Ulises I, una misión de arte al espacio es un libro que narra una historia de la vida real escrito por el Colectivo Espacial Mexicano. Se presenta en la FIL Guadalajara por JJ Díaz Infante, Michael Bennet y Andrés Martínez el 1 de diciembre a las 13 horas, Sala Alfredo R. Placencia, Expo Guadalajara. Y se distribuye como un performance de manera gratuita en su versión de Ipad.
“El futuro pertenece a aquellos que brindan
a la siguiente generación una razón de esperanza”
Teilhard de Chardin
Octubre del 2010.
Se acercaba la fecha de cumplir 50 años; como es costumbre, crisis. O compraba un convertible o lanzaba un satélite al espacio. El futuro no es lo que era antes. Yo había soñado de niño cómo íbamos a vivir en la Luna. Todos deberíamos de tener una nave espacial y de capricho yo debería tener la capacidad de comprarme una novia robot. Kubrick y Blade Runner me lo habían dicho.
Para tratar de comprender este tipo de decisión había que hacer un poco de investigación, uno no se levanta en la mañana de un miércoles en la Ciudad de México y decide lanzar un satélite al espacio. Bendita mañana. Decidí ir a buscar el conocimiento a una institución con las credenciales necesarias, donde no puede fallar: el librero o stand de las revistas de Sanborns. Mi padre era un fan de este restaurant-farmacia-librería–óptica y toda su vida nos llevó a mi hermano y a mí a comer cada domingo, ahí, las famosas enchiladas suizas. En fin, Sanborns es un lugar donde un puede tomar café y comprar una revista científica. Yo encontré un Scientific American, el artículo “Citizen´s Satellites, do it yourself”: un artículo de 6 páginas que describía cómo hacer pequeños satélites. La idea era posible. El satélite se llamaría Ulises; era el nombre indicado, un viajero infinito siempre tratando de llegar a Penélope. También por Ulises Carrión, el artista contemporáneo mexicano. Y también por Ulises, de James Joyce. El satélite sería una obra de arte. Sonaba bien, sonaba prudente, que México podría aportar el primer satélite obra de arte, además hecho por un colectivo, el Colectivo Espacial Mexicano. Era lógico, sensato, prudente y la revista tenía un par de direcciones web donde me podían dar información y llamé por teléfono. “Hello, my name is Juan and I want to launch a satellite to space”. Era la obertura de una opera espacial, como si Wagner estuviera a mi lado susurrando, haz una ópera. Una ópera es un híbrido que integra música al teatro. Ulises I, su proceso era una ópera, un híbrido del siglo XXI. Empezar a comprar, en China, los distintos elementos de un satélite generó que me cancelaran mi tarjeta de crédito. Llamé a Visa, Visa me informó, que mi tarjeta estaba suspendida por “actividad sospechosa”. Qué significa “actividad sospechosa”, que uno no debe estar comprando satélites si uno es un colectivo de arte en un país del tercer mundo.
Efectivamente si uno está en la ciudad de México y empieza a ordenar las distintas piezas de un satélite, un algoritmo detecta que puede haber un mexicano planeando llegar al espacio y eso no debe de pasar. Hubo que tramitar un permiso especial en el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Unbelievable: tuve que hacer un manifiesto de la misión; unbelievable: tuve que hacer un juramento oficial, “no exportaré poesía a ningún enemigo de los Estados Unidos”. Tres meses para importar una celda solar de un dólar que es parte de cualquier juguete importado. Conocí y fui a visitar a Gerard Auvray, un francés, campeón de slalom, ingeniero en telefonía que hacía satélites de órbitas bajas en el ático de su casa en París. Uno de los momentos más mágicos que he vivido en mi vida. Llegar a una casa que al entrar había gatos y satélites por todos lados. La casa estaba en remodelación, toda, ergo, todos sus trajes colgaban junto a la chimenea. Así subimos al ático, cada cuarto que pasábamos era una obra negra en reconstrucción hasta que llegamos al laboratorio de satélites. Un escritorio, unos estantes, un microscopio, una gran lupa, unas pistolas para soldar, un osciloscopio. Arrumbada en una esquina, una caja color baby blue, escrito sobre la tapa SPUTNIK. Efectivamente, el gobierno ruso le había comisionado hacer unas réplicas del Sputnik a Gerard y ahí estábamos, sin tomar café, sin una copa en la mano. En mis manos LA “pelota de basketball” de aluminio que le había cambiado el imaginario al mundo. El símbolo imaginario que inició la Guerra Fría, el símbolo imaginario que provocó la carrera espacial. Marshall McLuhan en una conferencia en Florida en 1974 dijo, “cuando se lanzó el Sputnik en 1957, el mundo cambió y el mundo era ya una pieza de arte”. Gerard había llegado a la ultrasíntesis de un laboratorio para hacer satélites de órbita baja en su propia casa, una idea para transportarse a las universidades de México. Ulises I tendría que ser una especie de Sputnik mexicano, un dispositivo de la imaginación, un gatillo de cambio de realidad. México es un país sin trenes que tiene que cambiar su conversación y entender que debe de tener trenes. Así fue que, de regreso en México, la siguiente persona que habría que visitar era la aquel que podría dar el capital semilla para el satélite. Así fue como llegué a la Fonoteca Nacional, el lugar lógico para iniciar otra carrera espacial. El proyecto inicia como un programa de residencias de artistas dentro de un festival de nombre PLAY!, palabra que no traduce al español, pero que usamos muchas palabras para definirla, se traduce como juego, obra de teatro, reproducir un video, tocar un instrumento. El punto de inicio de la siguiente carrera espacial sería la Fonoteca Nacional, el 23 de junio del 2011: una exhibición que se aprueba 13 días antes de su apertura como una lluvia de ideas de 11 artistas; se convocan instituciones, se convoca a todos los interesados. Se exhiben bocetos, se compone obra específica, se montan piezas sonoras, planos, maquetas, se hace un concierto con estrenos mundiales. Se inicia la otra carrera espacial. Ulises I y el Colectivo Espacial Mexicano nacen a partir de ese momento y es una historia alucinante de unos ciudadanos tratando de hacer misiones espaciales, el proyecto reúne a más de 75 personas, 6 instituciones, trabajando, habiendo fundado una escuela de satélites, con un programa pedagógico de arte y ciencia que prueba que la realidad puede ser cambiada y que la poesía todavía es tema de conversación para cambiar el destino del mundo.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es artista transdisciplinario, fotógrafo y poeta. Además es director del proyecto Ulises I.