¿Por qué es tan difícil abandonar un negocio que va a pique? ¿Cuál es la razón por la que continuamos con relaciones que a todas luces ya no son satisfactorias? ¿Por qué personas ilustradas terminan siendo víctimas de las estafas más absurdas? ¿Qué clase de fuerza orilla a individuos brillantes a comportarse de manera irracional? En Sway: The Irresistible Pull of Irrational Behavior (Crown Business, 2008), los hermanos Ori y Rom Brafman esbozan algunas respuestas basados en su experiencia en los negocios, el comportamiento organizacional y la psicología. El libro identifica varios factores. Uno de ellos es el prejuicio, o como lo denominan los hermanos Brafman, el “valor percibido” que le damos a lo que nos rodea en función del juego social. Si uno de los mejores violinistas del mundo toca con ropa común y corriente a las afueras de una estación de metro, lo más seguro es que sea ignorado por las personas que pasan por ahí. No importa que en sus manos tenga un Stradivarius y la piezas interpretadas sean las sonatas de Bach, tal y como le sucedió en 2007 al músico Joshua Bell en L´Enfant Plaza, una estación de Washington. Otro factor es el “compromiso invertido”. Cuando alguien dedica elevadas cantidades de tiempo y concentración a un objetivo, más difícil va a ser que acepte la realidad de que su esfuerzo ha sido en vano. Esa es la razón por las que mujeres y hombres se obsesionan en continuar con matrimonios que han dejado de funcionar, o por la que un emprendedor opta por seguir en un negocio cuya inviabilidad es clara. Sienten que han dejado demasiado de ellos como para poder contemplar la posibilidad de la renuncia. El factor principal de irracionalidad, sin embargo, está atado a un sentido primario de dominio: la aversión a la derrota.
Según los hermanos Brafman, la obsesión por ganar puede convertir al hombre más razonable en un idiota dispuesto a tirar por la borda todo lo que ha construido, sobre todo si se da en una coyuntura en la que se entrecruza con el prejuicio y el “compromiso invertido”. Billions, la serie de televisión norteamericana creada por Brian Koppelman, David Levien y Andrew Ross Sorkin funciona como una dramatización involuntaria de los conceptos trazados por los Brafman. Estrenado en 2016, el programa cuenta el enfrentamiento entre Charles “Chuck” Rhoades (Paul Giamatti), fiscal de Estados Unidos para el Distrito Sur de Nueva York y aspirante potencial a la gubernatura del Estado, y Bobby “Axe” Axelrod, gestor de fondos de cobertura y CEO de Axe Capital. El primero es hijo de un magnate de vastas conexiones políticas y esposo de Wendy (Maggie Siff), una coach motivacional de ligas mayores que paradójicamente trabaja en Axe Capital; el segundo es un “self made man” de orígenes humildes que ha construido su fortuna gracias una capacidad de análisis prodigiosa. Rhoades se presenta como un servidor público honesto en función de un fin superior; Axelrod, por el contrario, se ufana de su carencia de escrúpulos, si bien gusta de proyectar una imagen de Robin Hood frente a la comunidad que lo vio crecer. Ambo son esclavos de sus propios egos. El planteamiento central es palmario: Billions es un concurso de meadas entre dos machos alfa cuya aversión a la derrota puede más que su sentido común. Pero también es algo más: sin proponérselo captura el espíritu de la era Trump, donde el resentimiento y el deseo de aplastar al otro se sobreponen a cualquier argumento orientado a asegurar el bienestar futuro. La irracionalidad pura, pues.
Chuck vs. Axe
La atracción del comportamiento irracional queda establecida desde el capítulo piloto. Antes de comenzar las investigaciones en torno a los malos manejos de Axe Capital, Chuck compara a Axelrod con Mike Tyson durante su época de oro, y establece que sólo un imbécil habría deseado enfrentar al peso completo en su mejor momento. Primero, afirma Rhoades, hay que sangrar al toro; esperar a que se canse y, una vez mermado, maniobrarlo con el capote y tirarse a matar. El fiscal, claro, va en contra de su propio consejo y acelera el proceso. Lo mismo sucede con Axe, quien les aconseja a sus hijos que a veces vale la pena sacrificar una batalla en el corto plazo para sorprender y ganar en el largo. Cuando lo racional sería que Axelrod renuncie al impulso de comprar una mansión de decenas de millones de dólares, y así no elevar su notoriedad frente a la fiscalía y la comunidad, decide adquirirla con el solo propósito de demostrar que él es un macho alfa, y no un perro castrado como el que tiene en su hogar (la historia del pobre can es una subtrama del episodio). Axe sacrifica la tranquilidad futura por la pulsión del presente. “What’s the point of having fuck you money if you never say fuck you?”
El duelo entre Chuck y Axe ocupa casi todo el tiempo en pantalla de la primera temporada. A diferencia del grueso de los dramas televisivos, cada vez más enfocados en presentar una estructura coral, los personajes secundarios de Billions aún carecen de narrativas desarrolladas. A juzgar por los primeros cuatro capítulos, la segunda temporada comienza a dibujar un cambio de dinámica; sobre todo en el microuniverso de Axe Capital, conformado en su mayor parte por gestores cuya agresividad infantil remite tanto a El lobo de Wall Street (2013) como a la competencia salvaje de In the company of men (1997), de Neil LaBute, quien por cierto dirige un capítulo de Billions (The Good Life). Axe actúa como la torre de control de portaaviones cuyos pilotos necesitan disciplina, cuidado y motivación constante. La presión afecta con intensidad a los generales de alto rango. Mike “Wags” Wagner, el leal y engañosamente perverso Chief Operation Officer de Axe Capital, experimenta una crisis de conciencia que esconde detrás del alcohol y las drogas. Sus vicisitudes, interpretadas con simpático aplomo por David Costabile, constituyen uno de los puntos más disfrutables de la serie. Costabile es un actor que merece más reconocimiento.
Una adición interesante de esta segunda temporada es la de Taylor, analista junior de Axe Capital cuya capacidad intelectual es capitalizada con rapidez por Axelrod. Interpretado por Asia Kate Dillon, Taylor es probablemente el primer personaje recurrente de género no binario (es decir, que no se identifica bajo la clasificación masculino-femenino) en la historia de la televisión. Esta característica contrasta con el exceso de testosterona en Axe Capital. Axe simpatiza de inmediato con Taylor. Como sugiere el mismo Axelrod, ambos aprendieron a ver el mundo desde afuera, a través de una ventana, lo que les da una ventaja analítica estratégica, si bien los aísla emocionalmente. Hay algo casi faustiano en la relación. ¿Podrá Taylor mantener su integridad frente a las ofertas demoniacas de Axe? Esta subtrama es una de las vetas narrativas más prometedoras de Billions. La presencia de Taylor es magnética e inteligente. “Como una persona que se identifica como no binaria, siento una enorme responsabilidad de interpretar a mi personaje como un individuo tridimensional e integral a la trama, y no sólo concentrarme en su sexualidad”, declaró Dillon a The Huffington Post hace unos meses. Así ha sido hasta ahora.
Los diálogos de Billions desbordan alusiones culturales, tanto a narrativas similares en tono e intención –Highlander (“¡sólo puede haber uno!”), Glengarry Glen Ross, el Master of Puppets de Metallica-, como a productos pop tan variados y disímiles entre sí como Blade Runner, Duro de matar, No Country for Old Men y hasta el Yankee Hotel Foxtrot! (Wendy sostiene una larga conversación sobre Wilco, la banda de Jeff Tweedy). En The Oath, cuarto episodio de la segunda temporada, la creciente saturación de guiños llega a un punto en que el programa amenaza con transformarse en Community. Lejos de exasperar, el juego beneficia a la serie. El programa está repleto de absurdos: el conflicto de interés entre Wendy y su marido fiscal, los poderes de percepción casi mutantes de Axe, la vocación sadomasoquista de Chuck (quien al parecer no teme ser reconocido en los clubes más lascivos de la nación), la sobreactuación vociferante de Giamatti, el romance fallido entre Axelrod y una cantante en un concierto de Metallíca, etcétera. Pese a estar inspirada en hechos reales (las batallas entre Preet Bharara, exfiscal de Nueva York, y Steve Cohen, gestor de fondos), sólo un espectador en extremo despistado podría interpretar a Billions como una condena moral de aspiraciones naturalistas. A diferencia de, digamos, Wall Street (Stone, 1987), donde se celebra el exceso de los corredores de bolsa para regañarlos santurronamente durante los minutos finales, Billions nos muestra a sus personajes con un distanciamiento irónico que la emparenta más con la farsa que con el drama. En el fondo, la serie no desea tomarse en serio, cualidad que la dota de ligereza y agilidad.
La subasta
Los hermanos Brafman cuentan en Sway que el catedrático Max Bazerman acostumbra iniciar sus cursos en la Harvard Business School con una provocación. El maestro les propone a sus estudiantes que participen en una subasta por un billete de 20 dólares. La primera regla: sólo se puede ofrecer un dólar de incremento por turno. La segunda: el ganador se lleva el billete, pero el segundo lugar pierde también el monto ofrecido sin recibir nada a cambio. El resto de los participantes sale de la subasta sin ninguna penalización. Hasta los 12 dólares, la subasta es participativa y se reciben varias ofertas. Pasados los 16, las ofertas disminuyen; cruzados los 17 dólares, la subasta tiende a reducirse a dos participantes, quienes quedan atrapados en el frenesí del juego. Ninguno de los dos quiere perder, por lo que el ejercicio continúa mucho tiempo después de rebasar el valor de 20 dólares. Bazerman ha realizado ejercicios en que los contrincantes llegan a empujar el juego a 204 dólares. Los dos saben que es irracional, pero su aversión a la pérdida los lleva a cruzar el umbral de la locura. Chuck y Axe están a punto de atravesar esa frontera. ¿Qué tanto estarán dispuestos a pagar por el billete?
*Billions se transmite por Showtime y está disponible en Netflix.
Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.