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A sus 60 años Los Supersónicos sigue siendo icónica, y eso podría ser un problema

La caricatura de Hannah-Barbera plasmó las visiones del optimismo tecnológico de la década de los 60. Pero hemos aprendido lo suficiente como para saber que tienen consecuencias insostenibles.
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La noche del domingo 23 de septiembre de 1962, millones de familias estadounidenses terminaron de cenar, encendieron sus televisores y vieron por primera vez Los Supersónicos, una caricatura producida por el legendario equipo de Hanna-Barbera. Ambientada en el año 2062, Los Supersónicos capturó el optimismo tecnológico de la época y lo proyectó en una visión del futuro propia de la era espacial, invitando a sus espectadores a imaginar las deslumbrantes posibilidades que la ola de logros tecnológicos podría algún día hacer posibles. (Los aficionados a Los Supersónicos creen que Súper Sónico, el padre de familia, nació el 31 de julio de 2022, aunque no está claro que así sea).

Los Supersónicos fue una comedia bastante ordinaria acerca de una familia que reforzaba los roles tradicionales de género y familiares, sabía poco de los problemas sociales de la época (era, por ejemplo, una familia totalmente blanca) y glorificaba el estilo de vida consumista y suburbano. Sin embargo, como modelo para un futuro estadounidense impulsado por la tecnología, no fue menos que icónica. También fue profética.

Los Supersónicos debutó cinco años después de que los soviéticos lanzaran el Sputnik; cuatro años después de la apertura de la primera planta de energía nuclear comercial en los Estados Unidos, y 16 meses después de que el presidente John F. Kennedy estableciera el objetivo de poner a un hombre en la luna para el final de la década. Quince años antes, los científicos de los Laboratorios Bell de AT&T habían inventado el transistor, y poco después ya se podían encontrar radios de transistores miniatura (según los estándares contemporáneos) en muchos hogares. Ese mismo año, los hermanos Levitt iniciaron la construcción de su primer suburbio de Levittown en el condado de Nassau, Nueva York.

El equipo de Hanna-Barbera extrapoló todas estas tendencias y creó una representación ingeniosa (aunque a veces boba) de un mundo futuro. El mundo de Los Supersónicos parecía ocupar un estrato intermedio entre la Tierra y el espacio exterior, con edificios y desarrollos construidos sobre altos pilotes o flotando en el aire. La arquitectura y el diseño interior podrían describirse como Saarinen en dibujos animados, inspirados en las curvas vertiginosas de los diseños del arquitecto para las terminales de los aeropuertos de Dulles en Washington, D.C., y JFK en Nueva York, y sus legendarias mesas y sillas de tulipanes. Los nombres tecnófilos, desde el perro de la familia, Astro, hasta Cosmic Cola y Molecular Motors, eran omnipresentes. Incluso el galán adolescente se llamaba “Jet”. (“Lectronimo”, el perro robótico de propulsión nuclear, sin embargo, tenía un nombre más complejo). En este sentido, la serie fue un reconocimiento total de las tecnologías sobre las que se construiría el nuevo mundo.

Existe un optimismo en el corazón de Los Supersónicos. La fisión nuclear nacida del Proyecto Manhattan contenía un poder asombroso que puso fin a la guerra con Japón y desde entonces se había transformado en una fuente aparentemente mágica de combustible cotidiano para la creciente economía y las nuevas capacidades domésticas. Los cohetes habían lanzado al espacio a Alan Shepard, seguido por Gus Grissom, John Glenn y Scott Carpenter. Los televisores empezaban a transmitir a color. Y la Ley de Moore, que sostenía que la densidad de los circuitos integrados se duplicaría cada dos años, comenzaba a manifestarse (incluso si aún no había sido articulada por Gordon Moore). Esa idea, que la tecnología se volvería más pequeña, más rápida, más barata y más poderosa año tras año, junto con los avances en la tecnología espacial y la ciencia nuclear y atómica, condujo a un tecno-optimismo que fue parte del zeitgeist de principios de la década de 1960. También siguió a dos décadas de rápido aumento en los índices de propiedad de viviendas y alzas continuas en la incorporación de electrodomésticos como refrigeradores, aires acondicionados, lavadoras y aspiradoras, y por supuesto, automóviles.

La ciencia era genial, la tecnología estaba floreciendo, y cada vez más estadounidenses soñaban con ser dueños de sus propias casas, repletas de los últimos dispositivos. Los Supersónicos tomó ese sueño y lo turbocargó, subiéndose al tren del optimismo para representar un futuro donde la tecnología atendía todas nuestras necesidades, con solo tocar un botón o al mando de nuestra voz. Era una visión fantástica y atractiva para nuestras necesidades y deseos de comodidad y conveniencia. La vida en Los Supersónicos era cualquier cosa menos difícil. El mundo en la caricatura también era limpio, incluso antiséptico.

En retrospectiva, es más fácil ver lo que faltaba (además de las personas de color). La naturaleza, por ejemplo, no estuvo del todo ausente, pero solo hizo unos pocos cameos (algo de vegetación ocasional que aparece en un complejo de oficinas flotantes; un “parque” donde Cometín, el chico de la familia, juega con Astro, aparece en un episodio). Es como si, en un futuro donde reina la tecnología, ya no la necesitáramos. La comida (no está claro de dónde viene) es, en el mejor de los casos, eficiente y aparentemente nunca se disfruta. (Por supuesto, Lucero, la hija adolescente, está a dieta).

Fuera Los Supersónicos un plan para el futuro o simplemente una predicción de él, presagiaba muchos de los productos y servicios que usamos hoy. Nos dio aspiradoras robóticas autónomas; computadoras con las que se puede hablar con lenguaje natural; robots que juegan con niños y videoconferencias personales. (Incluso reconoció que las personas estarían preocupadas por su apariencia durante las videollamadas, por lo que tenían máscaras que podían ponerse para cubrir su cara matutina, anticipando los filtros que usamos en Zoom, Snapchat y en otros lugares). Presentaba un sistema de transporte de tubos sellados, a la Hyperloop; una clase remota de ejercicio grupal en video como las de Peloton; médicos que hacen visitas remotas a domicilio a través de pantallas de video. Naturalmente, en Los Supersónicos había dispositivos de comunicaciones inalámbricas de bolsillo. Los periódicos, con videos incrustados, aparecían en pantallas grandes, anticipando las ediciones contemporáneas de todos los periódicos importantes. Tenía cámaras de video voladoras que te seguían y te filmaban, como ahora lo hacemos con drones. Se podía ordenar comida tocando los menús en una pantalla, como a veces hacemos ahora, especialmente en los aeropuertos. Y, por supuesto, los televisores gigantes de pantalla plana estaban en todas partes, tal como lo están ahora. Incluso el cine en casa, una sala dedicada a ver una pantalla grande, hizo su aparición.

También nos dio visiones que aún no hemos logrado, algunas de las cuales siguen siendo objetivos de innovación. Había autos voladores, que aún no tenemos, pero tengamos paciencia: hay una industria naciente de compañías con prototipos funcionales y un generoso respaldo financiero. (Una de las compañías líderes se llama, precisamente, Jetson). Había aceras móviles, denominadas “paseos deslizantes”, para conectar edificios y –dentro de las oficinas e incluso del propio apartamento de Los Supersónicos– sillas que se deslizaban automáticamente por el piso de una habitación a otra. Había robots antropomórficos que servían como mayordomos y sirvientas. (No están disponibles comercialmente hoy, pero Elon Musk los ha prometido). Y más allá de los robots humanoides, Los Supersónicos presentaba un grupo de dispositivos robóticos que cocinaban la cena y ponían la mesa, lavaban y planchaban ropa, peinaban los cabellos, afeitaban la cara, vestían e incluso daban martinis al final de los “días duros” en el trabajo. Y si los autos voladores y las caminatas deslizantes no fueran suficientes, el mundo de Los Supersónicos tenía cinturones antigravedad e incluso un prototipo del traje volador controlado por el pensamiento que Tony Stark hizo famoso en Iron Man.

En algunos casos, Los Supersónicos funcionó como un modelo. Cuando Steve Jobs regresó como director general de Apple a fines de la década de 1990, presionó a su equipo de diseño, dirigido por Jony Ive, para romper el molde de los diseños de computadoras personales cuadradas y beige de la época. Se dice que le preguntó a su equipo ”¿Qué computadora habrían tenido Los Supersónicos?” La respuesta no fue difícil de encontrar en los dibujos animados, y este modelo, utilizado por Ultra Sónico para hablar con su esposo, Súper, se ve misteriosamente similar a la primera iMac.

La influencia cultural de Los Supersónicos va más allá de la dirección retro-cool tomada por Jobs e Ive. A veces toma la forma de referencias a artefactos literales y otras veces, más sutilmente, la influencia se ve en la adopción del motivo central de la conveniencia, emblemático del mundo de esta serie televisiva. El inversionista de Silicon Valley, Peter Thiel, lamentó en 2013 que “queríamos autos voladores y en su lugar obtuvimos 140 caracteres”, invocando a Twitter como el ejemplo del tipo de innovación tecnológica que no aporta un valor real a la vida cotidiana. Dara Khosrowshahi, el CEO de Uber, una compañía que una vez fue descrita como “un control remoto para el mundo real”, habló sobre su visión en una entrevista de 2021: “En este momento, sueño con presionar un botón y tener un piano en casa en una hora y media”. Elon Musk, al presentar el “Tesla Bot”, el próximo robot humanoide, dijo: “en el futuro, el trabajo físico será una elección“.

Khosrowshahi, quien explicó que deberíamos poder usar Uber para obtener lo que queramos, aprovecha el verdadero espíritu de Los Supersónicos: la comodidad que la tecnología pone a nuestro alcance con solo pulsar un botón. Toda la complejidad de adquirir algo, ya sea un piano, una pizza o un paseo por la ciudad, se abstrae y se reduce a la cuestión de qué botón presionar, qué parte de la pantalla tocar o qué comando ”gritar” a Siri, Alexa o Google.

La ausencia de dificultad que Los Supersónicos presagiaba ahora está a nuestro alrededor, desde los controles remotos de TV hasta Roombas, desde Alexa hasta Uber, desde DoorDash hasta Amazon Dash Smart Shelf, que ordena automáticamente nuevos productos cuando detecta que se están agotando. La comodidad refleja tanto el ahorro de tiempo, que crea más ocio, como la reducción del esfuerzo físico, como señaló Musk. Incluso se podría argumentar, llevando la predicción de Musk a su conclusión lógica, que la cantidad de esfuerzo físico necesario para vivir el día a día se está moviendo asintóticamente hacia cero. Pensemos en las podadoras de pasto, por ejemplo: hemos pasado de podadoras manuales, que empujamos alrededor de nuestro césped, a podadoras a motor, a las que seguíamos alrededor del césped, a podadoras tractor (que nos ahorraban el esfuerzo en las piernas pero al menos requerían un poco de movimiento de los brazos para mover el volante), a las últimas podadoras robóticas guiadas por satélite, que cortan el pasto sin involucrar a nuestros cuerpos de ninguna manera. A medida que nuestra tecnología se vuelve cada vez más brillante, nuestros cuerpos se vuelven superfluos.

¿Habrá inspirado Los Supersónicos a toda una generación de innovadores a imaginarse tanto los aparatos como la esencia de su visión? ¿O los escritores entendieron las necesidades humanas centrales de comodidad y conveniencia y, extrapolando de las tecnologías emergentes de la época, imaginaron brillantemente un futuro que estaba en efecto predestinado en cualquier sociedad impulsada por el mercado? Es probable que ambas explicaciones sean ciertas hasta cierto punto, pero cualquiera que sea la razón, hemos perseguido, y logrado parcialmente, el futuro que Los Supersónicos describió. Y seguimos persiguiéndolo, aplicando un caudal desbordante de nuevas tecnologías al servicio de una mayor comodidad.

Los escritores de Los Supersónicos  se burlaron sutilmente de esta cultura de conveniencia. Los guiones están salpicados de comentarios irónicos sobre trabajar demasiado duro, en relación con las tareas domésticas, por ejemplo, que consistían en presionar los botones necesarios. Súper necesita relajarse al final de su “duro día” en el trabajo, que consistía en sentarse en una silla con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, mirar una pared de controles y ocasionalmente presionar un botón o jugar con una perilla. Y Ultra necesita tomar una clase donde ejercita sus dedos para hacerlos más fuertes para poder seguir presionando todos los botones que necesita.

Los Supersónicos podrá haberse burlado de los estilos de vida fáciles que produciría el futuro tecnológico, pero perdió por completo de vista el impacto que tendría en los humanos que vivirían en ese futuro. No especuló sobre lo que sería de nuestros cuerpos si elimináramos el movimiento físico de nuestros días; si abandonáramos la cocina y nos alimentáramos con alimentos preparados por máquinas; si renunciáramos a la naturaleza y nos priváramos de sus vistas, sonidos y olores. No hubo reconocimiento, ni anticipación de las consecuencias para nuestra salud.

De hecho, casi todos los personajes de Los Supersónicos son (caricaturescamente) flacos. Un episodio señala de pasada que la esperanza de vida es de 150 años. Incluso hay un episodio donde aparece el abuelo absurdamente espigado de 110 años de Súper, Centello, que juega a la pelota con Cometín, conduce como un adolescente alegre y baila en el techo. A pesar de Centello, la salud de los personajes de Los Supersónicos reflejaba en gran medida los tiempos y no presagiaba lo que podría venir de los cambios dramáticos en los estilos de vida, si se seguían hasta sus conclusiones lógicas. Esa tarea se dejaría en manos de otra caricatura: la película animada de Pixar  Wall-E (2008), en la que los humanos mórbidamente hinchados eran transportados en “sillas voladoras”, reclinados, con pantallas incorporadas y con refrescos disponibles entregados por drones. En este mundo, los humanos se habían vuelto tan dependientes físicamente de su tecnología que, si caían, literalmente no podían levantarse.

En los 60 años transcurridos desde que se emitió Los Supersónicos, hemos visto aumentos dramáticos en el tipo de “enfermedades relacionadas con el estilo de vida” que resultan de la cultura que la serie imaginó. Más de 42% de los adultos estadounidenses ahora viven con obesidad –tres veces más que en 1962– y otro 30% tiene sobrepeso. La obesidad severa, que apenas se registró en la década de 1960, ahora afecta a 9% de los estadounidenses. La diabetes ha crecido más de diez veces, llegando ahora al 11% de la población adulta. Y los números siguen aumentando.

En opinión del biólogo evolutivo Daniel Lieberman, hemos creado un mundo para el que los humanos no son adecuados. Y continuamos construyéndolo con poca o ninguna consideración por ese desajuste. Estamos procediendo de una manera que es insostenible: aplicamos cada nueva generación de tecnología de manera que nos guíe lejos de los comportamientos cotidianos que nuestros cuerpos y mentes necesitan para florecer. Afortunadamente, la cena aún no proviene de un Food-O-Matic, pero los robots de pizza ya existen y cocinar en casa ha estado en declive durante décadas. Los coches autónomos parecen siempre estar a unos años de distancia, pero ¿qué sucederá cuando lleguen? Un estudio mostró que las personas probablemente aumentarán sus kilómetros de recorrido hasta en 60%. Y si bien puede haber algo de rumores hoy en día sobre las bicicletas eléctricas y las bicicletas de carga, es probable que no sean rivales para los vehículos autónomos que prometerán entretenimiento ilimitado o incluso la capacidad de dormir durante su viaje, como ha prometido el CEO de Ford, Jim Farley.

Al final de cada episodio de Los Supersónicos, Súper lleva a Astro a dar un “paseo” en una cinta de correr voladiza afuera de su apartamento. Un gato salta momentáneamente sobre la cinta de correr, asustando a Astro y provocando que Súper caiga. Súper está entonces pegado a la cinta de correr, dando vueltas y vueltas, incapaz de ponerse de pie e incapaz de soltarse, gritando “¡detén esta cosa loca!” La caminadora de los Supersónicos sirve como metáfora de nuestra situación actual. Generamos nuevas tecnologías, que utilizamos para crear nuevos productos y servicios, que nos llevan a estilos de vida poco saludables que nos enferman, luego creamos productos y servicios como cintas de correr y FitBits para tratar de compensar estos estilos de vida y nuevos medicamentos para hacer tolerables las enfermedades resultantes. Y luego más tecnologías, productos y servicios que hacen que nuestros estilos de vida sean aún menos saludables, y seguimos alrededor del ciclo, una y otra vez. Y al igual que el pobre George, nos resulta difícil salir de este ciclo. Nuestra economía exige crecimiento y cada elemento del ciclo –los nuevos productos, los productos compensadores y la medicina– alimenta ese crecimiento.

Será difícil escapar, pero si permanecemos atrapados en este ciclo, como población nos enfermaremos más. En el espíritu de Los Supersónicos, por supuesto, continuaremos desarrollando soluciones tecnológicas, como nuevos medicamentos que controlen las peores consecuencias de las enfermedades inducidas por el estilo de vida. (Pueden ocurrir algunos efectos secundarios). Continuaremos construyendo herramientas para ayudar a las personas a superar el mundo que estamos creando. Tal vez los coches autónomos tendrán equipos para que podamos compensar la actividad perdida. Pero no será lo mismo que caminar por una calle arbolada en un día soleado. Los bots de entrega pueden traernos pizzas nutricionalmente fortificadas hechas por cocinas robóticas. Pero no sabrán tan bien como una receta familiar cocinada en casa ni vendrán con el ambiente del agradable restaurante de la esquina. Es posible que podamos chatear con los avatares de amigos perdidos hace mucho tiempo en el Metaverso, pero no sentiremos el calor de sus abrazos. Podemos seguir construyendo un mundo como el de este programa de televisión. Y es tentador, porque se ve bastante bien. Sin embargo, no funciona tan bien para los seres humanos.

Se puede argumentar que en 1962, cuando Los Supersónicos llegó a las casas de nuestros padres y abuelos y sembraron sus sueños con visiones optimistas de un futuro impulsado por la tecnología, no entendimos las consecuencias para nuestros cuerpos y nuestras mentes. Pero ahora sí. Ahora sabemos que sufriremos si creamos productos y servicios que den como resultado que las personas lleven vidas en gran parte sedentarias, en interiores, con sueño insuficiente, aumentando el aislamiento y las dietas basadas en grandes cantidades de alimentos prácticos y ultraprocesados. Ahora que sabemos esto, tenemos que actuar de manera diferente. Necesitamos aprovechar las nuevas tecnologías para llevarnos a estilos de vida más saludables por diseño, y no como una idea de último momento. Convocar la voluntad y crear el impulso cultural para la adopción de tal intención requerirá visiones inspiradoras del futuro que puedan suceder a la visión impresa en nosotros por Los Supersónicos.

Hoy será más difícil mostrar visiones nuevas que dejen la amplia huella cultural que Los Supersónicos pudieron dejar en la década de 1960, cuando una caricatura se exponía a toda una generación a través de repeticiones los sábados por la mañana. Uno puede imaginar más fácilmente una estética que impregna muchas representaciones del futuro en la cultura popular, hasta el punto de que las personas internalizan una dirección esperada para el futuro.

Así como el optimismo tecnológico y la homogeneidad del mundo de Los Supersónicos revelaron los sesgos culturales de la época, la diversidad y la inclusión potencial de una amplia gama de visiones que comparten una estética general y que están impulsadas por un conjunto central de valores podrían reflejar la comprensión más desarrollada tanto del pluralismo como de las tensiones que surgen cuando imponemos nuevas tecnologías a la sociedad. En la medida en que necesitemos visiones compatibles con lo que sabemos que los humanos necesitan para florecer, tendremos que impregnarlas de un respeto saludable por lo que hemos aprendido de la biología evolutiva y de la sabiduría de nuestros antepasados, que lograron vivir de manera sostenible durante mucho más tiempo que en la era industrial y de la información. Necesitaremos visiones del futuro que nos conecten con la naturaleza, en lugar de diferenciarnos de ella. Visiones que elevan los roles nutricionales, sociales y experienciales que la alimentación puede desempeñar en nuestras vidas. Visiones que reconozcan la necesidad profundamente humana de conectarse entre sí en lugar de buscar el aislamiento. Visiones que equilibren la necesidad de nuestro cuerpo de descansar con su necesidad de moverse, y en las que aquellos con limitaciones físicas puedan contar con cualquier nivel de capacidad que elijan. Y, en última instancia, visiones en las que la tecnología pueda facilitar estas reconexiones con los comportamientos y experiencias para los que la selección natural nos ha optimizado, en lugar de alejarnos de ellos.

Aun si los escritores de Los Supersónicos pasaron por alto el impacto de su mundo imaginado en la salud de las personas, claramente tenían dudas sobre el futuro de la era espacial que animaron. A través de sus ocasionales menciones al mal funcionamiento de las máquinas, o cuando atraparon al pobre Súper en la cinta de correr, nos advirtieron. Sesenta años de perseguir su visión nos han traído, como Paul Simon dijo una vez, una era de milagros y asombro. Y, sin embargo, esas advertencias también suenan ciertas. Hemos aprendido lo suficiente como para saber que esta búsqueda tiene consecuencias insostenibles. Ahora estamos equipados con una comprensión más sofisticada de la compleja interacción entre los humanos, la tecnología y la Tierra. Usemos esa comprensión para trazar un nuevo rumbo.

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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es cofundador de Building H, un proyecto sin fines de lucro para incorporar la salud a la vida diaria, y fue responsable de tecnología y estrategia de la Robert Wood Johnson Foundation.. Es becario del Interactive Telecommunications Program de NYU, y profesor de la Stanford d.school.


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