Uno de los personajes literarios que más veces ha sido llevado al cine es Tarzán, creado por Edgar Rice Burroughs en 1912 y que protagonizó un total de 24 novelas. Los personajes del escritor estadounidense han sido retomados una vez más en La leyenda de Tarzán, que se estrenó este mes, casi un siglo después de que se adaptara la primera cinta sobre el niño criado por los mangani, una especie de simios muy parecida a los gorilas.
En enero de 1918 se estrenó en Estados Unidos Tarzan of the Apes, de Scott Sidney, película muda basada en la primera novela de Burroughs con Elmo Lincoln como el primer Tarzán en la historia del cine (y el más fofo de todos). A ésta siguió, a finales de ese mismo año, The Romance of Tarzan, con el propio Lincoln en el protagónico y el prolífico actor de reparto Wilfred Lucas como director. Según IMDB, las dos películas se colaron en la lista de los más populares de ese año.
Desde entonces han aparecido varios Tarzanes, lo mismo en series de televisión que en el cine. Cada uno seguía la fórmula del héroe blanco con una habilidad sorprendente hasta para comunicarse y liderar animales, que rescataba a la damisela en apuros y lograba detener amenazantes exploradores para salvar nativos en África y hasta en América, como ocurrió en Tarzán y el ídolo perdido (1935) y Tarzán y la diosa maya (1938).
En la década de los veinte hubo tantas versiones que, solo en ese lapso, cinco actores interpretaron al llamado “Hombre Mono”. Pero aún faltaba el Tarzán más popular de la historia, cuando los estudios empezaron a contratar deportistas de alto rendimiento para el papel. El rumano Johnny Weissmuller, ganador de cinco medallas olímpicas en natación representando a Estados Unidos, fue elegido para Tarzán de los monos. El éxito fue instantáneo. En una época que empezaba a ser dominada por el cine de horror, la figura atlética de Weissmuller se granjeó el clamor femenino al grado de que el estudio le pagó para que se divorciara. A él se debe el famoso grito asociado con Tarzán, un personaje que interpretó en doce películas y que para él, según decía, era como robar, pues sus diálogos se reducían a un simple “Tú Jane, yo Tarzán”.
Weissmuller no ha sido el único medallista olímpico en personificar a Tarzán. En 1933, apenas un año después, Buster Crabbe, del equipo olímpico de natación de Estados Unidos, protagonizó Tarzán de las fieras (y luego a Flash Gordon en las populares películas de 1936 y 1938). En 1935, el medallista olímpico en lanzamiento de bala Herman Brix (más tarde se cambió el nombre a Bruce Bennett), quien había sido elegido para la película de 1932 de la Metro Goldwyn Meyer pero quedó fuera por una lesión en el hombro, protagonizó la cinta independiente Las nuevas aventuras de Tarzán, producida por el propio autor de los libros. Como ocurre en La leyenda de Tarzán actual, y en las novelas de Burroughs, aquí Tarzán es un hombre que tras vivir en la jungla durante su infancia y parte de su adultez, regresa al mundo civilizado, como heredero de la familia Clayton, y se convierte en un educado lord que vuelve a la jungla para salvar a sus amigos nativos.
Desde entonces han habido al menos 14 actores que han encarnado a Tarzán, incluido Christopher Lambert en Greystock, la leyenda de Tarzán, rey de los monos, la única de todas las adaptaciones en ser nominada a los Oscar. Una de sus tres nominaciones la obtuvo en la categoría de Mejor Guión Adaptado a pesar de que uno de sus guionistas, el mismísimo Robert Towne (autor de Barrio Chino, The Yakuza y Shampoo), pidió que su nombre no apareciera en los créditos una vez que vio la película terminada. Eligió cambiarlo por P.H. Vazak, como se llamaba su perro ovejero.
En los años noventa hubo un par de series en las que hasta se pudieron ver los festejos navideños de Tarzán. Disney retomó la historia en un par de películas animadas (con Phil Collins cantando en cinco idiomas el tema principal) y una serie de televisión para niños. A finales de los noventa, se llevó al cine la adaptación del cómic paródico George de la Selva.
En 1963, en México se hizo una comedia que si bien no seguía tal cual los pormenores de la historia, la aludía: Tin Tan, el hombre mono, con el inolvidable y sensualísimo baile caníbal de Ana Bertha Lepe.
No ha habido década que no tenga su película de Tarzán. Ahora toca el turno de una cinta ubicada a finales del siglo XIX, entonces época de auge para el colonialismo europeo en África: La leyenda de Tarzán, dirigida por David Yates, realizador que se encargó de las últimas cuatro partes de la serie Harry Potter. El sueco Aleksander Skarsgard, conocido por su participación en la serie True bloody en Melancolía, se encarga de interpretar al nuevo Tarzán, un refinado y fornidísimo lord que, como en las novelas, se ha educado, se ha asumido como John Clayton y se ha casado con Jane (la australiana Margot Robbie).
Los personajes de Edgar Rice Burroughs llevan un siglo apareciendo en el cine, y cada adaptación es hija de su tiempo. Los primeros Tarzanes eran una muestra sólida de la idea del dominio del hombre blanco sobre cualquier raza y ante cualquier condición; una especie de superhombre. Las películas protagonizadas por Weissmuller más bien explotaron la fórmula hasta el cansancio, poniendo en cada secuela la esperanza de obtener ganancias sin arriesgar demasiado. Y sin enfatizar las lecturas políticas, quizás porque entre los años treinta y cincuenta se vivía un momento de diplomacia ríspida que incluyó una guerra mundial.
En una época como esta, donde cualquier punto de vista arriesgado puede despertar la ira de las redes sociales, las ideas van más enfocadas hacia la defensa de los derechos humanos y la unión de la sociedad por una causa común. Aunque aún se cuela el mismo mensaje reprobable que la serie acarrea de fábrica: para defender a los pueblos oprimidos es necesaria la intervención de un heroico hombre blanco.
Si bien la película de David Yates presenta secuencias de acción espectaculares, intrincados movimientos de cámara y una edición sonora de primera, tal vez sea momento de dejar descansar las adaptaciones fílmicas del Hombre Mono. Aunque después de 100 años parece que todavía hace falta la versión definitiva.