Foto de Foto de Nicolas Hirajeta en Unsplash. Ilustración de Letras Libres.

Empezar el año sin teléfono inteligente

Cambiar un teléfono inteligente por uno más viejo puede parecer una obstinación, pero por varios motivos podría estarse convirtiendo en una tendencia dominante.
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“No sé, papá… se ve un poco chafa”, me dijo mi hijo de 12 años mientras yo jugueteaba con mi nuevo Light Phone II. Era el sustituto de mi iPhone. Había decidido no comprarme otro iPhone ni ningún otro teléfono inteligente. Necesitaba un descanso. Empezaría el año nuevo sin un teléfono inteligente, para ver cómo se sentía.

Mi hijo tenía razón: era torpe, un poco más lento, mucho menos ágil de lo que me había acosumbrado a esperar de los iPhones. Pero de eso se trataba, ¿no? ¿Ser un poco más torpe, para pisar conscientemente los frenos en mi vida cotidiana?

Una semana después, mi hijo lo notó: “Pasas mucho más tiempo con nosotros desde que tienes tu nuevo teléfono”. Aquel comentario fue como un balde de agua fría. Era cierto. ¿Realmente mi teléfono inteligente me había alejado tanto de mi familia? Si era así, ¿de qué más me había estado distrayendo todos estos años? No te preocupes: no voy a decirte lo mucho mejor que te irá en la vida si te deshaces de tu teléfono inteligente. Es más complicado que eso.

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Un artículo publicado en noviembre en el Wall Street Journal acerca de una pequeña escuela en el estado de Massachusetts, Estados Unidos, que prohibió los smartphones, me dio  a conocer el Light Phone II, que los alumnos y profesores habían adoptado como alternativa. Con una sencillez bien diseñada, este teléfono celular está hecho solo para llamadas y mensajes de texto. Su pequeña pantalla es en blanco y negro, con tecnología de tinta electrónica como la de los lectores de libros electrónicos como Kindle. El tamaño recuerda al de un viejo iPod Touch. El Light Phone original salió en 2017; el segundo modelo mejorado se lanzó a finales de 2019. El Light Phone II viene con tres herramientas instaladas de fábrica: teléfono, mensajes y alarma. Eso es todo. Ofrece un puñado de herramientas más (las llaman herramientas, no apps), pero son relativamente básicas, como un reproductor de música, una herramienta para escribir y guardar notas, y una sencilla herramienta de mapas y direcciones.

El eslogan de la empresa es “un teléfono para humanos”. Su sitio web es minimalista y relajante, monocromático y sobrio. Su lenguaje publicitario es franco, claro y tiene un mensaje decididamente crítico; mencionan el “capitalismo de la vigilancia” y la “economía de la atención” como razones para que la gente decida comprar su producto. (Hicieron su tarea.) Afirman claramente que sus teléfonos nunca permitirán instalar redes sociales ni un navegador de internet. “Ir ligeros”, como ellos lo llaman, es tanto una postura filosófica consciente como una decisión de consumo. Sería fácil burlarse de la página web de Light Phone comparándola con un fragmento de la serie Portlandia o un gag de Saturday Night Live. Sin embargo, no es una broma, sino un producto real y útil. El Light Phone II cuesta 299 dólares, un precio alto para lo que ofrece, pero mucho menor que el de un iPhone nuevo.

Llevaba un par de años reduciendo gradualmente mi dependencia del iPhone: primero pasé a un viejo modelo SE después de que mi último teléfono se cayera y su pantalla se hiciera añicos, luego dejé de usar el correo electrónico en mi teléfono y después borré las aplicaciones de redes sociales. Cuando la batería llegó a su punto más bajo (15 minutos de funcionamiento con una carga completa, si tenía suerte), me di cuenta de que tenía que comprarme algo nuevo. Fue justo en ese momento cuando el Light Phone apareció en mi radar, así que pedí uno. No pretendía unirme a un movimiento ni ser rebelde. Solo quería un teléfono más sencillo.

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Sin embargo, resulta que todo esto es un movimiento que, contra todo pronóstico, podría estar ganando popularidad. Cada pocos años aparece en las noticias gente que se deshace alegremente (a veces arrogantemente) de sus teléfonos. Puede que esto no sea más que un movimiento marginal, que refleja el atractivo masivo del uso de los teléfonos inteligentes. Es fácil tachar a los autoproclamados “negacionistas” de hippies nostálgicos, hipsters presumidos o niños truculentos. Todos tenemos un amigo obstinado que sigue usando un teléfono viejo. Pero puede que estos bichos raros se estén convirtiendo en la corriente dominante.

Ya en 2016, Alan Jacobs escribía para The Atlantic sobre esta tendencia, señalando que en un mundo en el que cada vez más personas se comunican (y viven) a través de sus smartphones, el descenso de cateopría tecnológica puede ser profundo. Para Jacobs, una de las cosas más destacables de su viejo teléfono móvil es que “es solo un teléfono. No pienso en él. A veces incluso salgo de casa sin él. El teléfono no soy yo, como lo era mi iPhone”. Merece la pena considerar cómo esta sensación de convergencia ontológica –nuestro teléfono inteligente como extensiones de nuestro cuerpo– se exacerbó durante los periodos de encierro, cuarentena y trabajo a distancia. Los sentimientos de alivio que Jacobs describió en 2016 podrían ser aún más profundos ahora.

En un artículo de 2019 para The Guardian sobre su elección de simplificar deliberadamente su vida con un “teléfono tonto”, Alice O’Keeffe observó que después de dos semanas sin su smartphone, se sentía “más centrada, menos distraída, menos nerviosa.” O’Keeffe sugiere: “En este momento vivimos en un mundo en el que todavía es posible elegir desconectarse. En [el] futuro puede que no tengamos ese lujo”. Desde la perspectiva prepandémica, este tono de cautela respecto a una dominación hegemónica de lo digital tenía cierto sentido. Pero ahora, luego de los recientes años de agotamiento en Zoom y hartazgo de las pantalla, más gente puede estar buscando el tipo de respiro al que O’Keeffe dio voz. La conquista tecnológica puede no parecer tan inevitable.

Más recientemente, Max Fletcher exploró en The Guardian algunas de las razones filosóficas para rechazar el teléfono inteligente y todo lo que conlleva. Por ejemplo, Fletcher sostiene que “los smartphones pueden hacer que la gente fracase al realizar tareas cotidianas. Las habilidades básicas de orientación y el conocimiento del transporte se han externalizado a las apps”. Parte de esta cultura del rechazo puede sonar mojigata, y una opción más fácil de adoptar para los privilegiados y quienes no tienen alguna discapacidad.

Lo cierto es que, dadas las recientes conmociones en torno a las empresas de redes sociales, así como el cansancio generalizado en medio del largo recorrido colectivo con el covid-19 y nuestra inmersión en las tecnologías digitales personales, es posible que una demografía más amplia podría elegir conscientemente alejarse de estos dispositivos. El futuro de los teléfonos podría ser, bueno, más tonto, y sus operadores podrían estar mejor gracias a ello.

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Cuando les enseñé a mis alumnos universitarios mi Light Phone II y sus limitadas funciones, se quedaron boquiabiertos. Varios me preguntaron cómo conseguir uno, y parecían seriamente interesados en un teléfono diferente y más sencillo.

He notado un cambio de atmósfera en las aulas universitarias donde enseño, ya que cada año más estudiantes se lamentan de sus teléfonos en lugar de idolatrarlos. Parece que mis alumnos se han dado cuenta: Estas cosas que durante tanto tiempo prometieron entretenimiento y comodidad sin fin, se han convertido en una carga, rebosante de tareas abrumadoras y obligatorias. Cárgame. Actualízame. Compruébame. Reiníciame. Ring. Veo las caras de nervios de mis alumnos cuando sacan sus teléfonos; algo está cambiando.

Lo que creo que mis alumnos están experimentando forma parte de lo que el teórico de los medios Ian Bogost denominó acertadamente “hiperempleo“. Se trata de un tipo de trabajo sutil –desde el correo electrónico del trabajo a altas horas de la noche, pasando por el colega que te envía mensajes de texto durante el trayecto a la oficina, hasta tener que eliminar los anuncios pop-ups– que se filtra en todo lo que haces. O mejor dicho, todo lo que haces alimenta flujos de ingresos en alguna parte, y puedes o no estar ganando o ahorrando dinero mientras lo haces. Unidades incrementales de nuestra fuerza vital se filtran hacia entidades invisibles que están constantemente sacando beneficios de este trabajo mundano y digital. Y es una carga acumulativa.

Debido a que la gente está llegando al límite del hiperempleo, podríamos estar acercándonos a un umbral crítico a partir del cual los teléfonos inteligentes dejen de ser omnipresentes. Incluso podría avecinarse otra “Gran Renuncia“, pero dirigida a que la gente deje sus dispositivos. Parece descabellado, pero merece la pena plantearse un futuro sin teléfonos inteligentes, al menos para algunos. Puede que ni siquiera sea necesario un éxodo masivo para que sea significativo: puede que los teléfonos inteligentes se vuelvan menos monolíticos como tecnología personal.

Dar este paso atrás no es para todo el mundo. Algunas personas simplemente no parecen sentir los mismos efectos negativos de la conectividad constante. La vida de otros no les permite la opción de hacerlo. Gran parte de esto se debe precisamente a lo que constituye el trabajo hoy en día. Para los trabajadores independientes, el teléfono inteligente es una parte fundamental de la vida. De hecho, muchos trabajos exigen la programación en red e intercambio instantáneo de archivos que facilitan los smartphones. Además, hay muchas otras relaciones más mundanas, domésticas, y a veces tóxicas, que pueden hacer que el uso de estos aparatos sea obligatorio.

Aun así, puede que esté a punto de producirse un cambio radical. Muchos de los que han desactivado sus cuentas de Twitter u otra presencia en los medios sociales durante el último año mencionan su salud mental como justificación o motivo. Y esto tiene sentido, ya que aún nos encontramos bajo la larga sombra de una pandemia en la que se pasó tanto tiempo laboral y de ocio en internet. Pero el verdadero lastre de la salud mental es más omnipresente y desalentador que las redes sociales. Para muchos, las fuentes de la depresión y la ansiedad no se encuentran tanto en internet como en nuestros bolsillos, si no en nuestras manos.

Como escribe Jenny Odell en el New York Times, sobre liberarse de la atracción gravitatoria de las redes sociales: “Al dejar ir un ritmo abrumador, invitas la presencia de otros”. Y si es cierto que, como sugiere Odell, “algunas de las cosas que originalmente viniste a buscar a las redes sociales, incluso cosas que nunca has encontrado, podrían estar disponibles a través de canales más lentos y menos comerciales, que tienen menos incentivos para absorberte”, esto también es exacto con respecto a los teléfonos inteligentes en general. Tal vez renunciar a ellos pueda abrir nuevas (u olvidadas) formas de vida social.

El poeta Ross Gay reflexiona sobre esta posibilidad en su nuevo libro Inciting Joy, y admite que, aunque no a todo el mundo le entusiasme dejar atrás su smartphone, puede resultar una sacudida refrescante:

Créeme, sé que no hay nada más aburrido que lo que estoy haciendo ahora mismo, este lamento ludita, lo sé, a menos que estés de acuerdo conmigo sobre, en este caso, las omnipresentes máquinas de vigilancia, recopilación de datos, narcisismo/alienación, asesinos misteriosos, guardianas del tiempo, cámaras: podríamos por favor no buscarlo, podríamos por favor tomar menos fotos, podríamos por favor simplemente estar aquí juntos por un segundo sin documentarlo, te juro que la vida sigue siendo la vida, incluso cuando tú no tomas una foto, no me importa qué desayunaste.

El ensayo de Gay narra la historia de cuando perdió su teléfono en Nueva York y las alegrías que encontró en su lugar. Empieza en un tono un poco regañón, pero después la apuesta de Gay es que podríamos agradecer las oportunidades de desconectarnos, incluso si son por accidente. Es una parábola relativamente modesta, pero con implicaciones de gran alcance: más allá de la pantalla de un teléfono inteligente nos espera un mundo vibrante y dinámico.

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Cuando escribo esto, hace aproximadamente un mes que empecé a utilizar mi Light Phone II. Me identifico con lo que Alice O’Keeffe escribió en The Guardian: me sentí más centrado y menos distraído, especialmente durante las primeras semanas. Volví a disfrutar leer libros de verdad antes de acostarme. Saboreé no tomar tantas fotos, no estar constantemente recopilando imágenes y vídeos. Estaba muy consciente de no navegar por internet en los momentos libres de espera.

Sin embargo, con el tiempo estos sentimientos iniciales se desvanecieron, y una cosa extraña ha estado sucediendo: mi teléfono simplemente se convirtió en un teléfono. Y la sublime sensación de no estar con un teléfono inteligente se ha transformado en otras cosas: a veces puro aburrimiento, y las rutinas de la vida ordinaria el resto del tiempo. Tener un Light Phone II en lugar de un iPhone no fue exactamente una revelación. Solo fue una especie de cambio a la baja. Sigo enviando muchos correos electrónicos desde mi computadora y me mantengo al día de las noticias desde allí. Mientras tanto, aprendo a enviar mensajes de texto más rápido en mi teléfono que es un poco más ligero. No me malinterpreten: me gusta mi nuevo teléfono. Está bien diseñado y es agradable de usar. Seguiré con él, seguro. Pero ha sido menos, y a la vez más, de lo que esperaba.

Supongo que esta podría ser una analogía: al principio, deshacerse del smartphone puede parecerse a hacerse vegano o adoptar cualquier otro régimen dietético extremo. La claridad y el rejuvenecimiento iniciales son eufóricos. Es tentador hacer sonar la alarma, reclutar a otros para que se unan a la causa. Pero a medida que las cosas se calman, te das cuenta de que no, no has eliminado categorías enteras de cosas para consumir, no exactamente. Splo has cambiado la cantidad y la forma de la ingesta. Todos somos omnívoros; es solo una cuestión de escala. ~

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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es profesor distinguido de inglés en la Loyola University New Orleans y autor de seis libros sobre viajes aéreos, literatura y conciencia medioambiental. Su nuevo libro, Fly-Fishing, saldrá a la venta en marzo.


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