Internet está en su crisis de la mediana edad

Como en cualquier crisis de maduración, internet puede precipitarse en su camino autodestructivo. Pero podemos aprovechar el momento para construir uno mejor, basado en el principio esencial de que la red nos pertenece a todos.
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Las bromas y los memes que dicen que la compra de Twitter por Elon Musk son prueba de una enorme crisis de la mediana edad son, en parte, acertados. Internet, al menos, está teniendo una crisis así.

Muchos de quienes crecimos junto con la red ahora estamos llegando a la mediana edad, y tenemos suficiente experiencia con internet para saber lo que hace bien y lo que hace mal. Como en cualquier crisis de maduración, internet puede precipitarse en el abismo, siguiendo su camino autodestructivo, o podemos aprovechar el momento para construir un mejor internet basado en el principio esencial de que la red nos pertenece a todos.

Twitter no es solo una plataforma. Es la forma en que algunos vivimos, trabajamos y sobrevivimos. Muchos hemos argumentado durante mucho tiempo que Twitter, Facebook y otras plataformas son servicios públicos: brindan un servicio esencial al público al permitir el flujo de comunicación que sostiene las comunidades, el comercio y el acceso a información crítica. El hecho de que uno de los hombres más ricos del mundo pueda comprar Twitter y arruinarlo ha provocado una epifanía para muchos de sus devotos más leales: activistas, periodistas, políticos y, sí, troles. Necesitamos remodelar internet –o al menos, una pequeña parte– para respaldar este espíritu público. Pero eso requiere lidiar con preguntas que le han quitado el sueño durante décadas a las personas dedicadas a pensar las políticas del internet, por ejemplo, ¿quién paga la cuenta y quién establece las reglas de participación?

Aquí hay una propuesta para cuando Musk finalmente se dé cuenta de que es responsable de destruir algo que una vez amó lo suficiente como para pagar 44 mil millones de dólares, y que la mejor opción para salvar Twitter, o su propia solvencia, es dejarlo ir. No es improbable que las circunstancias se desenvuelvan de forma tal que Twitter acabe vendiéndose a un precio (comparativamente) de remate, como Myspace. Y cuando eso ocurra, una combinación de organizaciones de servicio civil global y emisoras de servicio público debería intervenir para poseer colectivamente la plataforma.

Piensa en un Twitter que sea propiedad de (pero no necesariamente operado por) organizaciones como, por ejemplo, Médicos sin Fronteras, la Universidad de Oxford y Radio France en lugar de Musk o de accionistas corporativos. Piensa en el “Nuevo Twitter”, pero sin todos los chistes malos de la “Nueva Coca-Cola”. El Nuevo Twitter es Twitter renacido, no muy diferente de lo que es ahora, imperfecto y esencial, pero ya no impulsado por la expectativa del mercado de obtener ganancias y crecer.

En su forma madura, Twitter cotizaba en bolsa y era, como tal, susceptible a todos los incentivos capitalistas para maximizar las ganancias; pero al menos le pertenecía a sus accionistas. Esta estructura corporativa produjo una empresa altamente imperfecta que proporcionaba una plataforma para #blacklivesmatter y los supremacistas blancos, #metoo y los grupos de machos alfa, periodistas y teóricos de la conspiración por igual.

Twitter solo era gratuito en un sentido nominal, dado que nuestra atención y nuestros datos estaban pagando la factura (de manera precaria, según parece, dados los mediocres ingresos publicitarios). Pero el hecho de que Twitter no costara dinero real eliminó una barrera de entrada que permitía que los grupos marginados lo usaran. Cuando Musk amenazó con cobrar por la verificación, solo puso en mayor relieve las similitudes entre Twitter y otros servicios públicos como el agua y la electricidad.

En general, la idea de que el internet nos pertenezca a todos tiene un corolario político: el gobierno debe regularlo para evitar los peores excesos del abuso capitalista, sirviendo como representante del público.

Ahí es donde comienzan los problemas. La regulación gubernamental del internet suena ominosa, hace pensar en Gran Cortafuegos de China y los autócratas de todo el mundo que tienen la capacidad de cerrar los proveedores de servicios de internet en sus países, y obligar a Facebook, Google y Twitter a que cumplan sus órdenes o paguen las consecuencias.

Además, tenemos pocos precedentes de espacios digitales públicos y colaborativos, aunque los que tenemos (Wikipedia, The Internet Archive y Mozilla Foundation) brindan ejemplos esenciales de lo mejor que el internet puede hacer: difundir conocimiento a gran escala. Sin embargo, esto no es rentable, y todas estas organizaciones cuentan con apoyo filantrópico. No son tanto una plaza pública como un punto de partida para el conocimiento público.

Tampoco existirían sin trabajo gratuito. Por ejemplo, Wikipedia cuenta con el apoyo de la Fundación Wikimedia, pero también depende de sus voluntarios y editores –en su mayoría blancos, hombres y anglófonos–;la Fundación Mozilla cuenta con los programadores que aceptan una visión libre y de código abierto de la web. The Internet Archive es, en esencia, una gran biblioteca pública, y las bibliotecas nunca han sido apoyadas por el mercado, sino que dependen de los mecenas o del dinero público para existir.

Con ese modelo como inspiración, el “Nuevo Twitter” podría ser una plataforma de comunicación global, propiedad de una coalición de partes interesadas con mentalidad de servicio público y operada por ella. Pero para mantener Twitter, este necesita conservar algunas propiedades y características centrales de la plataforma que la gente ha valorado. Es decir, debe ser gratuito, debe tener escala y, para bien o para mal, debe ser un lugar para la libre expresión. Twitter necesitaría tener una correa larga, al igual que los proveedores de transmisión pública bien respaldados en las democracias de todo el mundo que se han mantenido a distancia de la censura del gobierno.

Algunos ya han abogado por una infraestructura de servicio público digital de este tipo. Ethan Zuckerman, profesor de la Universidad de Massachusetts en Amherst, argumenta que las redes sociales en su forma actual, impulsada por las ganancias, no son buenas para la democracia; un público digital necesita herramientas digitales diseñadas específicamente para fomentar la democracia. Reconoce que esta infraestructura no generará dinero y necesita fondos públicos para apoyarla.

De manera similar, Eli Pariser, el autor de The filter bubble, está proponiendo el equivalente digital de los parques públicos. Señala, con razón, que Twitter y otras plataformas son espacios comunes que solo se sienten como espacios públicos, pero que realmente son propiedad de empresas tecnológicas con fines de lucro.

Pero estas versiones de la web que comienzan con la democracia no suenan particularmente divertidas, y necesitas diversión para mantener a los usuarios. Mastodon, que se propone como una alternativa a Twitter, fue diseñada para ser descentralizada y democratizada, y para promover el discurso civil definido por una comunidad. Muchos lo han encontrado sermoneador, difícil de manejar y, en el mejor de los casos, un sustituto anodino.

Quizá la economía de la máquina de atención y la democracia no puedan ir de la mano. Sin embargo, existe un extenso legado de tecnología de la comunicación, desde el telégrafo hasta la televisión por cable, que ha resultado de esta mezcla de asociación público-privada: producida y mantenida con el apoyo del gobierno pero con la administración de empresas privadas como RCA, AT&T y Westinghouse. Hay pocos ejemplos contemporáneos, en parte porque mucha de la tecnología se financia indirectamente: las empresas de capital de riesgo financian a otras empresas que fabrican cosas.

Sugiero una ligera revisión del enfoque del espacio público digital: imaginemos el Nuevo Twitter en Estados Unidos como una asociación público-privada. A menudo, este tipo de asociaciones ven su demostración tangible en los estadios y, a veces, toman la forma de colectivos de apoyo o bancos locales que dividen los costos con el público. Los estadios son divertidos, unen a la gente y también son imperfectos: indisciplinados, corporativos, ruidosos, y sí, las multitudes pueden convertirse fácilmente en turbas. Sin embargo, lo mismo también puede suceder con nuestro comportamiento en internet.

Tal vez el Nuevo Twitter es un sueño imposible. Pero los sueños nos inspiran a pensar en grande. Internet está formado por la humanidad y le da forma: es un espejo de la casa de la risa que refleja, amplifica y distorsiona nuestros mejores y peores impulsos.

La belleza de una propiedad distribuida globalmente del Nuevo Twitter es que sería desordenada, situada en contextos culturales y nacionales específicos, y decididamente imperfecta. Pero si logramos reimaginarlo como algo destinado al público y no a las ganancias, podríamos pensar en el internet como un derecho humano esencial, como el aire o el agua; algo que todos tenemos que proteger para sobrevivir. ~

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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(elle/elles) es profesorx asociadx de comunicación en la Universidad de San Diego y miembrx del Open Markets Institute.


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