La misteriosa proliferación de videollamadas en cuarentena. La comunicación es multimodal

El aumento de las videollamadas durante el aislamiento es una buena oportunidad para recordar que en la comunicación, para hacerse entender, intervienen tanto el aparato fonador como los gestos o la expresión de la cara.
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Si un periodista alienígena se acercara a entrevistarnos y nos preguntara cómo nos comunicamos los humanos, probablemente recordaríamos el famoso esquema tantas veces repetido: un emisor, un receptor y un mensaje que se transmite por el aire. “Nuestra comunicación es fundamentalmente oral”, aseguraríamos, satisfechos. Después, si el reportero fuera lo suficientemente hábil, respondería: “Entiendo. Entonces, ¿a qué se debe esa misteriosa proliferación de videollamadas en tiempos de pandemia?”

No. Por mucho que se empeñen algunos libros de lengua, la comunicación humana no es fundamentalmente oral, sino multimodal. La población general, para entender lo que escucha, usa ojos y oídos. Y para expresar lo que quiere decir, utiliza las manos o la cara (e incluso el cuerpo entero) tanto como el aparato fonador.

Y esto es así en distintos sentidos. En la interpretación de los sonidos, los humanos no solo nos centramos en lo que escuchamos, sino que fijamos la atención inconsciente en los labios de nuestro interlocutor. Es el archiconocido efecto McGurk que encontramos en el laboratorio: cuando separamos el sonido de la imagen, de manera casi mágica, un mismo sonido se escucha distinto si cambia el movimiento de los labios del hablante. Los ojos y el oído interactúan en el cerebro de un modo sistemático, de tal modo que podemos llegar a interpretar un tercer sonido, a caballo entre lo que oímos y lo que vemos. Fascinante.

Decía Vygotsky que la interacción del niño con sus cuidadores hace que el acto de agarrar se convierta en un acto de señalar. Y no solo para pedir que le acerquen las cosas, sino simplemente para comunicar con los demás un hallazgo, por el simple placer de compartir. Y este acto, el de señalar con un gesto, acompaña nuestras interacciones comunicativas toda la vida. Fijaos ahora en las manos del que os habla. Cuando se refiera a algo lejano, extenderá al mismo tiempo su brazo. Pero también lo hará cuando hable del pasado, que en nuestra cultura se interpreta como alejado en el espacio.

Porque lo más interesante de todo esto es que los gestos que señalan no solo nos ayudan a comunicar los mensajes más objetivos, sino que también recrean las metáforas. El laboratorio Red Hen, que aúna el esfuerzo de muchas universidades, trabaja con un corpus multimodal en distintas lenguas y ha encontrado que los hablantes utilizamos estos gestos para marcar, por ejemplo, todas las metáforas espaciales. Que el precio de las mascarillas subió mucho al principio: las manos del que lo dice se mueven hacia arriba; que el gobierno estabiliza por decreto los precios: las manos nos marcan, inconscientemente, que el movimiento se ha detenido.

Pero aún hay un uso más interesante de los gestos que usamos mientras hablamos. El grupo de Estudios de Prosodia de la Universidad Pompeu Fabra, coordinado por la Dra. Pilar Prieto, ha encontrado que mientras hablamos hacemos coincidir el movimiento de nuestras manos y brazos con la curva melódica de nuestra voz. En cada interacción, nuestros gestos marcan las sílabas tónicas y la prosodia de nuestros enunciados. Y, así, cuando hablamos, tu voz y tus brazos, mis ojos y mis oídos se sincronizan al milímetro y la información fluye bailando de tu cerebro al mío.

Y, por encima de todo, está la expresión facial del hablante. Dicen que la cara es el espejo del alma. Y, efectivamente, tal y como ya observó Darwin hace casi siglo y medio, nuestros músculos faciales expresan, casi sin saberlo, nuestras emociones más profundas. En el laboratorio, el trabajo de los años setenta de Ekman y Friesen abrió una vía de investigación cada vez más fructífera y hoy sabemos que las microexpresiones del rostro revelan, en microsegundos, nuestra verdadera intención comunicativa. Contar con esta información es, por ello, crucial para entendernos.

En definitiva, cuando hablamos con alguien, además de oírle, necesitamos mirar sus labios, sus expresiones faciales, sus gestos acompasados, sus ojos. Y, del mismo modo que en condiciones normales nos ponemos de puntillas para ver al conferenciante, ahora, en esta situación de confinamiento, tenemos la necesidad de hacer videollamadas. Porque de algún modo inconsciente todos sabemos que, si nos vemos, nos entendemos mejor.

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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