“Vale la pena explorar una nueva ficción científica”

Más allá del soporífero divulgador y el literato carente de imaginación existe un tercer humano, dispuesto a crear un juego de espejos entre la historia, la ciencia, el arte y la tecnología.
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Crear, comunicar y pensar

La hiperespecialización que inició en el siglo XX tuvo como consecuencia la separación y organización de las ideas en diferentes áreas, imponiendo así una brecha entre las ciencias y las humanidades. Sin embargo, la realidad del ser humano es compleja y por lo tanto requiere de una perspectiva que integre diferentes conocimientos para hacer frente a las problemáticas actuales. Les preguntamos a cuatro autores, cuya escritura e intereses dan muestra de esta intersección entre ciencias y humanidades: Gabriela Frías Villegas, Jorge Comensal, Ximena A. González Grandón y Carlos Chimal, sobre qué ha significado para ellos migrar hacia una forma de ser y trabajar de manera interdisciplinaria.

¿Cómo participa la ciencia dentro de la ficción que escribes?

La ciencia al igual que la historia han sido elementos determinantes en la ficción que escribo desde mi primer libro, Una bomba para Doménica (La Máquina de Escribir). En particular son esenciales en la novela de anticipación Lengua de pájaros (Era), en la sátira de la ciencia ficción Creaturas de fuego (fce), en la novela histórica El mercurio volante (fce), así como en El viajero científico (Alfaguara, Loqueleo), Mi vida con las estrellas (Alfaguara, Loqueleo) y El portafolio de Tesla (Planeta Juvenil).

¿De qué manera el arte y las humanidades pueden contribuir a una mejor comprensión de la ciencia?

Mediante el atrevimiento estético, usando de manera aguda la imaginación y el conocimiento, abandonando la farragosa divulgación de la ciencia que muchos investigadores (que no científicos) llevan a cabo al darse cuenta de que se han convertido en leños muertos. Entonces voltean a la escritura porque les parece más fácil de abordar, y lo hacen con el fin de alimentar su ego, arrastrando a sus lectores a un abismo de aburrimiento infernal. Lo mismo sucede con los escritores convencionales, solemnes, cuyas obras oscilan entre una literatura anoréxica y otra bulímica, obsesionados por ganar premios y reconocimiento. Solo algunos avezados saben conjugar la invención literaria y la imaginación científica, sin olvidar el humor.

Por más que los panegiristas digan misa (y en latín), la fantasía ha dejado de pertenecerle a la literatura, de manera que esta tendrá que buscar nuevos derroteros si desea encontrar genuinos lectores, distintos a la turba que se engulle toda clase de sinsentidos, siempre ubicados en un pasado inverosímil o en un futuro improbable. Se trata, en todo caso, de un ejercicio de imaginación cuyos hilos parecen enredados en un modernismo anacrónico. Si presentan sus historias a manera de alegorías de nuestros anhelos y atavismos, son débiles y ajenas a los sentimientos humanos; si escriben novelas apocalípticas, se vuelven fastidiosamente moralizantes. No obstante, vale la pena explorar una nueva ficción científica por una sencilla razón: la novela tradicional no está abordando los temas, escenarios, tramas y situaciones desafiantes, efímeros, que plantea la realidad presente, imbuida de ciencias y tecnologías.

En su momento, las novelas y obras de teatro de Cervantes y Shakespeare supieron encapsular el momento presente, lo cual fascinó a su público. Hoy las novelas van decenas de años atrás, viven en un pasado pálido, cargado de palabrería insulsa, estridente, o, peor, de poesía meliflua. Quien desee prosperar en este mundo, no importa cuáles sean sus creencias religiosas, tiene que ser un experto en el presente y todas sus conjugaciones, manejar al dedillo los dispositivos inteligentes, o al menos poseer uno que no se atasque. En todo caso, en la actualidad debe tener el tiempo libre, el dinero, las ganas y la educación para estar en posibilidades de elegir aquellos pensamientos, historias y sentimientos que van a ocupar su mente durante los próximos días, probablemente meses. Y eso antes de que la inteligencia artificial, como GPT-3, le gane la partida.

La única alternativa a la ciencia ficción es una ficción científica. Como quiera que se llame, esta escritura se halla condenada a morir pronto, en la medida en que los cambios tecnológicos y los descubrimientos científicos desechan ideas y objetos que resultan obsoletos para diagnosticar algún fenómeno de la realidad. Aun así, contiene los elementos narrativos necesarios, heredados de autores como Angela Carter y J. G. Ballard, que le permiten mirar lo que está sucediendo y mantener el interés del público por la literatura. ¿Y qué está sucediendo? El inicio del derrumbe de nuestra civilización, tal como lo planteó John Wyndham. Dicho autor británico vivió entre 1903 y 1969. Fue él quien acuñó la frase “nosotros somos la catástrofe”, si bien el subgénero catastrófico ya se había ganado un lugar en el corazón de los lectores aficionados a las historias apocalípticas desde 1885 con la publicación de After London; or, Wild England,de Richard Jefferies. De hecho, si no fuera por esta continua marea de novelas, muchas de ellas malas, descuidadas y facilonas, quizá la literatura ya habría desaparecido. Pero eso es válido hasta hoy en día, quién sabe mañana.

Trascender es una forma de negar la muerte, las investigaciones de la medicina antienvejecimiento representan otra forma de luchar contra la idea “insana” de que debemos morir. Hay que modificar la representación social del cuerpo. Para un moderno, el futuro es promisorio, habrá un mañana esperanzador; para un posmoderno el futuro es ahora, un desastre digno de Dios; para un hipermoderno el futuro fue ayer, cuando se nos fue el avión que habría de alejar al planeta del peligro ambiental. He ahí el caso de los músicos, artistas de la farándula y de la brocha fina, así como de los escritores, quienes viven angustiados por no saber si finalmente habrá futuro para ellos; si serán recordados, es decir, leídos, al día siguiente de su sepelio. Todos quieren seguir siendo veinteañeros a como dé lugar. Los políticos y estadistas realizan obras públicas con el mismo propósito (ser recordados como efebos y ninfas redentores) y, al igual que aquellos, lamentan el día en que nacieron sus rivales.

Es justo decir que también lo hacen para ofrecernos cierta estabilidad, la sensación de que en el futuro nada va a cambiar, de que no hay más que un presente continuo, eterno. Sin embargo, esto no es así y la realidad parece más bien al borde del colapso.

Antes que una oposición entre la ciencia y las humanidades, algunos autores hablan de un tercer tipo de conocimiento que abreva tanto del conocimiento científico como de la imaginación, las ciencias sociales y el arte. ¿Qué opinas al respecto?

Siempre han existido creadores que no se tragan el cuento del divorcio entre estos ámbitos. En lo personal, estoy convencido de que más allá del soporífero divulgador y el literato carente de imaginación existe un tercer humano, alguien dispuesto a crear conciertos en el cuadrivio de la imaginación, un juego de espejos entre la historia, la ciencia, el arte y la tecnología. ~

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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