“Tótem”, una ceremonia de despedida

La película ganadora del premio de mejor largometraje en el Festival de Morelia, de la directora Lila Avilés, habla sobre el paso del tiempo, el amor filial y el drama de la muerte.
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En Todo para fiestas (2022), dice el poeta tapatío Iván Soto Camba “que no hay fuego más pequeño / que el de estas velas / no miden siquiera lo que el meñique / pero eres cuestión de tiempo / no de tamaño”. Es verdad. En Tótem (2023), la nueva película de Lila Avilés, todo es cuestión de tiempo. Tonatiuh, un pintor que en su juventud está muriendo de cáncer, y Sol, su hija de siete años, se reúnen para celebrar su vida y despedirlo ante la inevitable muerte. El pretexto es una fiesta con pastel incluido, que junta a su familia y amigos.

Alrededor de un pastel siempre hay historias agridulces. Por eso es una imagen recurrente en el cine. Sobre los acordes de la música de Philip Glass, en Las horas (Stephen Daldry, 2002) el personaje de Julianne Moore prepara un pastel con ayuda de su hijo para celebrar a su esposo. El cremoso betún no es suficiente para cubrir su infelicidad. Inevitablemente, el pastel está condenado a que se lo trague el bote de basura. Más reciente es Pequeña mamá (2021), la película de ciencia ficción sin artilugios de Céline Sciamma, donde un pastel de cumpleaños representa el amor cuántico, sin principio ni final, entre dos niñas que son madre e hija.

En su debut, La camarista (2018), Avilés declaró su inclinación por historias mínimas, anécdotas donde la minucia es la hebra que urde la trama, que en el caso de Tótem apunta a una reflexión sobre el tiempo. Lo que cuenta la película no es sino un par de horas en las que las hermanas de Tona alistan los últimos detalles para la fiesta: la limpieza de la casa –que incluye una limpia por parte de una bruja charlatana para ahuyentar las malas vibras–, el pleito por quién se tardó más en el baño, los reproches por haber gastado tanto dinero para la reunión, la actitud intolerante –e incidental– del padre, la llegada del hermano menor y, por supuesto, la preparación de un pastel que, como el de Las horas, resume la tensión familiar.

Escena de Las horas.

Por momentos, Tótem, que ganó el Premio del Jurado Ecuménico en la Berlinale 2023 y acaba de ganar el premio a mejor largometraje en el Festival Internacional de Cine de Morelia, se convierte en una comedia. La directora enmarca la historia de Sol, que acude a la fiesta desde temprano, y Tona, que agotado por la enfermedad y el dolor se demora en participar en ella, a partir de los contrarios inicio y fin, comedia y tragedia, vida y muerte. La luz y la oscuridad también están presentes. Sol tiene un juego con su mamá, que consiste en aguantar la respiración y pedir un deseo mientras atraviesan la oscuridad de un puente cubierto. El suyo es un deseo serio: que su papá no se muera.   

Ocupadas en lo suyo, las tías de Sol la pierden de vista en la casa, donde ella deambula. Le han advertido que no moleste a su padre, encerrado en su cuarto, así que se dedica a observar con atención a los insectos y animales que pueblan la casa, tanto los reales, por ejemplo caracoles, como los figurativos, en cuadros y pinturas. Sol descubre que en las hendiduras de la casa familiar paterna se esconden enigmáticas formas de habitar, aun si los espacios parecen desiertos. En esos resquicios, solo Cruz, la cuidadora de Tona interpretada con fina astucia por Teresa Sánchez –la inolvidable Minitoy de La camarista y a la que pronto se verá en La eterna adolescente de Eduardo Esquivel–, se da cuenta de la profunda tristeza, soledad y mutismo con que Sol, que se esconde y por momentos desaparece de la película, vive la enfermedad de su padre.

Lo más interesante de Tótem es la puesta de cámara de Avilés, enfocada en lo que ve la niña;  a través de ella se descubre que a Tona le queda poco tiempo. El pleito entre sus tías, que pasa de lo humorístico al asomo del resentimiento, se observa a través del umbral de la puerta de la cocina, donde se sugiere que Sol está situada, aunque no se le ve ahí. Esta  no está exenta de cierto misterio. En algunos momentos parece que otra presencia no manifiesta, probablemente la muerte, es quien mira, como ocurre cuando Sol construye una casa con cojines y alguien la observa por entre los huecos de las almohadas. Se trata de un momento inquietante que se rompe a tiempo, cuando una de las tías abre la puerta y le pide que ponga todo en su lugar. En Tótem resuenan las palabras de Macario (Roberto Gavaldón, 1960): “Cuando tú te apareces ya no da tiempo de nada”.

Dice el tango que un soplo es la vida, así que frente al pastel de su padre, al que por fin puede abrazar, Sol, iluminada por las velas que hay que soplar para pedir deseos, comprende lo que está ocurriendo a su alrededor, una ceremonia de despedida, y en un juego de iluminación extraordinario –obra del cinefotógrafo Diego Tenorio– parece, más que cambiar, envejecer un poco: su mirada se vuelve la de quien ha visto demasiado para su edad, tal como ocurre en Pequeña mamá.

Escena de Pequeña mamá.

Tótem es una película sobre el amor filial, pero sobre todo una distinguida forma de tratar el drama de la muerte que recuerda que, como reza el poema citado al inicio: “un año más / era también uno menos / los pasteles eran salados / y nadie llevaba la cuenta: / un cirio tosco al centro / atravesaba como estaca / el corazón inmortal de la fiesta.” ~ 

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es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario.


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