Escena de la película "Huesera", de Michelle Garza Cervera.
Escena Huesera, de Michelle Garza Cervera.

Los temores de una generación vistos por el cine de terror

Dos películas mexicanas exploran las decepciones de una generación que da primacía a los deseos individuales y cuestiona la familia como destino.
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En Galería fantástica (2009), la escritora argentina María Negroni afirma que la literatura fantástica es una deriva de la literatura gótica. También argumenta que el origen del gótico coincide con el iluminismo y sus geometrías del saber. “Es, mejor dicho, su lado oscuro […] Ahí radica su fuerza y la fascinación que ejerce desde siempre en los lectores. Imposible mantenerse inmune a ese ácido que viene a corroer el edificio racional desde los sótanos más profundos de la psique individual y colectiva”. 

Los terrenos subterráneos a los que alude Negroni son, por supuesto, las fuentes que también alimentan el cine fantástico y de terror. Dos películas mexicanas de este género han sobresalido en años recientes: Huesera (Michelle Garza Cervera, 2022) y Desaparecer por completo (Luis Javier Henaine, 2022). Ambas engendran una atmósfera de miedo, que se anima en las sombras y la niebla de la brujería y el chamanismo, y le hablan de frente al público joven, especialmente al milenial, nacido entre 1980 y 1996, caracterizado sociológicamente como una generación preocupada por el equilibrio entre la vida laboral y privada, las finanzas personales, el medio ambiente y el cultivo de la subjetividad. Con notable éxito de público, Huesera y Desaparecer por completo –que han revitalizado la ruta que recorren películas como La llorona (1933), de Ramón Peón, y Macario (1960), de Roberto Gavaldón– plantean con colores oscuros los temas de la maternidad y la paternidad, así como el de la estabilidad social y económica que podría asegurar el bienestar y la felicidad. A través de recursos formales notables, los filmes de Garza Cervera y Henaine plantean los temores de una generación en clave de horror. 

Es previsible que en el futuro Huesera y Desaparecer por completo, díptico que se podría bautizar como terror chamánico, sean consideradas como un espejo de nuestra época. En la imagen opaca reflejada hay más preguntas que respuestas y es el hálito del espectador el que desempaña el espejo que le devuelve su imagen. Por eso el traje fantástico y de terror le queda bien a estos filmes, ya que no intentan agotar los temas sino que los enturbian con el repertorio de lo mágico, lo irracional, lo que solo puede tener explicación a través de figuras como el demonio y el espectro, o de la presencia de insectos o animales que son heraldos de mensajes sombríos. 

En Huesera destaca la metáfora de la telaraña, que se crea a través de formas arquitectónicas y decorativas: puentes peatonales, rejas, la trama de sillas y otros muebles con elementos tejidos e incluso espejos, y la imagen de la protagonista atrapada en un espejo quebrado que recuerda los temores de la joven de Cleo de 5 a 7 (1962), de Agnès Varda. En Desaparecer por completo, se trata de una palomilla inserta en el oído del personaje principal, cuyo agobiante zumbido le advierte que el mal ya está dentro de él, sumada al sapo que encierra el mensaje escrito que lo maldice. 

De alguna forma, el filme de Garza Cervera es el reverso de narrativas populares y chabacanas de agridulce desilusión como el serial Soy tu fan (2010-2012, 2023), que aborda los conflictos de un grupo de amigos indecisos en el intento por consolidar su autonomía. En Huesera, cuya ambientación y diseño de arte recuerdan a la serie de tono aspiracional que influyó a una generación de espectadores, la indecisión ya está superada. O al menos eso parece. Valeria hace muebles y tiene una relación con Raúl, que se dedica a la música. La pareja vive en la casa que les presta la mamá de él, probablemente ubicada en la colonia Narvarte. Se trata de una zona de clase media de la Ciudad de México en la que ambicionan vivir los millennials con profesiones o actividades similares a las de Valeria –cuya familia vive en una colonia popular de la ciudad donde escasea frecuentemente el agua– y Raúl, un muchacho cómodo con su vida y decidido a hacer planes y vida en pareja. Los espacios son muy importantes en la historia porque bosquejan las características de los personajes, sus orígenes, dicotomías y encrucijadas. Se puede decir que tanto Valeria como Raúl han logrado, si no el éxito, por lo menos la estabilidad. 

Contrario a lo esperado, el embarazo de Valeria, que tanto había buscado la pareja, ensombrece su aparente dicha. Antes de los síntomas de gravidez como el vómito, la chica comienza a ver, primero en sueños y después en experiencias demasiado vívidas, a una figura femenina que repta con los huesos dislocados y que la perturba. La presencia parece venir de ella misma, que se truena insistentemente los dedos. Además, es un amenazante recordatorio de la realidad y de la imaginación que la conforman. Huesera –que se inspira en la leyenda del norte de México en la que una mujer recolecta huesos en el desierto para crear un ser mágico– es, por supuesto, una lectura feminista de la procreación y la maternidad como decisión, temas que todavía no han sido agotados en México. 

El terror que ella siente es el terror arcaico y colectivo que generan las figuras femeninas que tienen poder, contrarias a la piedad cristiana de la sumisión y el sacrificio de la madre. Algo similar se encuentra en el desenlace de La choca (1974), de Emilio Fernández, donde lo atávico se manifiesta de manera violenta en una mujer que encarna la furia de las diosas aztecas. 

La pregunta que ronda Huesera es de qué forma la maternidad aún es parte del programa de aspiraciones de las mujeres. En ese sentido, Valeria tiene espejos por todos lados: su madre (con quien tiene una relación más cordial que amorosa), su hermana (madre de dos hijos y que siempre la ataca porque la considera poco sincera), su tía (que no tiene hijos ni esposo), su suegra (que confirma el dolor del parto y que a pesar de él “vale la pena ser mamá”) y Octavia (la mujer de la que estuvo enamorada mucho antes de conocer a Raúl). La única que cree en el tormento de Valeria, que al embarazarse abre una grieta metafórica y también ósea en su vida que se parte, es su tía, que la lleva con una chamana para que la cure. Ya que nadie ha podido hacerlo –ni la relación con Raúl y menos el ginecólogo que receta antidepresivos–, toca probar con los ritos y ceremonias que la conducen a un espacio de confrontación pesadillesco, para así liberarse del yugo social que encierra la maternidad y tomar una decisión concluyente. 

En Desaparecer por completo se invierte el deseo de procrear. Aquí, el que se opone es el varón, Santiago, un fotógrafo de nota roja convencido de no reproducirse; lo que él quiere es triunfar como artista. Marcela, su pareja, que trabaja como enfermera en un hospital, conoce las aspiraciones de Santiago, pero también cree que es hora de cambiar su forma de vivir en pareja. Cuando ella le anuncia su embarazo, Santiago, que vive absorto en su actividad como fotorreportero de un diario sensacionalista, se niega a ser padre. Él le pide más tiempo para consolidarse y encontrar la estabilidad para que tengan un hijo. 

Santiago busca siempre composiciones atractivas para sus imágenes violentas de muertos y accidentados. El filme incluye un homenaje a Enrique Metinides, el fotógrafo que logró traspasar lo efímero del periódico y entrar en las galerías de arte con su trabajo, ya considerado como expresión estética. Si algo prevalece en la película de Henaine es la necesidad de ser reconocido. Las fotos de Santiago están todo el tiempo en primera plana, pero no es suficiente, él sueña con exponer en espacios artísticos. Sus intentos con galeristas, sin embargo, no son afortunados. Al editor del diario poco le importa el enfoque artístico de las imágenes –para él, que debe mantener el medio de comunicación a flote, son “joterías”–, sin embargo le ha prometido hacerle una exposición si sigue trabajando duro. Como pareja, Santiago, que acomoda los cuerpos sin vida para retratarlos de mejor forma, es egoísta. Aunque vive con Marcela, no pasa tiempo con ella. La constante es que él se queda dormido en el sillón del estudio luego de editar sus fotos.

Las sombras extrañas de la película aparecen cuando Santiago se acerca demasiado al cuerpo de un senador, carcomido por las ratas, que exhala de forma repentina. Con la intención de componer un primer plano del rostro, ya con una cuenca ocular vacía, el fotógrafo recibe el aliento del hombre –que prácticamente ha perdido todos los sentidos, un muerto en vida– cuando éste responde a los estímulos del flash de la cámara. Se trata de una venganza política por parte de una colega poderosa que utiliza la brujería. Al publicar las imágenes, Santiago, sin imaginarlo, se enmaraña en el asunto. Ha sido “sentenciado”, como le dice la chamana a la que recurre. 

Así, comienza a perder los sentidos, primero el olfato, luego el gusto, y así hasta llegar a la vista. Desaparecer por completo recorre una zona oscura del camino accidentado para intentar el éxito, que Santiago, finalmente, no consigue. La propuesta de Henaine es elocuente en lo formal. Conforme se acerca el desenlace, el público comienza a dejar de oír con claridad la película, todo se oye como si los oídos estuvieran metidos en un bote, el sonido opaco va mermando en claridad y volumen. Lo mismo ocurre piano piano con la vista, que se enturbia igual que la imagen, y que impide que Santiago vea con nitidez a la extraña figura diabólica que le ofrece devolverle todo lo que le quitó a cambio del hijo que espera Marcela. Los últimos minutos del filme, cuando Santiago se reúne con ella, son antológicos y una verdadera vuelta al primer cine donde la imagen afirmaba al sugerir y no había sonido.

Huesera y Desaparecer por completo son películas que, al desterrar el realismo, proyectan con gran lucidez sombras inquietantes sobre temas puntuales y ansiedades para los que no hay explicaciones sencillas ni soluciones exprés. Se delinea de este modo la identidad de una generación que ya ronda los cuarenta años de edad: la maternidad como proyecto elegido, el rechazo de la paternidad, la consolidación de la estabilidad económica, el trabajo, la necesidad de reconocimiento, el éxito y el fracaso en la actividad profesional, la vida en pareja, el egocentrismo y la posibilidad o imposibilidad de tomar decisiones cuando la realidad obliga a proceder de maneras concretas.

Lo fantástico se retrotrae al sótano más profundo, a las grutas de la psique individual y colectiva, y desde ahí refleja los temores más hondos. Lejos de aclarar, el cine fantástico y de terror reciente en México pone sobre la mesa las conversaciones complicadas que atraviesan las condiciones sociales y políticas que definen la manera de vivir de una generación para la que el trabajo no está asegurado, la educación no garantiza la movilidad social y el desarrollo lleva a la destrucción de la ecología. Una imagen expresa este drama: la de la protagonista de Huesera atrapada en una telaraña tan fina y violenta que la paraliza. ~ 

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es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario.


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