La duda, de John Patrick Shanley
Este filme tiene varios puntos destacables (la dirección, la ambientación, la mirada a las entrañas de la Iglesia católica), pero todos quedan opacados por el principal de ellos: el duelo entre dos monstruos de la actuación: la veterana Meryl Streep y el cada vez más impresionante Philip Seymour Hoffman. Ambos entregan un trabajo contenido, basado en sutilezas, cuyo momento más ejemplar ocurre en la escena en la que la monja interpretada por Streep enfrenta al sacerdote encarnado por Hoffman, y lo acusa de haber cometido pederastia. Un cuadro tenso, incómodo e incierto, que resume el espíritu de la cinta, cuya intención no es tomar partido. Al final, lo importante no es si en verdad ocurrió la vejación, sino la manera en que quedan expuestos los demonios interiores de todos los involucrados.
– Bernardo Esquinca
Déjame entrar, de Tomas Alfredson
Así como la taquillera Crepúsculo reinsertó la figura del vampiro en la cultura popular estadounidense tocando fibras relacionadas con la moral sexual de ese país, la película sueca Déjame entrar, echa el ancla en el siglo XXI haciendo una recreación aguda del mundo de la crueldad infantil. Con menos appeal de masas que Crepúsculo (pero con puntos temáticos en común) Déjame entrar narra la amistad entre Oskar —un niño proveniente de un hogar roto y constantemente atacado por los bullies de su escuela—, y su extraña vecina Eli —una niña de ojos profundos que se alimenta de sangre humana, no puede ver la luz del día, y se convierte en una pequeña bestia más allá de su voluntad. Además del tratamiento del tema central —los modos de existir (o no existir) del vampiro, que parecen más chocantes en el cuerpo de una niña— lo atractivo de Déjame entrar es su descripción de una amistad entre dos seres verdaderamente marginales (no guapos ni carismáticos como los adolescentes de Crepúsculo), a su vez atrapados en un suburbio sueco en sí mismo aterrador (no una ciudad de Washington; por más lluviosa que sea), e imposibilitados para establecer un vínculo real. La actriz que interpreta a Eli (Lina Leandersson) logra proyectarse como niña, anciana, y animal salvaje a la vez. Su sola mirada sugiere experiencias de una vida entera, y la resignación del que se sabe condenado a una soledad eterna.
– Fernanda Solórzano
En Brujas, de Martin McDonagh
Una afortunada mezcla de comedia negra y melodrama, que además utiliza a la peculiar ciudad europea de Brujas como un personaje más. El escenario no es gratuito: en medio de un paisaje que parece extraído de una Disneylandia medieval, dos matones descienden al infierno mientras esperan noticias de su implacable jefe (Ralph Fiennes). Por un lado, el nervioso y traumatizado Ray (Colin Farell,) y por otro, el experimentado y metódico Ken (Brendan Gleeson), quienes son una especie de el Gordo y el Flaco noir. Sin proponérselo, ambos se verán inmiscuidos en situaciones tan absurdas como peligrosas, que incluyen la aparición de un enano que se droga con tranquilizantes para caballos. Brujas termina siendo un limbo en el que los tres personajes rendirán cuentas por sus acciones pasadas. De lo mejor del año pasado.
– Bernardo Esquinca
Backyard/El traspatio, de Carlos Carrera
Backyard/El traspatio es el primer largometraje que aborda el tema de los asesinatos a mujeres en Ciudad Juárez a través de personajes ficticios. Además de los retos propios de todas las ficciones basadas en la realidad, la escritura de esta película se enfrentaba a un problema adicional: el caso está muy lejos de considerarse resuelto y, por lo tanto, ningún personaje o grupo representado podría ser señalado como cien por ciento culpable o inocente (excepto, se entiende, las muertas). En otras palabras, el relato cinematográfico del caso tendría que ser un thriller que avanzara en contra las convenciones del thriller: no podría ofrecer una conclusión definitiva, no podría tratar a los personajes como presencias alegóricas en función de la historia, y mucho menos ofrecer al espectador el consuelo del restablecimiento del orden. El guión de Sabina Berman supera estos retos y consigue replicar el horrible tejido conocido como “las muertas de Juárez”, hecho de nudos e hilos enredados, y al mismo tiempo lleno de agujeros por los que se escapa la solución. La dirección de Carlos Carrera aporta cuadros espeluznantes (como los cuerpos de las víctimas “preservados” en un refrigerador subterráneo), y la actuación de Azur Zágada (en el papel de una chiapaneca que llega a trabajar a Juárez) ayuda a echar por tierra preconcepciones sobre “el perfil de la víctima”, casi siempre maniqueas y, por ello, misóginas.
– Fernanda Solórzano
El lector, de Stephen Daldry
Da gusto que Kate Winslet -una de las actrices más arriesgadas de Hollywood-, al fin se haya ganado un Oscar, pero es un hecho que se lo dieron por el filme equivocado. Ella está muy bien en el papel de Hanna Schmitz, la mujer que enamora a un muchacho y después se enrola en la SS nazi en El lector, pero su interpretación de la esposa atormentada de Sólo un sueño, es muy superior. Haciendo a un lado esto, la nueva película del director de Billy Elliot y Las horas es una perturbadora reflexión sobre la persistencia de los recuerdos; la historia de un amor que resiste al olvido sólo para comprobar que, en efecto, todo pasado fue mejor. Al mismo tiempo, el relato de esta obsesión trasciende el plano romántico y ahonda en los horrores del Holocausto, y en las consecuencias para sus víctimas y verdugos.
– Bernardo Esquinca
Su libro más reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadía).