Ante la reciente partida de Juan Tovar se ha delegado al teatro la responsabilidad de hacerle los honores correspondientes, aunque en realidad son varios los géneros literarios que tendrían que declararse de luto, dada su prolífica capacidad en el terreno de la escritura. Juan Tovar, nacido en Puebla de los Ángeles en 1941, se inició en la narrativa bajo la tutoría de Juan Rulfo, Juan José Arreola y Salvador Elizondo en el Centro Mexicano de Escritores, e incursionó en el guion cinematográfico con películas como Reed, México Insurgente, dirigida por Paul Leduc en 1973. También se desempeñó en la traducción, la adaptación de obras para la escena y la docencia.
Aunque su amigo José Agustín declaraba entre broma y franca sinceridad que era “el Chejov de la literatura de la onda”, es difícil encasillar a Tovar en una generación o estilo: son los temas que habitan su universo los que logran ubicarlo en el concepto de lo “antihistórico” acuñado por Rodolfo Usigli. Su dramaturgia, considerada de importancia por Luz Emilia Aguilar Zinzer “por su voluntad de mirar al presente en la reflexión del pasado […] con un rigor y cultura fuera de lo común”, se ocupa de indagar en los meandros del drama que conforma la historia nacional no desde el solemne rito de la efeméride, sino desde el estudio profundo que constituye el carácter de los protagonistas y los acontecimientos que han forjado nuestra compleja identidad.
Rodolfo Obregón, director de escena e investigador, considera que “nadie como él abrazó con tal pasión al teatro (que Ibargüengoitia abandonó para su suerte y nuestra desgracia) y a la historia de México, para descubrir la manera en que ésta continúa actuando en el presente de sus moradores”. En obras como La madrugada (1979), El destierro (1982), Las Adoraciones (1983) y Manga de Clavo (1985), realizada en colaboración con Beatriz Novaro, el dramaturgo y actual director de la Compañía de Teatro de la UV, Luis Mario Moncada, reconoce una descendencia en línea directa de Usigli que pasa por Ibargüengoitia, en su tratamiento apartado del discurso oficial y el punto de vista humorístico. Pero afirma que, a diferencia de ellos, Tovar contaba con una investigación y fidelidad a los hechos que fue “evolucionando del ejercicio dramático de reconstrucción a la creación del entorno fársico y fantasmal en el que la historia no puede ser contada de otra manera”, aludiendo a la cualidad que posee el autor poblano para hacer transitar a sus personajes por la arena movediza del pasado y el presente que constituye esa herida abierta que es la historia nacional.
Dentro de su libro de teoría Doble vista: teoría y práctica del drama (El Milagro, 2006), Tovar afirma que “sólo la imaginación permite tratar un tema histórico”
((Juan Tovar, Doble vista. Teoría y práctica del drama, El Milagro-CNCA, México, 2006, pp. 177.
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, no en referencia a la alteración de los acontecimientos que conforman el drama de la historia, sino a la indagación profunda sobre los personajes y sus motivos, que permite “bajar a los héroes de los monumentos para ponerlos a la altura de los hombres”
((Idem, pp. 177.
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y así lograr no sólo hacerlos vivir en la escena, sino llegar al “alma de los hechos históricos”. Pero su mirada no se detiene en el pasado y continúa ahondando en la tragedia nacional con obras como El trato (1998), relacionada al TLC, y el ciclo dedicado a Huaxilán (1997), un país caótico, violento e imposible que guarda demasiadas similitudes con el nuestro.
Juan Tovar cultivó dentro de sus obras una colección memorable de caracteres, de entre los que destacan Carlos Ometochtli, Antonieta Rivas Mercado, Antonio López de Santa Anna y al polémico tirano Victoriano Huerta, a quien recupera y reivindica en toda su dimensión en la obra Fort Bliss (1993). El dramaturgo y director Ricardo Pérez Quitt considera que “sus personajes se apasionan y afectan por las situaciones pretéritas que dan como resultado en ellos un presente de desasosiego, reflexivo, filosófico, poético, político e histórico”, tal como lo constata el diálogo sostenido entre Benito Juárez y Porfirio Díaz en la obra Las piedras (2014):
Benito: Como una pintura nos iremos borrando.
Porfirio: ¿Y todo lo que construimos?
¿Lo que tú fundaste y yo consolidé?
¿El país que fue el México moderno?
Benito: Piedras, Porfirio. Puras piedras.
Ahí míralas a ver qué rastros hallas.
En sus páginas dedicadas a la escritura escénica también puede constatarse el enorme conocimiento sobre la teoría dramática y el lenguaje coloquial y culto que logra un balance raramente logrado entre la construcción del carácter y la trama. El dramaturgo Hugo Alfredo Hinojosa reconoce que Tovar “no fue un autor que forzara la salida de la poesía en el diálogo directo sino que la poesía se construía a partir del intercambio entre sus personajes, quienes, muy a la manera inglesa, se ganan el derecho de sus soliloquios y a crear poesía-metáfora con sus pasiones dichas sobre las tablas”.
Alumno destacado de Emilio Carballido y Luisa Josefina Hernández, Tovar comenzó a impartir clases de teoría dramática, dramaturgia y guion cinematográfico en el Centro Universitario de Teatro, el Foro de Teatro Contemporáneo y el Centro de Capacitación Cinematográfica, en donde es recordado por diversas generaciones de dramaturgos y guionistas quienes lo valoran por su gran cultura y generosidad, aunque en el aula también solía hacer gala de su característico hermetismo y timidez. Daniel de la O, director y dramaturgo, experimentó una faceta de Tovar como docente en la que “era la clase de maestro que tenía paciencia, escuchaba en silencio y solo si era necesario, te desarmaba con un par de frases que te hacían sentir curiosidad por saber más”.
A diferencia de muchos de sus contemporáneos y aún de los maestros que lo formaron, Jaime Chabaud, dramaturgo y editor, celebra que a Tovar “no le interesaba en absoluto hacer escuela y formar un séquito de seguidores, sino que aprendieran los alumnos (…) Admirador de Aristóteles, Juan nos machacó los conceptos de la Poética sin venderla como el único camino. En aquellos años reinaba aún la tiranía de la teoría de los géneros dramáticos que trajo debajo del brazo de la Universidad de Yale Rodolfo Usigli cuando fue estudiante. Teoría que a rajatabla te recetaban en la Universidad como si de las tablas de Moisés se tratase”. En ese respecto es importante señalar el disenso que Juan Tovar sostenía frente a la teoría de los géneros, pues consideraba que todas las obras pertenecían al género de la tragicomedia. Posición férrea que abolía el pasado conservador de la confección dramática y apuntaba hacia una postura existencial en donde lo tragicómico se ubica en la posibilidad de ‘poner en evidencia la relatividad de las cosas’”
((Ibid. pp. 219.
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Exiliado voluntariamente en Tepoztlán, Morelos, Tovar cultivó ahí una fecunda carrera literaria y la férrea fidelidad a sí mismo, misma que lo alejó de la convivencia y las relaciones públicas que suelen lograr una posición dentro del mundo cultural. Es por ello que los escenarios de la actualidad no siempre lo tengan contemplado en su programación, pero en otros tiempos logró ver una bonanza gracias a la complicidad y admiración que sostuvo con los directores Ludwik Margules y José Caballero, entre otros que lograron montar sus obras y adaptaciones fuera del Centro, como Rodolfo Obregón y Martín Zapata. Su último montaje visto en la Ciudad de México fue La hecatombe bajo la dirección de Carlos Corona, en 2018, año en el que recibió la Medalla Bellas Artes por el INBAL.
Juan Tovar fue un escritor prolífico que deja tras de sí una gran cantidad de obras que están en espera de ser editadas, entre ellas el segundo volumen de su Teatro Reunido por el FCE, compilado y prologado por el dramaturgo y director Flavio González Mello, acaso uno de los más grandes conocedores de su obra. Ricardo Pérez Quitt recalca la importancia de que “…su muerte física no debe tratarse de una fría estadística, sino tratarse de una tragedia para el teatro y de luto nacional. Puebla y México, junto con sus cientos de alumnos, deben despedirlo con dignidad póstuma. Con montajes de sus piezas, con aplausos, reflectores de luz intensa y grandes telones rojos”. Por su parte, Rodolfo Obregón homenajea su memoria a través de las palabras del personaje de Santa Anna en la obra Los restos: “Representamos, nada más, eso es todo lo que hacemos; circulamos por los sueños de la raza dando cuerpo a sus ideales, inventándole un destino… […] Alguna huella dejamos sin embargo”.
Descanse en paz, Juan Tovar.
es dramaturga, docente y crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-Fonca.