El pasado mes de junio los lingüistas tuvimos una extraña relación con la muerte. Una noche las redes se incendiaron con la (supuesta) pérdida de Chomsky y a la mañana siguiente resultó que la noticia era falsa. Poco después, el profesor Luis García Fernández nos avisaba en X de que había muerto Oswald Ducrot, pero una búsqueda rápida por Internet (al menos en español), no daba ninguna información al respecto. Pensábamos estar en el mundo de la información y resulta que es el reino de la desinformación. Malos tiempos para el conocimiento.
A pesar de lo que el silencio general ante su muerte parece implicar, Oswald Ducrot nos deja un legado muy importante que da para muchas columnas como esta. Hoy me voy a limitar a hablaros de la propuesta que presentó con Jean Claude Anscombre, según la cual es posible interpretar la conversación cotidiana como un texto argumentativo. Para estos autores franceses, el objetivo de la mayoría de nuestras intervenciones (si no de todas) es convencer a los demás de nuestro punto de vista.
Si aceptamos esta hipótesis, el reto está en analizar nuestras interacciones con herramientas asimilables a la retórica clásica. Encontraremos, por tanto, argumentos a favor o en contra de una determinada tesis. Y no todos serán igual de buenos. Así, por ejemplo, si nos proponen salir a dar una vuelta, decir Tengo bastante trabajo, Me voy de viaje mañana o Estoy en el hospital con una pierna rota son argumentos a favor de rechazar la invitación, pero no todos son igual de contundentes.
¿Qué es lo que hace que todas esas frases se conviertan en argumentos en contra de salir con los amigos? Según la hipótesis de Anscombre y Ducrot, lo que está detrás de la función argumentativa son una serie de axiomas que compartimos socialmente y que actúan de bisagra entre lo dicho y lo inferido. Así, el primer argumento se relaciona con Cuanto más trabajo tienes, menos tiempo puedes dedicar a dar una vuelta; el segundo sería Cuanto más inminente es un viaje, menos posibilidades tienes de dar una vuelta y el tercero podríamos formularlo como Cuantos más problemas de movilidad tienes, menos capacidad de salir a dar una vuelta. De este modo, la conversación cotidiana se comporta de una manera similar a la lógica clásica que todos aprendimos en el colegio (Todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre, por tanto, Sócrates es mortal).
Estos axiomas compartidos que explican la naturaleza argumental de nuestras conversaciones se denominan Topoi y tienen, como vemos, naturaleza gradual. Esto es muy interesante, porque permiten clasificar en más o menos fuertes los argumentos. Así, no es lo mismo tener bastante trabajo que tener muchísimo trabajo, salir de viaje mañana que dentro de cinco minutos o tener una pierna rota que sentirse regular. Pero, además, y este es un asunto en el que quiero que nos detengamos, no todos los topoi están igual de asumidos o aceptados en la sociedad. De hecho, hay topoi que no son aceptados en absoluto por determinados grupos sociales. Todos hemos tenido un grupo de amigos en la universidad que se tomaba a broma si decías Tengo que estudiar ante la propuesta de salir a tomar algo. Si querías convencerlos de que no insistieran, tenías que utilizar otro tipo de estrategias.
Considero, en definitiva, que argumentar conversacionalmente de forma eficiente implica, necesariamente, reconocer cuáles son los topoi que acepta tu interlocutor y usarlos, con independencia de que los compartas o no. Tratar de convencer a alguien de tu punto de vista partiendo de tu interpretación del mundo en lugar de hacerlo desde el suyo es como tratar de vaciar el mar con un cubo de playa.
Estoy convencida de que volveremos a hablar de Ducrot en otras columnas, pero por hoy me quiero quedar con esta reflexión. Tal vez la incapacidad que tenemos actualmente de llegar a acuerdos y la polarización en la que estamos inmersos se expliquen, en parte, en que no somos capaces de hablar el idioma de los que tienen una ideología diferente. Nuestra visión del mundo es tan distinta que hace falta un esfuerzo titánico para hacerlo. Pero el consenso requiere habitar espacios comunes, formados a partir de retazos de empatía y de renuncias por parte de todos. En juego está no solo la convivencia, sino incluso nuestra propia supervivencia como sociedad.
Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).