Empecemos con una imagen general.
-La antropología sostiene desde hace tiempo que, en las sociedades de cazadores-recolectores, los hombres se encargaban de la mayor parte de la caza y las mujeres de la recolección.
-Un artículo publicado en 2023 por Abigail Anderson y otros autores causó un gran revuelo al sugerir que este punto de vista es básicamente un mito. Según Anderson y sus colegas, en muchas sociedades cazaban ambos sexos, no solo los hombres.
-El artículo atrajo mucha atención mediática, casi toda positiva. Pero ¿realmente los antropólogos habían pasado por alto la caza femenina durante más de un siglo de investigación sobre los cazadores-recolectores?
-Un artículo nuevo (en prepublicación) de Vivek Venkataraman y otros 14 expertos en cazadores-recolectores sostiene que no. En su opinión, el artículo de Anderson contiene defectos fatales que socavan su desafío a la visión antropológica estándar. Entre otras cosas, Anderson y sus colegas pasaron por alto muchas sociedades en las que la caza femenina es mínima o inexistente, codificaron erróneamente sociedades sin caza femenina como sociedades con caza femenina y trataron la caza femenina como un asunto binario de sí o no, ocultando grandes diferencias en la cantidad de caza que practican hombres y mujeres.
-Además, el hecho de centrarse exclusivamente en la caza resta importancia a otras áreas en las que las mujeres contribuyen mucho más que los hombres.
Contra el Hombre Cazador
¿Cómo se ganaban la vida los seres humanos antes de tener trabajos de 9 a 5, supermercados y Uber Eats? La mayoría de la gente, creo, es al menos vagamente consciente de que, durante la mayor parte de la prehistoria humana, vivíamos como cazadores-recolectores: Cazábamos animales y recolectábamos plantas. Sospecho que la mayoría de la gente también sabe que estas tareas no estaban repartidas por igual en los grupos de cazadores-recolectores: En la mayoría de los casos, los hombres se encargaban de la caza, sobre todo la mayor, y las mujeres de la recolección. O al menos eso es lo que nos han contado.
Pero ¿se trata de un mito sexista? ¿Hemos subestimado enormemente la cantidad de caza que practicaban nuestras antepasadas y exagerado la división del trabajo por sexos entre nuestros antepasados cazadores-recolectores?
Según un artículo publicado en 2023 en PLOS ONE, la respuesta es un sí rotundo. El trabajo, dirigido por la bióloga Abigail Anderson, analizó la literatura antropológica y aisló 63 sociedades tradicionales con datos relevantes sobre la caza. Estudiando las cifras, los autores concluyeron que en el 79% de las sociedades cazaban ambos sexos, y no solo los hombres. Y las mujeres no solo cazaban animales de caza menor; en el 33% de las sociedades, también cazaban animales de caza mayor. Así que adiós al Hombre Cazador.
A los medios de comunicación les encantó. Un titular de la CNN describía el trabajo como “Derribando el mito de los hombres como cazadores y las mujeres como recolectoras”. New Scientist proclamó que “El mito de que los hombres cazan mientras las mujeres se quedan en casa es totalmente falso”. Scientific American tuiteó que “La idea de que los hombres evolucionaron para cazar y las mujeres para atender a los niños y las tareas domésticas es una de las más influyentes de la antropología. Pero los datos disponibles no la apoyan”. Incluso la prestigiosa revista Science se unió al coro, anunciando que “Un estudio mundial acaba con el mito del “hombre cazador””. El mensaje del artículo –o, mejor dicho, una versión exagerada del mismo– parecía ser algo que mucha gente quería oír.
El mito del mito del Hombre Cazador
¿Pero era cierto? ¿Habían matado Anderson y sus colegas a un gigante: el mito del hombre cazador?
Es cierto que, en muchas sociedades de cazadores, las mujeres a veces cazan. La idea de que los hombres siempre cazan al 100% y las mujeres al 0% es un mito. Pero es conocimiento común en las ciencias humanas. Por eso, al describir el estilo de vida de los cazadores-recolectores en mi libro The ape that understood the universe, señalé que “ambos sexos tenían ‘trabajos’ fuera del hogar: Los hombres se encargaban de la mayor parte de la caza y las mujeres se encargaban de la mayor parte de la recolección”. [Cursivas añadidas.] Claro, algunos profanos podrían pensar que la caza es competencia exclusiva de los hombres. Pero esa no es la opinión generalizada en antropología. La opinión generalizada es que, aunque las mujeres a veces cazan, los hombres cazan mucho más.
Pero lo importante es que Anderson y sus colegas no se limitaban a cuestionar la opinión profana de que los hombres lo hacen todo, sino que también cuestionaban la opinión antropológica estándar. En su opinión, las mujeres cazan mucho más de lo que los antropólogos habían supuesto hasta entonces; lo suficiente, de hecho, como para que las nociones tradicionales de una marcada división del trabajo por sexos resulten engañosas.
Cuando leí el artículo, tuve la corazonada de que probablemente la tesis no era cierta y el atículo era un ejemplo de una tendencia cada vez más común en la ciencia: la distorsión de la investigación por valores progresistas. Aparte de todo lo demás, me pareció inverosímil que las generaciones anteriores de antropólogos –muchos de los cuales eran mujeres– estuvieran tan sesgadas por sus expectativas que simplemente hubieran alucinado una división sexual del trabajo tan marcada a partir de una división casi igualitaria. Además, sabemos que entre nuestros parientes cercanos, los chimpancés, los machos cazan más que las hembras, lo que, al menos en cierto modo, aumenta la verosimilitud de la idea de que la misma diferencia de sexo evolucionó en nuestra propia especie.
Pero, por supuesto, las corazonadas son inadmisibles como pruebas, y estos argumentos son más sugestivos que concluyentes. Por eso me alegró ver un nuevo artículo, publicado hace unas semanas como preprint, que evalúa cuidadosa y metódicamente las afirmaciones de Anderson y sus colegas. Dirigido por Vivek Venkataraman y con un impresionante elenco de coautores expertos, el título del preprint resume bien su conclusión: “¿Mujer cazadora? Las mujeres cazadoras a veces cazan, pero la división sexual del trabajo es real”. El estudio argumenta de forma persuasiva que Anderson y compañía exageraron en gran medida la frecuencia de la caza femenina y, por tanto, que su artículo no derriba la opinión antropológica estándar. Analicemos cada una de ellas.
Crítica número 1: Muestra sesgada
La primera crítica es que el artículo deja fuera a muchas sociedades de cuyos datos sobre caza disponemos. Y lo que es más importante, muchas de las que quedaron fuera –la mayoría, de hecho– tenían poca o ninguna caza femenina. Eso significa que las sociedades con caza femenina estaban sobrerrepresentadas en la muestra de Anderson y sus colegas y, por tanto, que su estimación de la frecuencia de la caza femenina era casi con toda seguridad una sobreestimación.
Para que quede claro, Venkataraman y compañía no sugieren –y yo tampoco– que Anderson et al. eligieran deliberadamente sociedades para llegar a su conclusión preferida. Aparte de todo lo demás, es de suponer que sabían que el artículo recibiría mucha atención y que, por tanto, cualquier error se detectaría pronto. Aun así, su muestra parece estar sesgada hacia las sociedades con caza femenina.
Crítica número 2: Codificación errónea
La segunda crítica es que muchas de las 63 sociedades de Anderson estaban codificadas incorrectamente. En la mayoría de los casos, se trataba de clasificar sociedades sin caza femenina como sociedades en las que las mujeres cazaban. Los !Kung San del desierto de Kalahari, por ejemplo, fueron clasificados como una sociedad con caza femenina, a pesar de que las etnografías de los !Kung incluyen afirmaciones como “las mujeres están totalmente excluidas de la caza. Las mujeres nunca participan en una cacería !Kung”.
Al igual que con el muestreo sesgado, estos errores de codificación indican que se exageró la frecuencia de la caza femenina.
Crítica número 3: Tratar la caza como algo binario
La tercera crítica es que la caza femenina se trató como una cuestión binaria: O estaba presente o no lo estaba. Esto significa que, aunque las mujeres de una sociedad determinada no cazaran casi nada, siempre que no cazaran absolutamente nada, se consideraba que en la sociedad cazaban ambos sexos. De manera inevitable, esta política minimiza las diferencias. En cambio, si nos fijamos en la cantidad de caza que practican hombres y mujeres, el panorama cambia radicalmente.
Uno de los coautores del nuevo preprint, el antropólogo Edward Hagen, lo reflejó muy bien en una serie de tuits. Refiriéndose a un artículo de Koster et al., Hagen tuiteó lo siguiente:
“Los datos de caza más detallados a nivel individual que conozco:
23.747 observaciones de 1821 cazadores individuales en 40 emplazamientos.
23.472 registros de 1.403 cazadores hombres
309 registros de 11 cazadoras mujeres.
Totales toneladas de carne:
H: 255
M: 0,7”
Varios meses después, Hagen tuiteó un gráfico que había elaborado basándose en los datos del artículo de Koster. Como puede verse, en las sociedades en las que las mujeres cazan, lo hacen mucho menos que los hombres.
Crítica número 4: Quitar valor a la contribución de las mujeres
La cuarta y última crítica al documento de Anderson es que su atención exclusiva a la caza resta importancia a las muchas áreas en las que las mujeres contribuyen más que los hombres. Como dicen Venkataraman y sus colegas,
Los antropólogos llevan mucho tiempo reconociendo que la naturaleza de la cooperación entre los recolectores es compleja y polifacética, y que las actividades de subsistencia de mujeres y hombres desempeñan papeles importantes y a menudo complementarios… Centrarse en la caza a expensas de otras actividades fundamentales –desde la recolección y el procesamiento de alimentos, la recogida de agua y leña, la fabricación de ropa, refugios y herramientas, el embarazo, el parto, la lactancia, el cuidado de los niños y la atención sanitaria, hasta la educación, los matrimonios, los rituales, la política y la resolución de conflictos– es restar importancia a la complejidad y, por tanto, al papel de la mujer en la vida de los recolectores.
En su libro The sexual paradox (La paradoja sexual) Susan Pinker observa con astucia que con demasiada frecuencia tratamos cualquier área en la que predominan los hombres como el valor por defecto, el ideal, la vara de medir con la que debe juzgarse a todo el mundo. Como resultado, a menudo acabamos evaluando a las mujeres con criterios centrados en los hombres. Cuando nos resistimos a la idea de que las mujeres cazaban menos que los hombres, pero no vemos ningún problema en la idea de que los hombres recolectaban menos que las mujeres –o menos de cualquiera de las otras importantes contribuciones realizadas por las mujeres– asumimos tácitamente que las áreas en las que predominan los hombres son más importantes que aquellas en las que lo hacen las mujeres. Y la gran ironía de esta suposición es que, si lo pensamos bien, ¡es bastante sexista!
Reflexiones finales
En resumen, Venkataraman y sus colegas sostienen de forma convincente que el artículo de Anderson está plagado de errores y que exagera enormemente el alcance de la caza femenina. Si eso es cierto, se plantea una pregunta: ¿cómo se han equivocado tanto los autores?
Al principio de su artículo, Anderson y compañía observan que “el sesgo del investigador determina la interpretación de los datos por parte de la ciencia, y a cada generación de científicos le corresponde asegurarse de que los paradigmas se ajustan a los datos existentes”. Esto es, por supuesto, absolutamente cierto. El problema, sin embargo, es que el sesgo del investigador no va solo en una dirección. Como sostengo en el libro que estoy escribiendo, algunas personas tienen un claro sesgo hacia la exageración de las diferencias sexuales tradicionales. Al mismo tiempo, sin embargo, otros tienen un sesgo igualmente claro hacia minimizarlas o incluso negarlas. Esto último es mucho más común en el mundo académico que lo primero y, como resultado, nos protegemos menos de ello.
De hecho, no solo no lo evitamos, sino que en nuestro esfuerzo por combatir los prejuicios tradicionales, a veces fomentamos inadvertidamente los prejuicios contrarios a la tradición. Sospecho que muchos académicos modernos tienen una visión exagerada de lo tendenciosos que eran sus homólogos de generaciones anteriores y de lo mucho que esto distorsionaba su ciencia. Como resultado, en sus esfuerzos por enderezar el rumbo (tal y como ellos lo ven), irónicamente a veces acaban produciendo investigaciones sesgadas en la dirección opuesta.
Para ser justos, algunos profanos asumen sin duda que son los hombres los que cazan, subestimando así las capacidades y contribuciones de las mujeres en este campo. Pero la solución a estas ideas erróneas no es una investigación sesgada que se equivoque en el sentido contrario. Al contrario, es probable que la investigación sesgada sea contraproducente, persuadiendo a la gente de que ya no se puede confiar en la ciencia en temas políticamente controvertidos. Como señalan Venkataraman y sus coautores,
Para construir una imagen más completa de la vida de los recolectores en el presente y en el pasado, a nadie le sirve tergiversar la realidad. Al corregir la idea errónea de que las mujeres no cazan, no debemos sustituir un mito por otro.
Puede leer el artículo de Anderson y sus coautores aquí, y la refutación de Venkataraman y sus compañeros aquí.
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en The Nature-Nurture-Nietzsche Newsletter.
Steve Stewart-Williams es profesor de psicología en la Universidad de Nottingham-Malaysia. Es autor del libro The Ape that Understood the Universe.