Foto: Yunuen Díaz.

“Entiendo la fragilidad como una posibilidad de cambio”. Entrevista con Magali Lara

Una conversación con la artista mexicana a propósito de su mural Trópico fantasmático: borramientos, que se presenta en La Tallera, antigua casa y taller de David Alfaro Siqueiros en Cuernavaca.
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¿Qué es Latinoamérica? ¿Un territorio o una narración? ¿Un paisaje o un espectro? ¿En qué consiste su tropicalidad? ¿En convertir su territorio en naturaleza abaratada para una economía extractiva o en la latente posibilidad de rebelión?

Magali Lara (México, 1956) es una de las exponentes más importantes del arte contemporáneo mexicano. Su carrera comenzó en los años setenta, incorporando lenguajes femeninos en un entorno artístico en el que las mujeres aún eran percibidas como musas y no como artistas. Ligada a la poesía, su pintura apela a la intimidad, a la expresion del colapso emocional normalmente acallado en un mundo racionalizado. Combinando figuración y abstracción, el universo de Magali Lara expresa un constante desdibujamiento emotivo, una lírica de belleza perturbadora.

Este año, por invitación del curador Willy Kautz, la artista ha realizado el mural Trópico fantasmático: borramientos, que se presenta hasta el 13 de agosto en La Tallera, antigua casa y taller de David Alfaro Siqueiros en Cuernavaca.

Este mural, el más grande realizado por la artista en su larga carrera, constituye un diálogo entre dos grandes pintores mexicanos confrontándose a dos momentos fundamentales de la historia. En efecto, con él, Lara busca responder, exponiendo su propia visión de nuestro presente, al mural de Siqueiros La América tropical oprimida y destrozada por los imperialismos, de 1932.

Siqueiros realizó ese, su cuarto mural, en la ciudad de Los Ángeles, dentro de la estancia que tuvo tras ser expulsado de México por su militancia política. En él podemos observar a un joven indígena crucificado frente a un templo prehispánico erguido entre enormes árboles angulosos y retorcidos que han perdido sus hojas. En la esquina derecha, dos personajes con armas parecen preparar un levantamiento. El mural presenta una escena dramática en uno de los momentos de declive económico de Estados Unidos, una denuncia de los extractivismos que convirtieron a América Latina en lo que algunos teóricos han nombrado como zona de sacrificio. El mural no fue del agrado del mecenas y fue borrado, si bien fue restaurado en el año 2012 con fondos públicos del gobierno de Los Ángeles y de la Fundación Getty. Su permanencia en el imaginario californiano, a pesar del borramiento, lo convirtió en una especie de espectro. Esto fue retomada por el curador Willy Kautz para proponer la relectura de la obra en el ciclo América espectropical.

Si Siqueiros pintó su mural frente al colapso capitalista de la Gran depresión de 1929, en un contexto posrevolucionario de cambios políticos, económicos y sociales, Magali Lara lo hace frente a la crisis climática, una situación que nos ha recordado la magnitud global de los problemas contemporáneos.

La respuesta de Lara, expuesta en la sala principal del museo, ha sido un mural efímero. A diferencia de la retórica del movimiento muralista, que buscaba materiales duraderos (como la pintura automotriz usada por Siqueiros), la artista se ha decantado por lo perecedero, eligiendo como material el carboncillo.

Si en ambos murales la naturaleza tiene un lugar fundamental, en la obra de Magali Lara se convierte en personaje principal. Vemos en su propuesta manchas oscuras que se vuelven árboles, volcanes, tierra, ojos. Una naturaleza insumisa que nos observa: espectral y casi amenazante. Este mural apela a la vulnerabilidad, uno de los temas que la artista ha trabajado de manera constante y que desde el ecofeminismo se ha vuelto central: el hacer patente que la vida es frágil y, por tanto, necesita de cuidados.

Entrevisté a Magali Lara  sobre este trabajo.

¿Cómo surge la idea del mural?

Este proyecto surgió porque íbamos a hacer una revisión de mi trabajo de los años noventa, que es cuando vine a Cuernavaca. Había muchas imágenes de plantas que se relacionaban con el mural de Siqueiros. Sin embargo, La Tallera tiene un problema de humedad, entonces por recomendación del INBAL no se podía montar obra. Ese era uno de los retos. Entonces pensé en hacer algo que fuera parte de la práctica feminista de nosotras las artistas de los setenta: hacer un dibujo. Tenía todo el sentido del mundo porque el dibujo en ese entonces era obra menor y justo por eso nos daba la oportunidad de explorar una estética alternativa con el cuerpo en el centro. Es curioso cómo hicimos algo muy contundente sin teorizarlo y ahora podemos ver sus implicaciones en un giro de la práctica artística a materiales más endebles, elegidos por su significado. Para nosotras, la obra en papel daba una alteridad importante con respecto a los valores estéticos de entonces, como luego lo hizo el performance. Este en particular es un dibujo efímero, está hecho con papel y carbón, no hay nada más. Va a cambiar por el clima, se va a modificar; de hecho, ya se ha ido modificando por la humedad. Y además está el vacío de la sala, me gustaba que se pudiera ver la arquitectura.

¿Cómo encontraste la manera de contestar al mural de Siqueiros?

Foto: Yunuen Díaz.

Desde mi propia experiencia y mi propia historia, pero en diálogo con lo que él proponía. Algo que me llamó la atención del mural de Siquieros fue la figura central, me recordó a la foto que usó Georges Bataille en Lágrimas de Eros y que también utilizó Salvador Elizondo en Farabeuf. Es la fotografía de un hombre chino de nombre Fu-zhu-li, recibiendo lo que se llama muerte por mil cortes. Son fotos muy impresionantes de torturas extremas que al parecer se reproducían en tarjetas postales. La conexión con nuestro propio consumo a través de los medios de comunicación con imágenes semejantes es abrumadora y me desata muchas preguntas. En el caso de Siqueiros se vuelve una imagen religiosa católica: una crucifixión. Todo eso me parecía un monumento a la destrucción. Entonces pensé que aunque en la versión de Siqueiros él dice hablar del imperialismo, en realidad nos presenta una batalla entre la naturaleza y lo humano. Creo que nosotros ahora la podríamos ver desde otro lugar, desde una perspectiva feminista.

Me gusta cómo en tu mural la naturaleza es un personaje en sí mismo y no sólo parte de un paisaje.

A mí me interesan las deidades ctónicas, que tienen que ver con la tierra y la fertilidad. Es curioso cómo el inconsciente funciona y estas imágenes aparecen. La idea de los ojos también es curiosa, es la percepción de que la naturaleza también te mira. Los nuevos feminismos entienden que somos parte de un organismo viviente que es la Tierra y en ese sentido la mirada no es privilegio nuestro, esa es una de las cosas más importantes. Otra cosa que trabajamos mucho fue que el piso también estuviera habitado de una u otra forma, por eso vemos las ramas extenderse en él. Además quería tener un diálogo con Siqueiros, ya que desde el espacio principal se puede ver la sala poliangular que dialoga con el mural.

Es evidente ese diálogo entre ambas poéticas al entrar a la sala. También ahí hay un distanciamiento de tu parte: mientras Siqueiros elige sobre todo líneas rectas y figuras geométricas en la sala poliangular, tú trabajas con formas sinuosas, mucho más orgánicas. ¿Cómo fue el proceso creativo? ¿Cómo fuiste dando forma a la imagen del mural?

Lo hice con recortes, yo siempre tengo recortes de papel. Eso por un lado, por otro lado, dibujo constantemente los árboles de mi casa. Dibujar árboles es un ejercicio que me da precisión y observación, me ayuda a tener líneas continuas. Pensé que en lugar de esta imagen del crucificado, debería haber un árbol que está a punto de caer, porque estamos en un momento en que, de verdad, si no cuidamos nuestro entorno, quién sabe qué va a pasar. Entonces el árbol es la figura central, pero es un árbol que no está muerto, sino que está en esta posibilidad, digamos, de caer o de generar alguna otra cosa.

Foto: Yunuen Díaz.

Después vinieron las manchas. Yo había estado trabajando con dibujos monstruosos, con manchas que no tienen una forma clara, que parecería que están a punto de devenir en un animal o algo más perturbador. Los llamo fantasmas. Los he trabajado desde hace algunos años. De hecho, desde 2012 hice una serie que se llamaba “Futuro”; en ella había una mancha negra, una bola negra, en realidad, y estaba vinculada con la película Melancolía. Siento que a partir de 2012 todo lo que sabíamos comenzó a ser cuestionado de maneras inesperadas, y siento que hay una parte en eso positiva. Pero también vemos más destrucción, como una mancha negra que cada vez ocupa más espacio y que también tenemos todo el tiempo presente.

No es el fin del mundo, sino el fin de lo que creímos que era el mundo. Yo recuerdo a Matthías Goeritz hablando de la necesidad de hacer un cambio radical porque estábamos en una crisis ecológica. Esto en 1970, pero todos nos olvidamos de ello y seguimos como si nada. Al Gore volvió a decirlo hace años y tampoco pasó gran cosa. Ahora sí.

Por otro lado, aparece de nuevo en este mural el texto, la poesía con la que siempre has tenido relación.

La poesía permite que entiendas y no entiendas, hay en ella una apertura entre lo que llamamos entender y saber. Escogí este poema de Alejandra Pizarnik de Árbol de Diana. Le puse globos de palabras a la figura que tienes enfrente al entrar a la sala porque siento que las palabras ahora han perdido peso, por alguna razón. De este otro lado sentí que había una energía más femenina, la mancha parece una bruja y cuando le pusimos las raíces, que tenga raíces también me gustó mucho. Para mí son dos negritudes diferentes.

Foto: Yunuen Díaz.

Una especie de bruja-árbol…

Bueno, una energía femenina, de alguna manera. Si tú ves el papel recortado que está en los bocetos de las vitrinas, tiene la forma, pero en la pared adquirió una personalidad muy peculiar. Esto para mí es interesante del propio trabajo, lo que tú imaginas es diferente de lo que sucede en el espacio. Otra cuestión interesante es que ciertas partes del mural, como la que está entre las ventanas, se irá blanqueando por la luz del sol. Entonces irá apareciendo otro dibujo involuntario hecho con las reparaciones hechas previamente sobre la pared. Esto le da una textura distinta.

¿Cómo decides oponerte al material de “Siqueiros”, a la pintura automotriz y todo lo industrial?

Mucho del trabajo de las mujeres artistas en los años setenta  tenía que ver con encontrar lugares donde la experiencia de la fragilidad estuviera presente, cosa que en Siqueiros en principio no aparece. Él era una figura heroica, su manifiesto “No hay más ruta que la nuestra” nos habla de su personalidad. Y sin embargo, yo creo que después de salir de la cárcel él mismo comienza a cuestionarse. Hay piezas que tienen una cosa muy ambigua; una especie de tambaleo en sus propias creencias.

Yo entiendo la fragilidad como una posibilidad de cambio y como una perspectiva para ver de otra manera. Esto me parece importante, y más en esta época en la que el Apocalipsis parece que ya está presente. Creo que cuando puedes empezar a trabajar desde otro lugar que no sea la desesperación, sino la parte afectiva, comienza una parte de cambio. Esto hace un poco más amable la vida, más vital.

¿Cómo ha sido para ti trabajar con este espacio?

Es una sala complicada porque es poliangular, tiene estas columnas y luego tiene las cadenas en el techo. Es gigante. Por otro lado, ¿cómo no tenerle miedo al vacío? Esa es la lección del arte conceptual y el arte minimal: no tenerle miedo.

¿Las manchas rojizas tiene algún significado especial?

Son una energía de vida y también es una especie de energía en expansión, por así decirlo. Son algo vital que no se aparta de la oscuridad, pero tiene su propia lógica. En términos formales han servido también para puntear el espacio y dirigir la mirada, entonces también hay una red sutil entre estas diferentes fuentes de color. Por otro lado está una mancha que de pronto cuando la empecé a hacer, parecía el continente, parecía Sudamérica…

Foto: Yunuen Díaz.

¿Una América tropical oscura?

Totalmente. Soy muy fan de Von Humboldt y me acuerdo hace ya algunos años, cuando salió una biografía fantástica, leí que él muy pronto hizo esa advertencia, que, si seguíamos explotando la Tierra como la explotamos, especialmente en las colonias, estábamos cavando nuestra propia tumba. Eso lo dijo hace tantísimo tiempo y no hemos aprendido la lección.

En mi jardín, por ejemplo, desde hace ya algunos años las orquídeas no florean como antes. Tenemos mucha migración de pájaros de muchos colores que no solían verse. La vida de los insectos también ha cambiado, antes había más variedad y ahora vienen especies distintas. Antes había mucha lluvia y luego sol, y en los últimos años no alcanzan a secarse las casas, entonces todas están llenas de humedades, también la escasez de agua últimamente, en fin, son cosas muy dramáticas. Yo lo que siento que también se notó mucho con la pandemia de covid es que los gobiernos no ven todo lo que vemos nosotros, porque lo que nosotros vemos no parece estar reflejado en las decisiones políticas. ~

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Es escritora, crítica de arte y académica. Su libro más reciente es Todo retrato es pornográfico (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015)


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