Celia Paul

Celia Paul: pintura y vida

“Uno de los mayores desafíos que enfrenté como artista y mujer es el conflicto entre que me importe alguien, amar a alguien, y al mismo tiempo permanecer íntegramente dedicada a mi arte”, escribe Celia Paul.
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“La pintura se convirtió en mi manera de preservar mi vida interior y mantenerla bajo control” ya desde los años del internado en Devon, cuenta la pintora Celia Paul en Autorretrato (traducción de Esther Cross, publica Chai editora). Es un libro fácilmente reducible a temas que son tendencia ahora: mujeres, arte y pintor famoso (Lucian Freud) ennoviado con estudiante de arte. Sin embargo, eso sería una reducción simplista. Autorretrato es un libro sobre la relación de Celia Paul con la pintura, que es lo que mediatiza toda su vida, es lo que usa para hablar de sus relaciones familiares, amorosas y con su hijo. 

El carácter de Celia Paul se manifestó bastante pronto: cuenta aquí que a los cinco años fingió enfermar de leucemia para llamar la atención de su madre. Sus padres lo interpretaron como un milagro “generado por las plegarias”. Ella lo sintió como un triunfo: “Mi madre me cuidó con devoción el resto de mi vida”; también fue su principal modelo para sus pinturas hasta su muerte en 2015. 

“No soy una pintora de retratos. A lo sumo diría que me dedico desde siempre a la autobiografía, a la crónica de mi vida y mi familia”, escribe en el prólogo. Autorretrato no sigue un orden necesariamente cronológico, aunque es posible reconstruir la biografía (más o menos) de Paul. El encuentro con Lucian Freud al poco de llegar ella a Slade es fundamental, estuvieron juntos unos diez años. Curiosamente, el nacimiento del hijo de ambos, Frank, le dio serenidad y confianza para centrarse en su arte y separarse de Freud sin rencor, sin sufrimiento. Siguieron en contacto hasta la muerte de él. 

La pintura, los cuadros que pinta, quiere pintar, las modelos que contrata, cómo es ser modelo de pintura, porque ella también posó, ocupan la parte fundamental del libro. Las descripciones de los cuadros son claras y se comprenden a un nivel que va más allá de la descripción. 

“Uno de los mayores desafíos que enfrenté como artista y mujer es el conflicto entre que me importe alguien, amar a alguien, y al mismo tiempo permanecer íntegramente dedicada a mi arte”, escribe Paul. Ese choque se da no solo en el amor de pareja, también hacia su hijo: “El amor que sentía por él me daba miedo. Me preguntaba si no estaba mal, si no era raro que lo hiciera sentarse sobre las rodillas de mi madre y me quedara mirándolo desde mi sitio, un poco más arriba. La que tenía que estar ahí era yo. Me daba cuenta de que él pensaba lo mismo y de que en su mirada había un rastro de indignación, de orgullo herido. Me costaba dibujarlo tal como era.”

Escribe Celia Paul: “La pintura es el lenguaje de la pérdida. Se raspan capas de pintura una y otra vez, se reconstruye, y se pierde de nuevo. A la esperanza le sigue el desaliento y luego la esperanza. ¿Se puede elaborar el vacío de la pérdida por medio de este proceso de pintar, que se estructura ante todo alrededor de la pérdida?”. Algunos de los cuadros que pintó Paul son cuadros de duelo, por la muerte del padre, por la muerte de la madre: “El cuadro es gris y apagado. Los vestidos parecen mortajas de color ceniza. Las hermanas comparten su pena en silencio. Es como si todo se viera a través de una nube de humo y ceniza. No me incluí en el cuadro para no quebrar la unidad del grupo. Hubiera tenido que dibujarme pintando en el espejo. Y hubiera quedado demasiado dinámica, además de romper el silencio.” 

Autorretrato es el libro de la vida de Celia Paul, que en su caso, equivale a decir la pintura. 

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