La provocadora “Emilia Pérez”

“Emilia Pérez” ha suscitado enardecidos debates sobre representación y autoridad moral, que enturbian otros ricas discusiones que puede abrir.
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Soy asidua a ese género menor de la poesía simple que en México llamamos calaveras. Rimas simples en versos octosílabicos, fáciles de memorizar y cansinas para recitar. Redondillas, pues, pero de Día de Muertos. Cada año escribo calaveras para amigos y familia, y no pocas veces he publicado también algunas dedicadas a actores de la vida pública. 

Un día compuse una, muy boba pero –creía yo– muy simpática, en la que un político de la Ciudad de México se equivocaba en el trazo de una ciclovía y tenía una agria discusión con la Muerte en el panteón donde él quería reinar.  

El hombre en cuestión me llamó por teléfono, gravemente indignado, para hacer una aclaración pertinentísima: él nunca se había equivocado en el trazo de ninguna ciclovía. Tuve que explicarle que tampoco quería reinar en el panteón y además no había tenido una discusión con la Muerte. Para acabar pronto: la calavera completa era mentira, como son siempre todas las calaveras. Todo lo inventé yo para un género literario de ficción. 

Recordé ese episodio esta semana al encontrarme con el debate sobre la película Emilia Pérez, recientemente estrenada en el país. Entre otros puntos, las críticas incluyen la falta de veracidad de un filme que es una historia ficticia de principio a fin (como mi calavera) pero ese no es, ni de lejos, el elemento más relevante de la discusión que ha provocado Emilia Pérez. El vociferío ha sido tal que incluso le dio un respiro a Claudia Sheinbaum, quien momentáneamente dejó los hórridos temas de migración y cárteles para pronunciarse sobre la película (afortunadamente en términos no inquisitoriales). 

¿Por qué hay tal vociferío? Primero, de qué va la trama. La película es un musical de un narcotraficante mexicano que cambia de vida con la ayuda de una abogada con habilidad para pecar pero con capacidad de distinguir el bien del mal. El criminal transforma su sexo, sus intereses y su entorno: deja de ser un capo, se vuelve una millonaria tía amorosa y preside una asociación civil que ayuda a encontrar desaparecidos. Todo bien, incluso se enamora, pero la cosa se le complica porque sus sobrinos son en realidad sus hijos y la madre de estos quiere llevárselos. 

Esa es la historia: es una etapa en la vida de una persona, enmarcada en un país con élites corruptas, camionetas de criminales, dinero sucio y filantropía para las víctimas de la violencia. No es una historia sobre el país, los criminales, la corrupción, los desaparecidos y las ongs. Esos elementos conforman el telón de fondo para la historia personal de Emilia. El director es francés, los actores principales no son mexicanos y los diálogos están en español pocho y chilango. 

Ahora sí, ¿qué dice el vociferío? De todo. Principalmente, que la película no es respetuosa con México, que el director no entiende al país y que las actrices no nacieron aquí. Que la violencia y, sobre todo, las desapariciones, están frivolizadas. Que el director no sabe nada de relaciones entre mujeres, de los problemas de México o de los verdaderos dilemas de los transexuales. 

Cualquier espectador tiene derecho a detestar una película, claro, por las razones que le dé la gana. Sin embargo, hay dos elementos en las críticas que vale la pena diseccionar porque afectan valores colectivos y perspectivas sobre lo público. El primero es el de la autoridad requerida para tocar un tema en el espacio de la ficción creativa y el segundo es la exigencia de respeto ante realidades dolorosas. Ojo, no estamos hablando de políticas públicas, sino de arte. ¿Se pueden abordar realidades complejas y fenómenos dolorosos si los autores no forman parte de los colectivos afectados? ¿Qué se le puede exigir a un autor que escribe, filma, canta o pinta sobre realidades ajenas a la suya? ¿Puede lucrar un artista con una obra que moleste o directamente insulte (intencional o involuntariamente) a colectivos específicos? ¿Tienen derecho los consumidores a boicotear un producto artístico? 

Yo me inclinaré siempre por la libertad de expresión pero las respuestas a las preguntas anteriores no son binarias y pueden abrir muchos caminos de reflexión. Yo elaboro el siguiente: Emilia Pérez es provocadora en distintos niveles. Uno de ellos es el de la autoridad moral y el respeto debido a los trans o a los desaparecidos o a una identidad nacional, pero ese nivel es el más plano y enturbia el riquísimo debate que puede abrir una obra que aborda de manera exagerada –y por eso, asombrosa– aspectos universales como la muerte simbólica individual, la transformación personal, el mal como origen de un bien, la filantropía cínica eficiente, las relaciones de pareja, el consumo global y las distintas formas de paternidad. No solo eso, la película también abre un debate estético por las imágenes y el uso del musical como diálogo, lo que da para buenas veladas de amenísimas charlas inteligentes. 

En las redes sociales circula una imagen con la siguiente frase: no dejes que nadie te haga ver Emilia Pérez. Y bueno, si quieren ver un documental respetuoso, riguroso y cien por ciento mexicano, no vayan, pero si se les antoja hablar sobre una película estéticamente provocadora, temáticamente inquietante, absolutamente ficticia y musicalmente original, no se la pierdan. ~


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