidos a alguien que no profesase creer en Dios.
Y quien dude de que este rechazo a toda auténtica separación entre lo público y lo privado no es real solo debe asomarse a las universidades estadounidenses, las cuales se consideraron durante mucho tiempo obligadas a adoptar la doctrina (y se daba por supuesto que los padres de los alumnos lo aceptaban y obraban en consecuencia) de in loco parentis. Sin embargo, este planteamiento es tan ajeno a la educación superior en la mayor parte de la Europa continental como la idea de que el deporte universitario debe desempeñar una función central en la vida universitaria.
Llamo la atención sobre ello porque el hecho de que las universidades impongan a sus alumnos normas antirracistas al estilo del movimiento Woke y de las propuestas de Ibram X. Kendi y Robin DiAngelo o, al menos, cedan cuando se presentan reclamaciones de que se violan dichas normas, no es algo inusitado. Desde la perspectiva presentada por la derecha de Sinclair Radio y Fox News, lo Woke ha triunfado a causa del fanatismo de una ínfima minoría de profesores que imparten, y de estudiantes que adoptan, los postulados de Marcuse y la teoría crítica. Su relato fundacional anti-Woke es el de un secuestro. Pero la realidad es que las universidades estadounidenses siempre han asumido que su función es, entre otras cosas, defender la moral y la cultura imperantes de la época. Actualmente, lo Woke y el degradado antirracismo de Kendi y DiAngelo son los planteamientos morales convencionales, y los estudiantes deben, y que Foucault me perdone, ser adiestrados para aceptarlos y castigados cuando no lo hagan.
Repito, no hay nada nuevo en sostener que es moral y éticamente incorrecto distinguir entre lo personal y lo político y social. Piénsese en la reificación de esta idea en las leyes suntuarias cristianas, y sobre todo, protestantes. La imposición del llamado lenguaje inclusivo, que ahora es más bien la norma no solo, y esta vez que Dwight Eisenhower me perdone, en el Complejo Filantrópico/Académico/Cultural, sino en Silicon Valley y en buena parte del resto del ámbito corporativo estadounidense, es el equivalente contemporáneo de un conminado comportamiento simbólico, al margen de las incontables diferencias sustanciales entre Palo Alto y la Ginebra de Calvino.
No hay razón para suponer que esto no habrá de prosperar. Una capa del ámbito académico Woke plantea que lo Woke es un proyecto social tan radical y a su manera tan milenarista como el marxismo, y esa perspectiva ha influido en muchas personas que trabajan en la salud pública. Pero basta la prontitud con la que el ámbito corporativo estadounidense ha adoptado el boato de lo Woke para saberlo. Los beneficios corporativos inusitados de 2021 se cosecharon al mismo tiempo que una versión domesticada de lo Woke se ha convertido en una característica distintiva del capitalismo en la anglosfera. Y, qué duda cabe, el “antirracismo” al estilo de Kendi-DiAngelo no solo no es anticapitalista, sino que es en sí mismo un negocio muy provechoso, bajo el aspecto de cursos, retiros, ampliación de los departamentos de Recursos Humanos y nuevos departamentos de Diversidad, Equidad e Inclusión, absolutamente anclado en lo que algunos en la izquierda insisten en llamar Capitalismo Tardío, pero que no es, en realidad, sino Capitalismo Reciente.
Sin embargo, ¿qué sería del gusano sin su manzana? Y aquí hay que recordar la tercera categoría de García Márquez: la vida secreta, la que por supuesto se refería sobre todo a la vida sexual con los demás ¿Cómo se gestiona eso en las soleadas planicies de lo Woke? En la Ginebra de Calvino, la vida secreta fue reprimida con bastante eficiencia. En la Gran Bretaña victoriana se reprimió con mucho éxito en la clase media ascendente y, a pesar de su mojigatería, predominó sobre la cultura en general. Pero no logró domar ni la oscuridad de las vidas de los pobres (a pesar del metodismo, a pesar de la capilla) ni de las clases altas. Para los hombres (muy pocas mujeres participaban en la “vida secreta” por razones obvias) Londres era una ciudad de hipocresía sexual diurna y un enorme archipiélago nocturno de burdeles.
Lo Woke se enfrenta a una situación parecida. Predica una exigencia de buen comportamiento sexual que resulta muy radical. Sobra decir que las personas pueden copular con quienes quieran; de hecho, uno de los supuestos fundamentales de lo Woke es que todos los binarios sexuales o están equivocados o son, al menos, deficientes. Pero han de hacerlo de modo no solo consensuado, sino también contractual: está bien si haces esto, no está bien si haces aquello, etcétera. No soy capaz de responder cómo se puede mantener semejante disciplina dado el consumo de alcohol y drogas que prevalece entre los estudiantes. Pero los nuevos códigos sexuales preconizan la capacidad de organizar –también podría decirse que de burocratizar– el deseo, y me parece poco probable que prevalezca la eficacia de estas formas de la disciplina –las órdenes desde el panóptico de la rectitud sexual, por así decirlo– cuando se enfrentan al poder desinhibidor de la bebida, las drogas y la música popular, entre otras razones porque cuando llegan a la adolescencia la mayoría de los jóvenes han visto literalmente miles de horas de pornografía dura en internet, cuyas imágenes, digamos, no cumplirían con los comportamientos y reticencias sexuales que se exigen a los alumnos en lugares como Oberlin College.
Si la analizamos en términos crudos y observamos las horas que se dedican a visionarla, la pornografía constituye hoy día una parte muy amplia de la vida sexual de la mayoría de los jóvenes. Y lo que ven no los prepara para cumplir con las normas –y perdón por el atrevimiento– del “sexo en Oberlin”. Al contrario, se inician en el ámbito de la vida secreta de García Márquez. Entonces, ¿cómo conciliar Oberlin y Tumblr? La respuesta, por lo pronto al menos, es que uno se debatirá en sus relaciones sexuales públicas, con su pareja o en esta época de poliamor militante, con sus otras parejas, y hará lo posible por ser ético, respetuoso, etcétera. Pero la vida secreta se desarrollará simplemente a través de Tinder, donde se pueden exponer sin rodeos las propias preferencias, por muy oscuras o irracionales que sean, y casi siempre se encuentra a alguien que comparte esos mismos gustos. Y como en los burdeles de la época victoriana, uno no mantiene más que una relación erótica con la persona con la que se enrolla, y es poco probable, salvo que uno se enamore, supongo, que vuelva a verla más que unas cuantas veces a lo sumo, y a menudo solo una vez.
Así pues, ¿quién es la persona creyente en lo Woke, antirracista comprometida y en general buena y, digamos, rellene usted el espacio en blanco si se atreve, aunque utilizaré “ellos” por lo pronto, que escribirá o rodará una película equivalente a las memorias de Frank Harris sobre sus aventuras sexuales en el submundo sexual del Londres victoriano, cuyo título, tan justo ahora como entonces, era sencillamente Mi vida secreta?
Traducción del inglés de Aurelio Major.Publicado originalmente en el Substack del autor, Desire and Fate.
David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditó su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.