Paseo de la Humanidad, Alberto Morackis y Guadalupe Serrano. Tomado de https://www.flickr.com/photos/jonathanmcintosh
Paseo de la Humanidad, Alberto Morackis y Guadalupe Serrano. Tomado de https://www.flickr.com/photos/jonathanmcintosh

La frontera México-Estados Unidos es Babel

Passage of Humanity (Paseo de la Humanidad) es una de las expresiones más complejas del arte de la frontera. Evita complacerse en el melodioso discurso de la diversidad y a cambio recrea la sensación abrumadora del desencuentro entre culturas.
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Quién podría haber imaginado que una nueva etapa del muralismo brotaría en la frontera México-Estados Unidos. Lejos de Rivera, Siqueiros y Orozco, lejos también de las fachadas de los edificios de gobierno y los interiores de los exconventos de la capital, el desierto liminar no se antoja un lugar propicio para el arte de grandes miras. Mucho menos si se considera que la policía fronteriza de Estados Unidos, empeñada en mantener su lado de la barda calladita y limpia, vigila la zona para que a nadie se le ocurra acercarse con mensajes subversivos y una lata de pintura en aerosol escondida bajo la chamarra.

A pesar de tantas condiciones no desfavorables sino adversas, una nueva forma de arte público ha surgido en nuestra parte del muro. El arte fronterizo trabaja con chatarra sobre lámina y metal (no en paredes de cal y yeso como acostumbraban los muralistas), echa mano de la escultura improvisada y rápida, de los memoriales y el grafiti y hace tiempo que dejó de repasar las planas de la historia de la Independencia y la Revolución para mejor dedicarse a atender la épica de la migración.

Passage of Humanity (Paseo de la Humanidad) es una de las expresiones más complejas del arte de la frontera. Hay quien teje y cuelga del muro una enorme Virgen de Guadalupe con la obvia intención de afirmar la cultura hermana a los pueblos separados por la frontera. Guadalupe Serrano y Alberto Morackis, miembros del Taller Yonke, se resisten a este tipo de soluciones: se apartan del tono conciliador porque prefieren problematizar el encuentro entre México y Estados Unidos (para pensarlo, incluso, como desencuentro). El suyo es uno de los murales más valiosos porque no sentimentaliza la migración.

Ubicado entre las dos Nogales (la de Arizona y la sonorense), Passage of Humanity parece el segundo tomo de los códices que narran la migración de Aztlán a Tenochtitlán. Con una versión actualizada de los recursos narrativos y visuales de los mexicas, este mural cuenta los pormenores del viaje que ahora hacen los latinoamericanos. La frontera que los separa de su destino es más que un andén o un corredor: es un sitio y tiene su propio altepetl (el glifo que en náhautl designa el nombre de un pueblo): un mapa de ambos países que detrás de una reja sugiere lo contrario, un no-lugar, una geografía cancelada. El mural de Serrano y Morackis se articula en este tipo de contradicciones, entre señales que parecen ser y no son.

Así ocurre con los lenguajes que se cruzan en la frontera. Algunos personajes exhalan vírgulas (el glifo náhuatl que designa la palabra o el canto): tal como están –y sin más indicaciones– sabemos que hablan, pero no lo que dicen. Sobre la silueta de una mujer está dibujado el lenguaje de señas de los sordomudos. Tres personajes estadunidenses (un policía fronterizo, un hombre que tiene el logotipo de Mastercard en la cabeza y una mujer con la cara de la Estatua de la Libertad) hablan un remedo del latín hecho de palabras trozadas y oraciones truncas que en algo se parece al Lorem Ipsum, la plantilla que se usa en las versiones preliminares de los libros y los sitios web, esa que nada comunica y que es apenas una muestra de cómo se vería un texto formado; aunque la versión de Serrano y Morackis tiene una dificultad añadida: es el segundo revoltijo del latín ya revuelto que es el Lorem Ipsum. Uno se percata de ello en el intento inútil de la traducción: “lorem” es un pedazo de la palabra dolorem y a “luptatum” le hace falta una sílaba para que diga voluptatum; los vocablos que parecen tener traducción no la tienen y los que sí existen no son más que palabras sueltas.

Uno cree que entiende, se esperanza con la impresión de que entiende a medias y al final no entiende nada. Entre glifos que no dicen, señales incomprensibles, el falso latín, la palabra “trabalenguas” en el mapa que lleva tatuado uno de los migrantes y una bandera que colocada al revés tampoco refiere a un país específico, los signos de Passage of Humanity se fingen lenguaje: son la apariencia de la comunicación. 

La iconografía es igual de laberíntica: parece que el mural quiere dar cuenta de todo lo que somos y lo que hemos sido. Aquí, una cabeza olmeca; allá, una variedad de chiles mexicanos (un habanero o quizá un chile chipotle), junto a unas flores que parecen nochebuenas y un puñado de bombas atómicas que caen en picada. En una sección, un narcotraficante persigue con su macana de obsidiana a un hombre, lleva tatuado el retrato de su familia en el torso y a la virgen de Guadalupe a cuestas. En otra sección, un policía fronterizo corretea con un bat azul de béisbol a un hombre todo ojos e intestinos y a otro que le reza a Juan Soldado (un santo que ampara a los migrantes). En otra más, un grupo de personas recibe una lavadora y el cadáver amortajado de un paisano, entre alusiones al maíz, sí, pero también a Maseca y al logotipo de la Secretaría de Economía que  asegura, en este caso con algo de ironía, que “lo hecho en México está bien hecho”. En actualización de los códices mexicas, las personas que migran no se representan con glifos, sino como los muñequitos de palo de las señales peatonales.

¿Acaso no sería insoportable ver el pasado completo y todo el presente de un solo golpe? ¿No retrocederíamos, atarantados por la confusión? ¿Conseguiríamos espabilarnos o nos perderíamos para siempre en esa reunión de todo que es lo ininteligible?

Entre el vértigo de referencias indescifrables; símbolos e imágenes que saltan desordenados entre épocas y en medio del crucero de los idiomas intraducibles, Passage of Humanity evita complacerse en el melodioso discurso de la diversidad y a cambio recrea la sensación abrumadora del desencuentro entre culturas. La frontera México-Estados Unidos es Babel: tanta sobrecarga de signos puede terminar en un corto circuito.

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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