Tengo que confesar que me preocupa un poco la expectación que ha creado la nueva actualización del Diccionario de la Lengua Española, con la incorporación de nuevas unidades léxicas. Y es que me temo que este interés de los medios de comunicación y de la población en general no se debe a que los hablantes de pronto adoren la lingüística descriptiva y quieran conocer los motivos que han llevado a los académicos a seleccionar unas palabras sobre otras. Lejos de este interés profesional, la mayor parte del público busca en esta actualización del diccionario conocer qué palabras “están bien” a partir de ahora. O, incluso, en los casos más graves, qué palabras “existen”. Así, de un modo simétrico al mito de la gramática, del que os hablé aquí, surge el mito del diccionario. Como si las palabras que nos sirven para entender el mundo y para comunicar nuestras ideas a los demás necesitaran de un bautismo académico para existir. Como si, por efecto de una poción mágica, las consecuencias se convirtieran en causas y los efectos en principios.
Las palabras, claro está, pertenecen a los hablantes y se sitúan en el cerebro. En algunas lenguas, algunos investigadores (los lexicógrafos) se dedican a rastrear el uso de estas palabras y las recogen en libros. Esta tarea es muy útil, en realidad; sobre todo en aquellos casos en los que las lenguas tienen muchos hablantes. Su misión es decirnos qué palabras se usan, con qué sentido, en qué contextos y con qué consecuencias; nos debe alertar sobre si una palabra se considera actualmente vulgar o si se usa poco, o la usa solo un determinado sector de la población. Su misión es descriptiva y esa es la razón por la que debe actualizarse de vez en cuando. Pero si una palabra que se usa no está en el diccionario, el problema es del lexicógrafo y no de los hablantes. Pensar que son los diccionarios los que establecen qué palabras existen es, si se me permite la metáfora, como creer que cambiando lo que escribimos en el prospecto de un medicamento su principio activo funcionará de otra manera.
La vida de los seres humanos está hecha de palabras. A lo largo de nuestra vida aprendemos muchas y las almacenamos en nuestro cerebro. Pero, a pesar de todo, en muchas ocasiones nos encontramos con que no contamos con la palabra que necesitamos. Buscamos y buscamos en nuestro diccionario mental, pero ninguna nos sirve. Puede ser culpa de un olvido momentáneo (¡qué mal se pasa!); puede ser porque tengamos que nombrar algo tan nuevo que no nos sirvan formas antiguas; puede ser porque nuestro carácter bromista necesite jugar y hacer un chiste. Sea por lo que fuere, en innumerables ocasiones necesitamos que alguien cree una nueva palabra para nosotros.
¿Y qué hacemos en esas ocasiones? ¿Tenemos cada uno de nosotros asignado un académico de referencia para que nos cree una palabra adecuada a la situación? Por supuesto que no. Porque los responsables de la creación de palabras, los verdaderos creativos, somos cada uno de nosotros, los hablantes. Y lo hacemos sin graves problemas, pues nuestro cerebro está equipado con los procesos adecuados para hacerlo. Que se nos olvida el verbo adelgazar, pues usamos desengordar; que los coches ahora son eléctricos, pues creamos las electrolineras; si el exceso de información nos marea, hablamos de infoxicación, si nuestros jóvenes van a clase la mitad de los días, creamos la semipresencialidad; que un montón de mosquitos nos atacan, urge un mosquiticidio y si el confinamiento se alarga mucho más de lo que esperábamos, lo llamaremos sinfinamiento.
Todos estos neologismos se pueden usar en la conversación, los hablantes saben crearlos sin necesidad de que nadie les enseñe y sus interlocutores los entienden. Está claro que no todos tendrán una larga vida, no muchos se convertirán en palabras de uso generalizado y solo unos pocos entrarán en el diccionario, pero todos ellos, con más o menos éxito, son palabras de nuestro idioma.
Seamos adultos. Dejemos de pedirle a un comité de sabios que nos confirme que todo está bien. Y sigamos creando nuevas palabras. Porque la capacidad de crear nos hace humanos.
Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).