La tabla periódica de los elementos como objeto estético

Una muestra de que la tabla periódica de los elementos químicos se ha convertido en un símbolo de la cultura popular es la manera como escritores, poetas, investigadores y artistas se han apropiado de ella como objeto estético.
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Una muestra de que la tabla periódica de los elementos químicos se ha convertido en un símbolo de la cultura popular, sólo superada por E = mc2, es la manera como escritores, poetas, investigadores y artistas se han apropiado de ella como objeto estético, pues no es otra cosa que una fiesta de la simetría.

Destaca el libro de memorias autobiográficas de Primo Levy, Il sistema periodico, publicado en Turín en 1975. A lo largo de veintiún capítulos, cada uno con el nombre de un elemento elegido por intuición literaria, sin atender al orden que tienen en la tabla pero relacionado con el relato correspondiente, Levy escribe un diálogo entrañable sobre la naturaleza, los seres humanos, los canallas y los amigos. O los que no son amigos y, aun así, están dispuestos a defenderte. Una mirada de una época a través de la ciencia de las transformaciones, construida con ladrillos elementales que abren puertas para entender de dónde vino, por dónde caminó y cómo respondió ante ello. Los relatos van de la confesión biográfica (“Argón”) al realismo histórico (“Fierro”), pasando por la visión onírica (“Mercurio”), el juego de palabras (“Titanio”) y su atribulada relación con un exagente de la milicia nazi SA (Sturmabteilung) en el relato “Vanadio”.

El químico turinés estaba convencido de que la imaginación no puede ser desbordada y arbitraria, sino que debe estar anclada en la realidad. En su caso, no solo por el imperativo de honrar la memoria de los mejores, quienes no sobrevivieron, sino porque el que resultó “víctima” de la loca suerte y salió de ese infierno tiene que entender que ha vivido para contarlo. Cuando le preguntaron por qué insistía en mantener el número tatuado en su brazo, respondió que, de haberlo borrado, habría traicionado a todos aquellos que pasaron por los campos de concentración, así como los que dieron su vida en los diversos escenarios bélicos. Mientras estuviera vivo, su brazo marcado con el 174517 sería una prueba de lo que sucedió.

Otra interpretación sobresaliente, original, de la tabla de los elementos puede encontrarse en el libro del químico de Oxford, Sir Peter Atkins, intitulado El reino periódico (1995), donde nos invita a mirarla no como un simple croquis, sino como un mapa, instrumento de navegación indispensable para entender y sobrevivir en este mundo y los otros. Si bien el relato sólo llega hasta el elemento 103, Atkins advierte a los lectores sobre la posibilidad de que aparezcan nuevas y exóticas familias de átomos elementales, mucho más estables que los transuránidos posteriores al lawrencio, los cuales apenas conocemos. Estos hipotéticos elementos formarían una “isla de estabilidad” aparte, revolucionando la tabla actual. Algunos se lamentan de que si llegara a agregarse un octavo periodo, la belleza simétrica de la tabla se esfumaría, dado que jamás se lograría llenar el grupo.

Estamos ante un compendio de leyes físico-químicas, no importa cuánto haya cambiado dicha tabla desde que Dmitri Mendeléyev propusiera su versión en 1869 con los 63 elementos conocidos en ese momento y los huecos para aquellos que aún no habían sido descubiertos.

 

De hecho, pocos años después de las publicaciones del químico ruso diversos colegas experimentaron con diseños alternativos, algunos abigarrados, otros muy ingeniosos, con objeto de ubicar los diferentes elementos. Tal fue el caso de la espiral de Heinrich Baumhauer, elaborada en 1870, en cuyo centro de localiza el hidrógeno.

Otra extravagante interpretación fue la de Henry Basset, una tabla en una especie de campana.

La primera modificación se hizo cuando fueron descubiertos los gases nobles (como el helio, neón y argón), que a Mendeléyev le pasaron inadvertidos. Para representarla, a principios del siglo XX, en 1905, Heinrich Werner adoptó la forma horizontal que conocemos actualmente. Por primera vez los gases nobles pueden verse en su posición real. Entusiasmado por el pensamiento de Mendeléyev, quien en vez de exponer lo conocido, como hicieron John Dalton y John Newlands, puso énfasis en lo desconocido, Werner dejó más espacios en blanco de los que podía suponerse, pronosticando, por ejemplo, el pronto descubrimiento de elementos más ligeros que el hidrógeno, lo cual es imposible.      

Hay quienes piensan que si llegaran a visitarnos extraterrestres “en son de paz”, lo primero que pedirían es una tabla periódica a fin de saber con qué recursos podrían contar si llegaran a pensarlo dos veces. Esta tabla existe y fue publicada por la ONU a fin de alertarnos cuáles de los 90 elementos naturales comenzarán a escasear y en cuánto tiempo.

Otra tabla que vale la pena mencionar es la espiral de Theodor Benfey, publicada en 1964.

Aunque quizá la mejor versión sea la que realizó en 2018 el doctor Víctor Duarte Alaniz, del Instituto de Química (UNAM), trabajo que obtuvo el primer lugar de un concurso convocado por la revista Chemistry. A European Journal. Su versión de la tabla es helicoidal y tridimensional. Duarte Alaniz realizó un meticuloso trabajo en tercera dimensión, ya que es un experto en diversos lenguajes de programación. No se trata de alguien que compró un software y a cuyos códigos no tiene acceso, teniendo que sujetarse a lo programado. De hecho, sus ilustraciones son conocidas en diversos medios donde se requiere de ilustración científica rigurosa, de calidad, original y con un sentido estético. “La tabla se caracteriza por su comportamiento repetitivo”, nos dice, “encontré muy atractiva la idea de construir un arreglo diferente, que fuera más allá del arreglo usual bidimensional, como tabla”.

La idea de Víctor Duarte era involucrar ciclos tridimensionales que representaran este patrón repetitivo, así como algunas propiedades periódicas de los elementos, entre ellas el tamaño de los átomos, la electronegatividad y la primera energía de ionización de cada uno. “Como resultado”, continúa, “y con Mendeléyev atestiguando la escena, unas formas helicoidales concéntricas coinciden con el fin de representar los ciclos, todo inmerso en un paisaje exterior caracterizado por un atardecer tranquilo, un ambiente en el que el silencio es propicio para los pensamientos e ideas profundos”.
La imagen presenta particularidades que no son obvias a simple vista, desarrolladas como parte de una propuesta científico-artística más general, por la cual el doctor Víctor Duarte Alaniz es reconocido en el medio de la ilustración científica internacional. Se trata de una representación visual con rigor científico y precisión conceptual desarrollada en tres dimensiones para el manejo adecuado de la proporción, sirviéndose de software libre. Intenta evadir en la medida de lo posible el simbolismo clisé con que se representa la ciencia, y busca resaltar su belleza implícita, evadiendo, asimismo, el sensacionalismo que ronda los medios de comunicación.

El dibujo digital se logra a partir de la aplicacion de principios físicos y técnicas matemáticas convertidos en algoritmos, los cuales se traducen en programas de computadora. Esto provoca en una relación más cercana, genuina, entre los ámbitos artístico y científico. Así, los dibujos de las hélices y sus elementos fueron realizados mediante un programa desarrollado con ese fin por el mismo doctor Duarte Alaniz. De esta manera, la persona se dedica más a la parte creativa e intelectual, dejando la tarea de los cálculos, operaciones matemáticas y tareas repetitivas a la máquina computadora. Quizá la imagen final resulte demandante. Esto es propositivo, nos dice Víctor Duarte, “pues busca que el espectador intente liberarse de la ociosidad mental, además de que puede servir de puente entre algo desconocido y atractivo para quien ve la imagen y el conocimiento científico que representa”.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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