La pasión por silenciar: censura en Europa

Aunque los regímenes autoritarios quieren hacer creer que los libros y la cultura no son asuntos de primer orden, actúan persiguiendo a escritores, artistas y pensadores como si fueran criminales o enemigos del Estado.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

J.M. Coetzee escribió en su libro Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar (2007): “La institución de la censura otorga poder a personas con una mentalidad fiscalizadora y burocrática que es perjudicial para la vida cultural, e incluso la espiritual, de la comunidad”. Algo similar visualizó John Milton en Areopagitica (1644)  cuando se refiere a los censores advirtiendo que  “Esas mentes fiscalizadoras deberían de estar por encima de lo común, sabias y sensatas”.  Pero, continúa,  “para personas de estas características no puede haber oficio más tedioso y desagradable […] que convertirse en perpetuo lector de libros no escogidos […] podemos prever fácilmente la clase que podemos esperar en el futuro: o ignorantes, imperiosos y negligentes, o vilmente codiciosos”. 

Así, ignorantes, imperiosos y negligentes podemos definir a los censores del siglo XXI. No es fácil imaginarnos en nuestros tiempos a poetas, novelistas y filósofos encarcelados perseguidos o convertidos en moneda de cambio para negociaciones políticas y diplomáticas, pero, infortunadamente, ocurre. En los regímenes represores más férreos, el arte, la literatura y el pensamiento son quizás los únicos espacios en los que se puede enfrentar al poder y hablar de la realidad. A partir del nivel de persecución del que sean objeto, se puede evaluar el impacto que las palabras, los conceptos y la creación tienen en las sociedades. Aunque los gobiernos censores, los regímenes autoritarios y las dictaduras civiles o militares quieren hacer creer que los libros y la cultura no son asuntos de primer orden, actúan persiguiendo a los escritores, artistas y pensadores como si fueran criminales o enemigos del Estado, a quienes hay que acallar a cualquier costo.

Como en los tiempos del macartismo, la reciente censura de cerca de 16.000 títulos en escuelas de Estados Unidos, que van desde James Joyce hasta Elena Poniatowska, nos habla de la voluntad de controlar a la sociedad desde las aulas, donde se dan los primeros ejercicios intelectuales. Europa, la región que ha enmarcado y liderado las batallas por la libertad y la igualdad, hoy tiene un largo historial de escritores perseguidos.

Junto con Serbia y Turquía, Bielorrusia es uno de los países con más autores, artistas, y periodistas perseguidos. Aleksandr Lukashenko, mandatario de Bielorrusia, parece tener un especial interés en este tipo de persecución, un ejemplo más de la amenaza que significan las palabras y el idioma para los censores y los regímenes autoritarios. El Estado en Bielorrusia ha tratado de imponer durante décadas el idioma ruso y reprimir la lengua nacional, situación que se vio intensificada tras la invasión de Rusia a Ucrania. Un claro ejemplo de esta política ocurrió en 2023: el cierre de decenas de editoriales independientes por promover libros de autores bielorrusos que escriben en su lengua nativa.

La expresidenta del centro PEN Bielorrusia, Svetlana Alexievich (1948), fue testigo del retiro de sus libros de los programas escolares en el año 2021 y de las bibliotecas de todo el país en 2023. Alexievich, quien era prácticamente desconocida tanto en el mundo editorial anglosajón como en el iberoamericano hasta recibir el premio Nobel de Literatura en 2015, ha sido perseguida por las autoridades desde la publicación en 1985 de su obra La guerra no tiene rostro de mujer, cuando se la acusó de destrozar la imagen heroica de la mujer soviética. El libro fue publicado ese mismo año con algunas  “modificaciones”  que lo suavizaron un tanto y más tarde fue editado en su versión completa en inglés (The Unwomanly Face of War, 2017). Otro de de sus libros más famosos, Voces de Chernóbil, continúa siendo un tabú en el país

Alexievich ha vivido en el exilio en varias ocasiones, pero la más reciente persecución comenzó en 2020, año en que el fiscal general de Bielorrusia presentó cargos en su contra por “derrocar o cambiar el orden constitucional de la República de Bielorrusia y […]cometer delitos contra el gobierno”, con penas de prisión de al menos años. En agosto fue interrogada en Minsk y, semana y media más tarde, hombres de civil intentaron entrar a su casa, lo que llevó a diplomáticos europeos a organizar una vigilia frente a su vivienda para protegerla. Alexievich, finalmente,  abandonó Bielorrusia ese mismo año. 

Otro de los autores perseguidos en dicho país es el filósofo Uladzimir Mackievič (1956), encarcelado por cinco años. Fue declarado culpable de “organizar y preparar acciones que atentan gravemente contra el orden público”, “creación de un grupo extremista” e “insultar al presidente”. Mackievič ha jugado un papel clave en la academia. En 2011, después de que se le prohibiera enseñar en las universidades por criticar a Lukashenko, cofundó la Universidad Volante, que promueve el pensamiento crítico. Su obra filosófica, que ha intentado sobrevivir al régimen actual, aborda las identidades culturales, el poder de la sociedad civil y el rol de las universidades en el desarrollo de  una perspectiva informada y plural.

Viajemos a Serbia, la tierra de Ivo Andric y Goran Petrovic, que hoy registra una cifra considerable de autores perseguidos. Marko Vidojković (1975) es un talentoso escritor, no traducido al español,  que se ha ganado a los lectores con sus novelas. Sus primeros relatos salieron a la luz pública en el año 2000 en las revistas Zbilja y Duga, y pronto se convirtió en un autor popular y en columnista con numerosas publicaciones. Su novela más famosa y multipremiada, Kandže (2004), presenta un vívido retrato de la sociedad serbia durante la década de 1990, dando vida a las tumultuosas protestas estudiantiles y a los trastornos políticos en su país. Djubre (2020) se centra en la corrupción y atrajo la ira de los medios de difusión oficialistas y del público. Vidojković incluso ha recibido amenazas de muerte por sus posiciones públicas y a raíz de la publicación de este relato. El año pasado, un tribunal de Belgrado declaró a Vidojković culpable de causar “dolor mental” a Aleksandar Šapić, alcalde de Belgrado, y le ordenó pagar el equivalente a unos 620 dólares.

Por su parte, Turquía tiene un largo historial de persecución a intelectuales. Escritores y editores tanto kurdos como turcos han sido encarcelados y forzados al exilio, como Mehmet Osman Kavala (1957), sentenciado a cadena perpetua, o la poeta kurda Meral Şimşek (1980), perseguida simplemente por publicar un cuento en una antología de literatura de su nación. Especial atención merece Ragıp Zarakolu (1948),  editor exiliado en Suecia.  En 2017, agentes de la policía turca asaltaron la editorial Belge Yayınlari e incautaron más de dos mil libros.  Al año siguiente las autoridades de Estambul presentaron, sin éxito, una solicitud de notificación roja a Interpol, mecanismo utilizado para localizar y detener provisionalmente a una persona a la espera de su extradición. Turquía llegó, incluso, al extremo de reclamar que fuese entregado a las autoridades del Estado a cambio de permitir la entrada de Suecia en la OTAN, petición que fue rechazada. 

El continente europeo vive dividido entre la paz (o el anhelo de la paz) y la guerra, entre dar el ejemplo en materia de derechos humanos y enfrentar una censura creciente en muchos de sus países. El acto creativo requiere no solo libertad, sino también del supuesto de la libertad futura, si el acto creativo está preocupado por si habrá libertad mañana, entonces no será libre hoy. Si está temeroso de elegir de lo que quiere hablar, entonces nuestras elecciones no estarán determinadas por el arte o el talento, sino, al menos en parte, por el miedo.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: