Dentro de un par de días se llevará a cabo la cuarta edición del Cancerotón, una iniciativa del patronato del Instituto Nacional de Cancerología que desde 2014, en alianza con universidades y gobiernos estatales, recauda dinero para “concientizar y prevenir el cáncer” y poner en marcha clínicas de prevención y detección temprana. El patronato es una asociación civil, así que básicamente ellos deciden qué uso darle al dinero recaudado. Y aunque estoy segura de que tienen las mejores intenciones, llama la atención que sigamos creyendo que iniciativas dispares y esfuerzos aislados –pero súper optimistas y positivos– (“Si nos juntamos se pueden hacer muchas cosas” y “tengamos esperanza”) nos permitirán plantarle cara a una enfermedad que ya es la segunda causa de mortalidad en América Latina y cuya incidencia (si no se hace algo al respecto), según cálculos, aumentará entre 2012 y 2035 en 91%, mientras que los casos de muerte se elevarán en 106 %.
The Economist Intelligence Unit acaba de publicar un reporte titulado Control del cáncer, acceso y desigualdad en América Latina: una historia de luces y sombras. El reporte analiza los aspectos destacados, las omisiones y dificultades que enfrentan doce países de Latinoamérica (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay) en su lucha contra el cáncer y en sus esfuerzos por ofrecer prevención y atención accesible a la población. El reporte es esclarecedor porque pone de manifiesto la importancia de tener una política pública para combatir el cáncer. Muestra que no existe una correlación entre PIB per cápita y lucha contra la enfermedad (por ejemplo, Perú[1] y Colombia[2] no son las economías más sólidas de la región, pero sus planes detallados y específicos de control del cáncer les permiten tener un mejor desempeño). Y, lo que es más importante, confirma que no hay fórmulas mágicas, soluciones únicas ni simples y que los países de la región deben compartir sus experiencias y aprender de ellas.
The Economist identifica cinco áreas prioritarias, comunes en todos los países:
- Los planes nacionales de control del cáncer: Aunque son cada vez más comunes en América Latina, es necesario que dejen de estar solo en papel. México ahora mismo trabaja en el suyo.
- Un registro de datos que permita no solo estimar la frecuencia epidemiológica y las tendencias de tumores, edad, género y lugar de residencia, sino también evaluar la calidad del diagnóstico y el tratamiento que se les brinda a los pacientes. México aprobó en abril de este año el Registro Nacional de Cáncer
- Construir sobre la base de la prevención y el diagnóstico temprano: La OMS estima que para lograr algún cambio, programas como el screening para el cáncer de mama deben aplicarse al 70 % de la población objetivo –en México alcanzan solo al 22%.
- El presupuesto para atención sanitaria en general, y en particular para equipo y recursos humanos especializados en oncología, debe incrementarse. En nuestro país hay 1 oncólogo por cada 420 pacientes.
- Derribar barreras para lograr un mayor acceso: Aunque cada vez más personas tienen acceso a atención sanitaria y a tratamientos contra el cáncer, con frecuencia aquellos que viven en el campo o quienes se encuentran en el sistema de salud “equivocado” carecen de cobertura para ciertos padecimientos oncológicos. Por ejemplo, el Seguro Popular empezó cubriendo solo el tratamiento del cáncer de cuello de útero, y si bien la lista de padecimientos ha ido aumentado (ahora incluye cáncer de mama, próstata, colorrectal, testicular y ovárico) los tipos de cáncer que tienen la quinta, sexta y séptima tasas de incidencia (pulmón, estómago e hígado) siguen sin estar incluidos.
Pensar que el cáncer es un “regalo” o un “rito iniciático que cambia la vida” podía estar muy bien en 1940, cuando era la decimocuarta causa de muerte entre los mexicanos. Pero ahora que es un serio problema de salud pública con elevadas tasas de incidencia, mortalidad y carga económica, la manera de enfrentarlo exige enfoques más racionales y sistemáticos.
[1] El Plan Esperanza, que ahora no está vigente, mejoró el acceso geográfico y cultural a la oferta de servicios en salud de promoción, prevención, diagnóstico temprano, diagnóstico definitivo, tratamiento recuperativo y paliativo del cáncer, así como el acceso económico a la oferta de servicios en salud de cáncer de la población de bajos recursos.
[2] El Observatorio Nacional de Cáncer fue concebido como un sistema inteligente que estructura y organiza la información de cáncer en adultos y niños. No solo monitorea indicadores, sino que identifica condiciones que pueden contribuir o influir en la salud de la población, da seguimiento a las políticas relacionadas con el cáncer, emite alertas y recomendaciones y detecta necesidades o ausencia de investigación sobre el cáncer en todas las etapas de su historia natural.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.