Al-Jazeera, la controvertida voz de un nuevo Medio Oriente

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Si un evento definió a la televisión por cable como un medio informativo importante fue la Guerra del Golfo Pérsico, un acontecimiento que la cadena CNN convirtió en espectáculo y entretenimiento las 24 horas del día y la noche. Con la misma contundencia con que el ejército estadounidense aplastó al iraquí, la cadena con base en Atlanta conquistó al público mundial. A partir de entonces el consumo de noticias cambió en el mundo entero. El público de todas las latitudes se acostumbró a confiar en la cobertura a nivel global que daban CNN y sus imitadores, aunque en ocasiones la información ofrecida no fuera más relevante que las glamorosas presentaciones con gráficos y temas musicales específicos para cada tragedia, conflicto o catástrofe.
     A medida que ha pasado el tiempo, el modelo de la información en la televisión por cable ha perdido algo de credibilidad y buena parte del público alrededor del planeta ha comenzado a desconfiar de la veracidad e imparcialidad de CNN, MsNBC y Fox News Network, así como de otros canales y servicios de noticias occidentales. Esto se ha manifestado de manera más brutal en el Medio Oriente, donde las políticas estadounidenses hacia la zona, en particular en relación con Irak e Israel, tan sólo han aumentado el escepticismo propiciado por la cobertura de estos medios en su región.
     En casi todo el mundo los medios de comunicación árabes se caracterizan por no ser más que aparatos propagandísticos estatales totalmente serviles a sus regímenes. En esto coinciden los gobiernos conservadores, como los reinos de la península arábiga, donde se ejercen las formas más extremas de la censura, y los regímenes moderados como el de Egipto, donde los editores de los tres principales periódicos, Al-Ahram, Al-Akhbar y Al-Gomhouriya, son designados por el presidente de la república y defienden al pie de la letra la línea oficial. Desde Marruecos hasta Yemen, el concepto de libertad de expresión ha sido siempre prácticamente desconocido, y los árabes han contado con noticias locales e internacionales provenientes de fuentes extranjeras para tener una visión un poco más amplia e imparcial de lo que sucede.
     La censura, manipulación y represión han moldeado el carácter de los más de trescientos millones de seres humanos que viven en las 22 naciones árabes. Esta situación es responsable del malestar, desconfianza y credulidad palpables en las innúmeras teorías del complot (en las cuales sionistas y estadounidenses planean maliciosamente la destrucción de los árabes) que aquejan a la región. En ese clima apareció en 1996 el canal de noticias Al-Jazeera, el cual fue el resultado de la ruptura de un contrato entre el Servicio de Radio y Televisión Orbital saudita y la división de la televisión árabe del servicio de noticias de la BBC. El gobierno saudí tenía la intención de financiar un canal noticioso panárabe, pero desde el inicio tuvieron conflictos con la BBC respecto de la independencia editorial que tendría el servicio. De las ruinas de ese proyecto nació Al-Jazeera, un canal por satélite financiado con un subsidio de 140 mil dólares del emir de Qatar, Sheik Hamad bin-Khalifa al-Thani, y para el que fue contratado el personal editorial del servicio televisivo árabe de la BBC. El canal se estableció en Doha, la capital del emirato, con la promesa del emir de no intervenir en los asuntos del canal.
     Al Jazeera comenzó a destacar como una voz independiente que no tardó en conquistar a los televidentes con provocadores programas de debate y análisis en los que se discutían y comentaban temas hasta entonces tabú en el Medio Oriente, como la corrupción oficial, la libertad de expresión, la poligamia, los vínculos del Islam con el Estado y los derechos de la mujer, entre muchos otros. Al-Jazeera adoptó como eslogan "La opinión y la otra opinión", y desde entonces se ha dedicado a presentar los dos lados de todo conflicto, aun cuando para hacerlo haya violado algunos de los dogmas más delicados del mundo árabe, como entrevistar a oficiales israelíes.
     Al-Jazeera ha podido mantener su independencia gracias a la tolerancia del emir, quien desde que le arrebató el poder a su padre ha realizado modestas reformas para introducir una incipiente democracia en Qatar, pero más que nada ha intentado dar relevancia internacional a su nación al exportar una voz provocadora y honesta de un Medio Oriente en proceso de transformación, una voz con reminiscencias del panarabismo socialista de las décadas de los 60 y 70 (pero con una nueva actitud de respeto hacia los regímenes monárquicos). Esta voz ha sido un verdadero vínculo del mundo árabe y ha dado sentido a lo que Mohammed El-Nawawy y Adel Iskandar definen en su libro, Al-Jazeera: How the Free Arab News Network Scooped the World and Changed the Middle East (Westview Press, 2002), como el "destino conjunto de los árabes", eso que va más allá de la retórica oficial, que importa más que la religión y la lengua comunes y que une a pueblos diversos a través de fronteras, continentes y los más antagónicos intereses nacionales.
     Al-Jazeera conquistó al mundo árabe (se estima que actualmente tiene 35 millones de espectadores) con su valerosa, aunque de acuerdo con algunos incendiaria, cobertura de la segunda intifada palestina en septiembre del 2000, pero saltó a la fama planetaria en octubre del 2001, cuando "se apoderó" de las imágenes de la guerra estadounidense contra Afganistán, al ser el único canal que podía transmitir desde las zonas bajo el control del régimen talibán. Más tarde fue este canal el que tuvo las primicias de los famosos vídeos de Osama Bin Laden y se convirtió en su único contacto con el mundo. Fueron estos eventos los que pusieron a Al-Jazeera a competir al tú por tú contra los gigantes del negocio, pero también le costaron ser satanizado y señalado por varios medios occidentales y por burócratas en el gobierno de George Bush como el portavoz del terrorismo.
     El-Nawawy e Iskandar escriben que Al Jazeera trata de demostrar que puede alcanzarse la objetividad al presentar todas las opiniones sobre cualquier tema. Este canal aspira a una objetividad contextual, "porque el medio debe reflejar todos los lados de la historia pero manteniendo los valores, creencias y sentimientos de su público", algo por lo cual rara vez son criticados los medios occidentales. El emir de Qatar se ha negado a silenciar, controlar, escrutar o manipular a Al Jazeera en lo que respecta a sus críticas al resto de los países del Medio Oriente. Sin embargo, el canal prácticamente no reporta ni cuestiona nada de lo que sucede en esa pequeña nación de 744.500 habitantes. Esto es especialmente grave con los preparativos de la inminente guerra en contra de Irak, debido a que, como escribe Nawaf Obaid, el autor del libro The Oil Kingdom at 100, Al Jazeera ha ignorado que Qatar se volvió uno de los principales aliados de los Estados Unidos en esta aventura bélica. Resulta preocupante que en ese canal no se haya mencionado la descomunal expansión de la base aérea de Udeid, que cuenta ahora con más de tres mil militares estadounidenses, nuevos hangares, nuevas pistas, nuevos almacenes y una flota de aviones KC-10 y KC-135. Asimismo, Al Jazeera no ha hecho mención alguna de las relaciones que tuvo Bin Laden con la familia real qatarí y que han sido documentadas por varios servicios de inteligencia. Al-Jazeera tiene el potencial de transformar de manera indeleble el Medio Oriente y de servir como un vínculo de comunicación no solamente en el mundo árabe, sino también entre los árabes y Occidente. No obstante, al dar carta blanca a su país anfitrión, el canal por satélite está asegurando su supervivencia al precio de lesionar su credibilidad. >

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(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).


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