William Hogarth. Cunicularii or the wise men of Godliman in consultation

La enfermedad que lleva tu nombre

La discusión entre los que están a favor y los que están en contra de los epónimos médicos podría haberse prolongado de no ser porque la OMS acaba de publicar una serie de buenas prácticas para  "bautizar” nuevas enfermedades.
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Doscientos veinticinco años antes de que el protagonista de un cuento de Cortázar redactara una carta a la señorita en París para enterarla sobre el asunto de los conejos[1], Mary Toft, una joven inglesa afincada en la ciudad de Godalming, paría nueve conejitos que, por desgracia, nacieron muertos. Toft atribuyó el milagroso nacimiento a la siguiente cadena de acontecimientos: meses atrás, mientras trabajaba en el campo, un conejo la había asustado. Un par de noches más tarde soñó que dos conejos dormían sobre su regazo y durante las siguientes semanas tuvo un antojo terrible de comer conejo, pero su limitado capital le impidió darse ese lujo.

John Howard, el médico de Mary –no se sabe si porque era un pillo o porque genuinamente creía en la teoría de las impresiones maternas[2] –no solo dio por cierto el alumbramiento sino que escribió al Rey Jorge I y a los médicos más destacados de Inglaterra para informarles de su extraordinario hallazgo. Una de las celebridades médicas que acudió a Godalming para dar fe del que posiblemente sea uno de los primeros timos médicos documentados fue James Douglas, un notable anatomista y obstetra, que apenas terminó de leer el expediente que Howard había redactado, declaró que el caso no era mas que “una colección de imposibilidades”. 

***

Además de tener buen olfato para las pifias, James Douglas era un dedicado estudioso de la anatomía femenina. A él debemos la identificación de la bolsa rectouterina que, hasta donde entiendo, fue fundamental pues es un sitio común para la diseminación de enfermedades.  El “descubrimiento” de Douglas fue de tal importancia que la comunidad médica empezó a referirse a ese punto anatómico como el “saco de Douglas” y con el se inauguró la fecunda tradición de los epónimos médicos.

El uso y difusión de los epónimos ha sido un tema sobre el que la comunidad médica lleva años discutiendo. Los que se resisten a su uso afirman, no sin razón, que pueden ser opacos, ambiguos, imprecisos o directamente carecer de sentido. Por el lado de las objeciones éticas hay también argumentos interesantes: inducen a una extraña megalomanía, algunos están asociados a médicos nazis que experimentaron en campos de concentración y otros honran a médicos que apoyaron la eugenesia.

A los entusiastas de su uso no les incomoda el apapacho (reconocimiento/apropiación) al ego que pueden implicar y, sobretodo, aplauden su utilidad en términos de comunicación.

La discusión entre los que están a favor y los que están en contra de los epónimos médicos podría haberse prolongado indefinidamente, de no ser porque en mayo de este año la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó una serie de buenas prácticas –dirigida a científicos, autoridades nacionales y medios de comunicación–  para “bautizar” nuevas enfermedades.

Entre las recomendaciones destacan:

  • Usar términos descriptivos genéricos con base en los síntomas que causan la enfermedad. Por ejemplo: enfermedad respiratoria, síndrome neurológico, diarrea acuosa.
  • Cuando se tenga la información suficiente es posible usar términos descriptivos más específicos (progresiva, juvenil, grave, invierno).
  • Si se conoce el patógeno que causa la enfermedad, este debe ser parte del nombre de la enfermedad (coronavirus, virus de la influenza, salmonella).
  • Deben evitarse:
  • Los nombres que incluyen ubicaciones geográficas (síndrome de Oriente Medio respiratoria, la gripe española, Fiebre del Valle de Rift).
  • Los nombres de personas (la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, la enfermedad de Chagas).
  • Especies de animales o alimentos (la gripe porcina, aviar la gripe, viruela del mono).
  • Términos que provoquen “miedo excesivo” (desconocida, fatal, epidemia).

De acuerdo con Keiji Fukuda, Subdirector General de Seguridad Sanitaria y Medio Ambiente de la OMS, esta medida se toma con el fin de “minimizar efectos negativos innecesarios en naciones, economías y personas”. 

Pero las buenas intenciones de la OMS (que algunos creen son resultado de la presión de algún Estado que se sintió agraviado) ya han levantado algunas cejas y las quejas sobre la extrema corrección política no se han hecho esperar. Ahora, se teme que la cruzada por los nombres de enfermedades libres de estigma se extienda a la siempre polémica selección de nombres para huracanes.

Alex, Bonnie, Colin, Danielle, Earl, Fiona, Gaston, Hermine,Ian, Julia, Karl, Lisa, Matthew, Nicole, Otto, Paula, Richard, Shary, Tobias, Virginie y Walter –los nombres para las tormentas tropicales de 2016– preparan sus demandas.

 

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Una pequeña muestra de lo difundido que está el uso de los epónimos puede verse en estos links:

 

 


[1]“Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco”

[2] El aspecto de un recién nacido tenía su origen en las cosas que miraba o pensaba la madre durante el embarazo.

 

 

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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