Cartas desde el invierno: A knight for the Seven Kingdoms (T8E2)

Una recapitulación del segundo episodio de la última temporada de Game of Thrones. Contiene abundantes spoilers.
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Todo este tiempo hemos sido engañados: Game of Thrones no es una serie de fantasía. Es una telenovela, quizá la telenovela más cara jamás producida. Lo digo porque, más allá de la declaración pretendidamente caústica de los enunciados anteriores, lo cierto es que lo más importante de Game of Thrones, lo que compone el núcleo de la serie de donde se desprenden todos los otros elementos, no son ni los dragones ni las batallas ni mucho menos los zombis congelados. No: el corazón de Game of Thrones palpita con fuerza en las interacciones entre personajes, en el melodrama que deriva de las tensiones, los engaños, las traiciones y los reencuentros.

El episodio de ayer —‘A Knight for the Seven Kingdoms’— fue una estupenda muestra de los altos vuelos telenovelescos de esta, una de las series de televisión más populares de la historia del medio. Porque no hubo batallas, no hubo muertos (¡eso es casi una novedad!), no hubo traiciones (no por ahora, cuando menos, pero ya casi, ya casi). Lo que sí hubo fue una larga cadena de personajes resolviendo sus tramas, culminando sus arcos, permitiéndose un último y necesario remanso de calma chicha antes del arribo de los White Walkers. Comenzamos donde nos quedamos el episodio pasado: con Jaime Lannister en Winterfell, sometido al juicio de una corte que en anteriores ocasiones ya había mostrado relativamente poca piedad al tratar con sujetos como Petyr Baelish.

Jaime, sin embargo, está hecho de otra madera, y eso es cosa que sabe bien Brienne de Tarth, la guerrera que lo mantuvo preso para después convertirse en su compañera, en su igual. El momento en que Brienne respalda a Jaime —ojo, este capítulo fue, entre otros, de Brienne, más que merecidamente— es un paso más en una relación agridulce, marcada por la temprana imbecilidad de Jaime y su muy bienvenida conversión —vía amputación de extremidades— a hombre de honor. Sansa Stark —que cada vez parece asomarse como la verdadera protagonista de la serie, si es que una serie como esta puede tener un verdadero protagonista—, correspondió a Brienne con la majestuosidad típica de la mayor de las Stark, y hasta el momento, el único personaje de la serie, junto con Tyrion, que parece tener idea de cómo gobernar sin ganarse el odio de sus súbditos. Jaime, pues, se integró por fin al ejército de los vivos, para disgusto de la aspirante al trono más berrinchuda de Westeros desde Joffrey Baratheon: Daenerys Targaryen.

Daenerys es un personaje interesante, aunque no uno muy agradable de ver. En cierta forma, las principales mujeres poderosas de Game of Thrones describen un arco similar: vienen de una familia en aprietos, se casan con un mal hombre o en malas circunstancias, y una vez ahí, incuban una idea de poder estrechamente vinculada con la ira y la imposición. Cersei, Daenerys, Sansa Stark: todas pasaron por matrimonios arreglados que en buena forma decidieron su destino, para bien y para mal, y todas desarrollaron una profunda y justificada sed de venganza que, con la excepción de Sansa (la única reina que reconozco), a menudo vomitan sobre quien menos lo merece. A diferencia de Sansa y más en la vía de Cersei, Daenerys es una encarnación de los peores atributos de un mandatario: mesiánica, autócrata, siempre dispuesta al exabrupto furioso, rara vez abierta a la negociación. Aquí, el horrible e injustificado trato que le propina a Tyrion le gana la reconvención de Ser Jorah Mormont, quien por mucho tiempo fue su mano derecha y quien, como todos los que la rodean, a menudo busca salvarla de sus peores impulsos.

Fueron sus peores impulsos, también, los que acabaron con la vida de privilegio de Jaime Lannister y, al mismo tiempo, los que le permitieron elevarse para convertirse en un mejor ser humano. En este capítulo, Jaime experimenta su propia etapa del perdón: se presenta ante Brann, quien iluminado como está después de atravesar de ida y vuelta las puertas de la percepción, le revela que ni siquiera le guarda rencor, toda vez que fue su intento de asesinato el que lo convirtió en el Three-Eyed Raven, y también visita a Brienne de Tarth, quien antes de aceptarlo le recuerda que siempre la trató, bueno, como un pendejo prepotente. Jaime no necesita que le recuerden que solía ser una basura humana, pero de cualquier forma, nunca está de más que lo sepa.

Los recordatorios son siempre necesarios para ubicarnos, y Daenerys experimentó uno notable ayer. Después de que Jorah la reconviniera y le hiciera otra sugerencia que no podemos escuchar pero sí adivinar, Daenerys se acercó a Sansa Stark para hacer las paces: ambos personajes traen cierto pique desde el primer episodio. La madre de los dragones llegó, toda sonrisas, confiada de que se echaría a Sansa a la bolsa nomás con agarrarle la mano y hablarle bonito. La mandataria de Winterfell, sin embargo, no es una presa fácil. Sansa le pide disculpas, en efecto, por haberla tratado medio feo a su llegada, pero le recuerda que el Norte recuerda, y le exige saber cuál será la posición de Daenerys respecto a esa región una vez que haya conquistado el trono de hierro, haciéndole saber que la postura diplomática oficial de Winterfell es mantenerse fuera de la jurisdicción de Daenerys, gracias pero no gracias. La sonrisa de Daenerys se esfuma en un segundo —un poco satisfactoriamente, a decir verdad— solo para verse interrumpida por la llegada de otro saco de bosta que encontró la redención: Theon Greyjoy.

Theon, que antes de traicionar a Robb Stark era ya insoportable pero que después de traicionarlo se volvió repelente, ha descrito un arco en el que la redención le llegó a costa de tortura. Probablemente no hay personaje de Game of Thrones que haya pasado más tiempo en el fango, literal y metafóricamente, que Theon Greyjoy, y su llegada a Winterfell —después del heroico rescate de su hermana, Yara Greyjoy, quien se encuentra ahora en las Iron Islands, guardándoselas a Daenerys nomás por si se ofrece— es la culminación de su arco redentor. Para las pulgas de Daenerys, sin embargo, Theon le reporta a ella la situación de Yara pero es muy claro respecto a por qué está ahí: para luchar por Winterfell, por los Starks y en específico, por Sansa. Sansa, que sufrió y creció y aprendió a querer a Theon por encima de su traición, lo abraza frente a toda la audiencia. Espero que hayan llorado, porque sé que yo lo hice.

No fue el único momento en que me solté a llorar en todo el episodio, que básicamente estuvo escrito para que hiciéramos catarsis y nos despidiéramos de buena parte de estos personajes y esta locación —no estoy seguro de cuánto de Winterfell va a sobrevivir a la llegada de cientos de miles de miembros del ejército de los muertos—. Ser Davos, un personaje entrañable, recuerda en un desgarrador momento a Shireen, la hija de su antiguo rey, el repulsivo Stannis Baratheon, encarnada ahora en una niña con el rostro quemado, reminiscente de las cicatrices que la greyscale dejó en la cara de Shireen. La niña quiere luchar, aunque es evidente que solo iría a morir en vano, y es Gilly, la wildling que viajó con Samwell Tarly y su hijo hasta llegar a Winterfell, quien logra convencerla de ir a un lugar más seguro, donde ella misma se refugiará en compañía de su hijo, Little Sam.

Samwell Tarly también culminó un arco aquí, si bien de forma menos aparatosa. Durante años, Tarly ha pensado que debe ser un guerrero, además de un sabio médico y un erudito librófilo. En este capítulo, el personaje por fin admite que no: su fortaleza es el conocimiento, no el campo de batalla, y no tiene nada de malo asumirlo y actuar en consecuencia. En cierto sentido, Samwell, como Sansa, como Jaime, como muchos de los miembros más interesantes del reparto coral de la serie, es un ejemplo de que las ataduras con las que nacemos no tienen por qué durarnos toda la vida. Sam termina regalándole la espada de los Tarly a Ser Jorah, cuyo padre lo desheredó tras su exilio y que ahora vuelve a ser reconocido como miembro de la familia por la estupenda Lyanna Mormont, la fiera pequeña de quince años que lidera la casa Mormont con una sensatez que ya quisiera Daenerys. El arco de Ser Jorah está completo, finalmente: su reina lo escucha, su familia lo acepta, y tiene una espada familiar que simboliza su retorno a un mundo del que se pensó exiliado para siempre. Por supuesto, esta redondez nos indica una sola cosa: es muy probable que le digamos adiós al personaje en el próximo episodio.

No fueron esos los únicos personajes en liberarse de las ataduras del pasado. Brienne de Tarth, la jugadora más valiosa de este episodio, se ve finalmente aceptada como un caballero, un guerrero auténtico. El reconocimiento le llega por parte de todos —desde Tormund, quien está encantadora pero al parecer infructuosamente prendado de ella, hasta Podrick, quien con una mirada llena de ternura y respeto la insta a aceptar el ordenamiento—, pero principalmente de Jaime Lannister, quien la nombra caballero después de haberle espetado frases como Is that a woman?”. El momento es íntimo, cálido, apenas iluminado con el fulgor tembloroso de unas velas y la titilante luz de una fogata y musicalizado con una versión de ‘Word of Honor’, el tema de Jaime Lannister. Brienne de Tarth, que toda su vida ha sido ridiculizada por querer ser un caballero, ha sido finalmente ordenada como uno, y fue a manos —a mano, en realidad— de Jaime Lannister, su rival y amigo. Entre ambos hay un amor tan intenso y tan puro que no puede expresarse de forma física, y lo de ayer fue la conjugación, probablemente final, de ese amor.

Repito: espero que hayan llorado con esta, nuestra telenovela de los domingos.

No fue el único momento de intimidad del episodio. Missandei y Greyworm, que ostentan uno de los romances más tiernos de la serie, se despidieron en lo que, quizá, sea el último beso de su relación. Pero no fue ese breve destello de pasión el que se llevó el episodio (y los memes y los tuitazos), no. Ese título le corresponde a Arya Stark, quien después de aprender a matar y a esconderse y a básicamente convertirse en una espía de la Impossible Mission Force en un mundo medievalesco, decidió que también quería aprender cómo era el sexo heterosexual. El elegido es Gendry Baratheon, bastardo del rey Robert Baratheon. Tiene sentido que Arya haya elegido a un viejo amigo para iniciarse en el sexo, y tiene aún más sentido que lo haya hecho por completa iniciativa propia. Arya siempre fue la Stark más independiente y la que más rápido maduró, y uno puede imaginar pocas formas más congruentes de acercar al personaje al sexo. Si la relación de Arya y Gendry seguirá después del próximo domingo, bueno, es algo que está por verse, pero el tío que habita en todos nosotros está por ahora orgulloso de lo lejos que ha llegado Arya Stark, la sobrina tomboy consentida de toda una generación.

No fue la última relación con aparente fecha de caducidad de este episodio, sin embargo. Daenerys Targaryen y Jon Snow, por mucho la pareja más desangelada que jamás haya tenido Game of Thrones, también parecen ver cerca su final. La adecuadamente telenovelesca revelación de Jon Snow de su verdadera identidad —Aegon Targaryen, sobrino de Daenerys y legítimo heredero al Iron Throne—, que llega acaso demasiado convenientemente al mismo tiempo que las fuerzas de Winterfell anuncian el avistamiento definitivo de los White Walkers, marca una ruptura notable entre ambos, toda vez que Jon Snow no afirma ni niega si pretende reclamar el trono de los Siete Reinos. No lo supimos en este episodio y probablemente no haya tiempo para que lo sepamos en el siguiente: el ejército de los muertos, después de años de espera, ha llegado al fin a los muros de Winterfell, y están dispuestos a arrasar con todo y con todos a fin de imponer la noche eterna. Solo la labor coordinada entre estos personajes —que lo mismo albergan cariño que rencor— podrá salvar a Westeros de vivir un invierno sin fin. Te hubieras esperado a que pasara la batalla, Jon Snow. Parece que todavía no sabes nada.

Posdata

  • Cada vez me parece más claro que un reinado de Daenerys sería desastroso para todos, pero su triunfo parece casi inevitable. ¿Quién le plantará cara a su movimiento autocrático disfrazado de lucha popular?
  •  Arya lo dijo: las reglas estaban mal. Siempre lo estuvieron: las reglas que le prohibían a ella y a Brienne ordenarse caballeros, dedicarse a labores masculinas. El ordenamiento de Brienne y la voluntad de Arya son claras muestras de que las reglas pueden y deben reescribirse.
  • ¿Quiénes se van en el próximo episodio a manos de los White Walkers? Mis candidatos: Ser Jorah Mormont, Theon Greyjoy, Ser Davos Seaworth, Podrick, Beric Dondarrion y, quizá, me temo dolorsamente, Brienne de Tarth. Apuntaría a The Hound como uno de los posibles futuros fiambres, pero lo cierto es que muero por verlo enfrentarse a su hermano, el zombificado The Mountain.
  • No olvidemos, sin embargo, que la Dama Roja está viva en algún lugar, y que su repentina llegada podría inclinar la balanza a favor de los vivos. ¿Se arriesgará la serie a echar mano de la magia? Esperemos que no, pero todo es posible.
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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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