“Las viejas antinomias espíritu/materia, materia/forma, todavía nos obsesionan con tanta fuerza como el antiguo dualismo de la forma y del fondo. Aunque quede alguna forma de significación o de comodidad en esas antítesis en el campo de la lógica pura, quien quiera comprender algo de la vida de las formas debe empezar por desentenderse de ellas.” Esta es una de las recomendaciones que nos da Henri Focillon, desde el año 1934, en su Vida de las formas, recién publicado por la editorial Elba con traducción de José Ramón Monreal. Se trata de un ensayo que estudia las artes plásticas (aunque también atiende a la literatura y a la moda) a partir del desarrollo de las formas, de los volúmenes y las sinuosidades, a lo largo de la historia y en las diferentes culturas. Elba lo incorpora ahora a su catálogo de libros que se acercan con notable sentido literario a algún aspecto del arte, tanto clásicos como novedades. El de Focillon es de los clásicos, y también es un escritor atento y estimulante, a menudo sorprendente. Transmite una sensación de cercanía mientras habla de nociones que parecen en principio de lo más volátiles. Me he preguntado varias a veces a lo largo de la lectura a qué se debía ese curioso efecto de calidez, teniendo en cuenta que se trata de un manual de arte, y creo que tiene que ver con su desvío del camino académico a pesar de los temas que trata y de la erudición con que se maneja. Tiene que ver con que su estudio avanza al ritmo de la escritura, sin tratar de imponer una idea preconcebida que se hubiera hecho de las funciones y la naturaleza del arte. Comparte con nosotros su empeño en comprender lo que ha ido intuyendo a lo largo de años de estudio, y nos permite ver el mecanismo que hace que sus ideas se desplieguen.
Resumiendo a lo grande, si es que eso es posible, Henri Focillon se dedicó a la historia del arte porque su acusada miopía le impidió continuar el oficio de su padre, grabador, aunque la tesis la hizo sobre Piranesi y sobre el grabado en Venecia y Roma en el siglo XVIII. La tesis la publicó en 1918, y antes de su Vida de las formas publicó otros libros como El arte búdico, un estudio sobre Hokusai, El arte de los escultores romanos o De Callot a Lautrec. Perspectivas del arte francés o una vida de san Francisco de Asís. Es decir, temas más específicos a lo largo de cuyo estudio debió de ir conformando las nociones que expuso por fin en este libro. Por cierto, la misma editorial Elba publicó el año pasado sus Cartas desde Italia, enviadas durante el viaje que hizo en 1906, a los 25 años, animado por su padre. La formación sentimental de Focillon no puede separarse de la intelectual, como explica en la introducción su colega Andrés Chastel. Desde su infancia se interesó por el arte y estuvo en contacto con artistas. Es también Chastel quien nos ofrece una pista crucial para seguir el tratado que estamos a punto de leer: “todo en Focillon comienza por el discurso, no por el método”. Y recordar eso nos ayudará a seguir la lectura del tratado. No conviene que busquemos en estas páginas una fórmula resumible, sino más bien que nos dejemos conducir por la escritura de Focillon párrafo a párrafo.
Vida de las formas se divide en cinco grandes apartados: El mundo de las formas, Las formas en el espacio, Las formas en la materia, Las formas en el espíritu y Las formas del tiempo. El autor reconoce al principio la labilidad de su tema de estudio, y resuelve fijarse en las obras de arte en sí mismas, como representantes de sí mismas, antes que entregarse al desarrollo de conceptos abstractos. Renuncia también a enredarse en el dilema dual que mencionábamos al principio, recurre a ejemplos de artistas concretos e insiste en lo determinante que es la materia de las piezas para la forma final que adoptan.
Tan esclarecedor como el estudio introductorio de Chastel resulta el epílogo del semiólogo Jean Molino, que también ayuda a comprender el texto no siempre transparente de Focillon, con observaciones como que “para él el conocimiento no son solo ideas, sino ideas inmediatamente asociadas a formas”. Quizá la manera más sencilla de abordar el texto de Focillon sea leyéndolo como quien da un paseo conversando con él, por un museo, alrededor de una catedral, no esperando que se nos transmitan unas máximas con las que conformaremos un decálogo, sino abiertos a recibir la intuición que nos brinda la disposición andarina. De esa manera es más fácil comprender su concepción de la arquitectura gótica, por ejemplo, o las sensaciones que le provocan artistas como Rembrandt o Turner, que nos confía y en las que investiga sin las andas de la idea preconcebida.
Completan el volumen dos breves textos más de Henri Focillon: Elogio de la mano y Elogio de las lámparas. La sensación de estar leyendo a alguien muy antiguo y muy moderno a la vez, como un extraño contemporáneo que hubiese salido de las sombras del tiempo, es incluso más fuerte en estos dos textos. Focillon se acerca a la mano no solo como tema artístico, sino también como agente de las posibilidades humanas: “enseña al hombre a dominar la extensión, el peso, la densidad, el número”. Su elogio de las lámparas es un texto muy corto y desconcertante en su textura literaria: directamente parece un poema simbolista. Acaba así: “Todo el arte de vivir consiste en apoderarse, no de la parte superior, sino de las criptas”, y esta puede ser la guía para leer su obra. Focillon nos hace sospechar que su manera de escribir, y por tanto todas las maneras de escribir, es una forma sujeta a las mismas variaciones que los volúmenes plásticos.
Vida de las formas
Henri Focillon
Traducción de José Ramón Monreal
Introducción de André Chastel
Epílogo de Jean Molino
Elba, 2024
198 páginas
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).