Ilustraciรณn: Aldo Jarillo

La lepra de las paredes

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Durante muchos aรฑos mi familia celebrรณ Navidad en la casona del Desierto de los Leones. Fue construida sobre una barranca a inicios de la dรฉcada de los setenta, y tenรญa tres niveles: el superior, donde se encontraban las recรกmaras de mis tรญos y mis tres primos; el medio, en el que se ubicaban la sala, el comedor, el desayunador y la cocina, y el inferior, que tenรญa una zona mixta de esparcimiento y trabajo: un espacio en forma de media luna en torno a una chimenea; una barra con una tarja, y un estudio de alfombra verde y paredes de madera donde mi tรญo, que era contador, se encerraba a revisar facturas. Unas puertas corredizas de cristal daban paso al jardรญn, que ofrecรญa una vista agradable de la barranca. Por unas escaleras de caracol se descendรญa a la parte final y mรกs extraรฑa de la casona: un triรกngulo de la propiedad que le habรญa sobrado al arquitecto, y en el que solo habรญa una cerca de malla y un pasto demasiado crecido, que se tragaba los balones que iban a parar allรญ.

Pasรฉ largas temporadas de mi infancia y mi adolescencia en ese hogar, que con el tiempo se volviรณ parte de mi propia mitologรญa: poblรณ mis sueรฑos de adulto con imรกgenes tan enigmรกticas como perturbadoras. Cada que habรญa vacaciones de verano o de fin de aรฑo, me trasladaba desde Guadalajara al Distrito Federal para instalarme en el cuarto de visitas, y pasar los dรญas jugando con mis primos: al futbol, al Dungeons & Dragons en el Playstation, a las escondidas, a lo que se nos ocurriera. Tambiรฉn escuchรกbamos mรบsica; recuerdo con una mezcla de vergรผenza y nostalgia que nos turnรกbamos la portada del disco de Vaselina para darle besos al rostro de Olivia Newton-John. Lo mejor de todo era la hora de la cena; las dos sirvientas que allรญ vivรญan preparaban garnachas deliciosas: sopes, gorditas o quesadillas acompaรฑadas de salsa molcajeteada. En Guadalajara debรญa cocinarme la merienda, asรญ que ese agasajo me hacรญa sentir como el huรฉsped de un hotel. Otra cosa especial que tenรญa la casona eran unas escaleras de servicio en forma de espiral, que iban de la azotea hasta el jardรญn, y que utilizรกbamos como si se tratara de un pasadizo secreto en los juegos que inventรกbamos.

Aรฑos mรกs tarde, mientras bebรญamos cerveza y recordรกbamos viejos tiempos en una cantina del centro de Tlalpan, mi primo Claudio me contรณ algunas cosas que yo desconocรญa sobre la casona del Desierto de los Leones y el terreno donde fue construida. Me dijo que en los aรฑos posteriores a la Revoluciรณn la zona de la barranca era un lugar de mala muerte, donde proliferaban prostรญbulos y casinos, frecuentados por ladrones, salteadores de caminos y asesinos. Que por esos rumbos habรญa corrido mucha sangre, dolor y muerte.

Tras depositar la botella en la mesa, agregรณ, con una escalofriante naturalidad:

โ€“Esa es la razรณn por la que en mi casa habรญa Infrahumanos y Descarnados.

Su confesiรณn me descolocรณ. Nunca he visto nada que no sea de este mundo, pero sรฉ, como dice la famosa lรญnea de Hamlet, โ€œque hay mรกs cosas en el cielo y en la tierra de las que han sido soรฑadas…โ€. Ademรกs, me dedico a escribir literatura de terror. Vivo de espantar a los demรกs. La casona de mi infancia era un lugar embrujado, y apenas me enteraba.

Como era costumbre en mi vida, llegaba tarde a los acontecimientos importantes.

No es casualidad que ahora recuerde todo esto. Es 24 de diciembre y me preparo para volver, por รบltima vez, a la casona del Desierto de los Leones. La propiedad fue vendida. Pronto la demolerรกn y en su lugar se construirรก una gigantesca torre de departamentos. Mis tรญos, que viven en Cuernavaca desde hace aรฑos, convocaron a la familia para celebrar la Navidad como en otras รฉpocas, a manera de despedida. Hago cuentas y comprendo que hace mรกs de una dรฉcada que no he puesto un pie en la casona, lo que me provoca sentimientos encontrados. Serรก la primera y รบnica vez que entre en ella desde que sรฉ que estรก embrujada. Me emociona y aterra al mismo tiempo. Pero no temo a los fantasmas. La casona del Desierto de los Leones contiene algo aรบn mรกs inquietante: recuerdos felices. Tengo cincuenta aรฑos, dos divorcios a cuestas, una carrera literaria que no termina de despegar. No sรฉ cรณmo me voy a sentir una vez que traspase la enorme puerta de madera de la entrada. Probablemente, como un espectro mรกs de los que la habitan.

Me da miedo no querer salir de allรญ.

Me miro al espejo del baรฑo mientras me arreglo la barba y mi reflejo me devuelve un pensamiento hiriente: tal vez nunca has salido de allรญ, Bernardo.

Lleguรฉ tarde a todo porque soy el menor de siete hermanos. Fui el รบltimo en estudiar, en casarme, en tener hijos. De niรฑo veรญa a mis hermanos jugar futbol en la calle desde la ventana de mi cuarto. Asistรญ a sus bodas como paje y en ellas bebรญa refresco, observando cรณmo el resto de los invitados se emborrachaba. Crecรญ con una dislocaciรณn del tiempo y el espacio: las mejores cosas siempre les pasaban a otros, en otro lugar. Por eso hice mรญa la casona del Desierto de los Leones, donde mis primos tenรญan mi edad. Mis padres eran conscientes del problema, y me dejaban pasar allรญ semanas. Sentรญan culpa por haberme tenido con tantos aรฑos de diferencia respecto al penรบltimo hermano. Fui lo que en aquellos tiempos se llamaba un โ€œpilรณnโ€: un รบltimo hijo no planeado. Mis hermanos me cambiaban los paรฑales y me regaรฑaban; tuve muchos padres, pero ningรบn compaรฑero de juego.

Crecรญ como un fantasma en mi propia casa.

Ahora debo relatar el incidente de las cuevas.

La barranca de la casona del Desierto de los Leones desembocaba en un pequeรฑo valle, que era atravesado por un riachuelo. Al final de ese valle se levantaba una colina que tenรญa algunas casas y una sola calle. A un lado de esa incipiente urbanizaciรณn habรญa tres cavernas: los tรบneles dejados por una antigua mina de arena. Desde el balcรณn del cuarto de la televisiรณn se apreciaban claramente. A mis primos y a mรญ nos gustaba pasar largo rato contemplรกndolas, mientras imaginรกbamos lo que podrรญa encontrarse dentro.

Una maรฑana de principios de diciembre, en la que ya calaba el clima invernal, Claudio lanzรณ el reto:

โ€“Vamos a las cuevas. No sean maricas.

Ademรกs de mis primos, habรญa un par de amigos suyos. Todos se mostraron entusiasmados. Yo me neguรฉ: por una parte, me daba miedo y, por otra, consideraba que las aventuras debรญan ocurrir en la imaginaciรณn. Lo pensaba entonces y lo sigo pensando ahora. Pretextรฉ sentirme mal del estรณmago y me quedรฉ en la casa. El grupo partiรณ despuรฉs de la comida. Los seguรญ con la mirada desde el balcรณn; los observรฉ saltar la malla triangular del segundo jardรญn y luego adentrarse entre los รกrboles. Abandonado, no tuve mรกs remedio que ponerme a ver un programa de concursos. Conforme anochecรญa, me arrepentรญ de no haberlos acompaรฑado. Era un cobarde.

Mis primos y sus amigos regresaron cuatro horas despuรฉs, a tiempo para la cena. Tenรญan la ropa y los rostros manchados de lodo. Estaban tan exhaustos como hambrientos. Habรญa sido una aventura llegar hasta allรญ, me contaron mientras devoraban un sope tras otro. Su relato fue detallado en los obstรกculos que tuvieron que sortear: el riachuelo que de pronto se ensanchaba demasiado, unos perros salvajes que los persiguieron en el valle, la subida por la colina llena de piedras. En cambio, las cavernas no habรญan resultado tan emocionantes. Tan solo encontraron herramientas oxidadas, cuerdas podridas, el colchรณn apestoso de un indigente. Habรญan permanecido poco tiempo en ellas porque el sol comenzaba a ocultarse.

Tras la cena, los amigos se despidieron y los primos nos fuimos a jugar Playstation. Mรกs tarde, cuando estaba a punto de dormirme, Claudio entrรณ en el cuarto de huรฉspedes, se sentรณ a mi lado en la cama, y me dijo que algo le habรญa ocurrido dentro de las cuevas.

โ€“Jรบrame que no se lo vas a contar a nadie โ€“exigiรณ.

โ€“Te lo juro โ€“respondรญ, intrigado.

Me relatรณ que รฉl habรญa sido quien mรกs lejos llegรณ en la exploraciรณn de las cavernas. Descubriรณ que estaban conectadas. No llevaba linterna: se iluminaba con la luz de un encendedor, el cual debรญa apagar cada que se calentaba, porque le quemaba los dedos. Por lo tanto, se desorientรณ; estuvo unos minutos perdido, pasando de un tรบnel a otro, sin encontrar la salida. En algรบn momento, vio venir una figura hacia รฉl; creyรณ que se trataba de alguno de sus acompaรฑantes. Cuando la tuvo frente a รฉl, contemplรณ algo que lo sorprendiรณ: era yo.

โ€“Pensรฉ que al final te habรญas animado y nos habรญas alcanzado โ€“dijo Claudio.

A la dรฉbil luz del encendedor, mi primo se dio cuenta de otra cosa.

โ€“Eras tรบ โ€“aรฑadiรณโ€“. Pero mรกs grande: tenรญas barba.

Una corriente de aire apagรณ la llama del encendedor. Al volver a prenderlo, no habรญa nadie frente a รฉl.

Mi primo logrรณ salir de las cuevas, y no comentรณ el incidente con nadie.

โ€“ยฟQuรฉ crees que pudo ser? โ€“le preguntรฉ, con voz trรฉmula.

Claudio se levantรณ de la cama, se dirigiรณ a la puerta de la habitaciรณn, y permaneciรณ en el umbral, pensativo. Antes de salir, dijo:

โ€“Solo hay dos posibilidades: o estoy loco o vi a tu doble.

Ambas eran desconcertantes. Esa noche dormรญ con la luz encendida.

En los tiempos antiguos tenรญan una particular manera de referirse a las casas embrujadas. La Biblia contiene un apartado en el libro del Levรญtico, una ley que consideraba que los hogares podรญan estar infectados, como sucedรญa con la piel de las personas. Se le denominaba โ€œla lepra de las paredesโ€. Cuando esto ocurrรญa, el sacerdote debรญa entrar en la casa y examinar las manchas surgidas en los muros. โ€œSi observa cavidades verdosas o rojizas hundidas en las paredes โ€“dicen los versรญculos 37 al 38 del capรญtulo 14โ€“, saldrรก afuera, a la puerta de la casa, y la clausurarรก durante siete dรญas.โ€ Un exorcismo que se complementaba con un ritual: se llevaban dos aves a la casa; una de ellas se sacrificaba y con su sangre se regaban las paredes afectadas. Despuรฉs se liberaba al ave viva fuera de la ciudad, en el campo. โ€œAsรญ harรก la expiaciรณn sobre la casa, y esta quedarรก pura.โ€ Una interpretaciรณn actual podrรญa relacionar dichas manchas con la humedad o el musgo; sin embargo, no deja de parecerme interesante que a una casa embrujada se le considerara como un ser vivo, que padecรญa una enfermedad.

La casona del Desierto de los Leones tuvo su propia intervenciรณn. Aquella vez en el bar de Tlalpan, Claudio me dijo que habรญa llevado a una mรฉdium para que realizara una limpia. La mujer encendiรณ copal y veladoras; rezรณ oraciones. Fue ella quien le dijo que habรญa Infrahumanos y Descarnados; tรฉrminos que en el lenguaje esotรฉrico se utilizan para referirse a demonios y fantasmas. ยฟQuรฉ habรญa propiciado la visita de la mรฉdium? En la casona pasaban cosas extraรฑas, atestiguadas tanto por mi primo como por las sirvientas: jarrones que salรญan volando y se estrellaban en el suelo, objetos que se perdรญan y jamรกs eran encontrados, ecos de conversaciones que se amplificaban en la madrugada. Y, sobre todo, una presencia que acechaba en una esquina del desayunador, donde era comรบn sentir un frรญo inexplicable, acompaรฑado por el atisbo de una silueta por el rabillo del ojo. Las sirvientas la describรญan como un anciano con sombrero.

Tras la limpia, los Infrahumanos desaparecieron. El Descarnado permaneciรณ, hasta la noche en que Claudio decidiรณ enfrentรกrsele.

La casona del Desierto de los Leones aparece de manera constante en mis sueรฑos. En ellos, su interior es mucho mรกs grande que en la realidad, y suelen mezclarse los tiempos: me veo de shorts, jugando con un balรณn o bebiendo vino con alguna de mis exesposas. En el sueรฑo mรกs recurrente soy un adulto. Desciendo solo por las escaleras en espiral que llevan hasta el piso de abajo, donde se encuentra el cuarto de servicio y una puerta que da al jardรญn. Pero, en lugar de la habitaciรณn en la que duermen las sirvientas, hay un enorme y oscuro corredor, un tรบnel que atraviesa la casa de lado a lado. Exploro ese pasillo donde no hay mรกs que una densa negrura y una humedad que emana de las paredes. Sรฉ que estoy en la casona y a la vez en otro sitio. Un umbral o un portal โ€“un รบtero, quizรกโ€“. Camino mientras una creciente sensaciรณn de angustia se apodera de mรญ. El tรบnel parece no tener fin, y el desasosiego proviene de una certeza: regresar no es opciรณn. Debo continuar avanzando. Al otro lado hay algo, un lugar al que tengo que ir, porque una presencia me aguarda. Lo mรกs desconcertante es que nunca consigo llegar. Siempre me despierto con la incรณmoda sensaciรณn de que una parte de mรญ se quedรณ en ese sueรฑo, y de que no la recuperarรฉ hasta que ese conocimiento โ€“que por ahora se me niegaโ€“ me sea revelado.

Mi primo Claudio es mรบsico. Cuando sus padres se fueron a vivir a Cuernavaca, transformรณ el estudio de la planta baja en una cabina de grabaciรณn. Vive de hacer jingles. En aquella รฉpoca, tocaba por las noches en un bar con su grupo de rock, y al regresar se encerraba un par de horas a trabajar; eso le ayudaba a disminuir la adrenalina, a conciliar el sueรฑo. Una madrugada en la que componรญa un estribillo para un medicamento contra la gastritis, hizo una pausa para subir a la cocina por comida. Al pasar por el desayunador, sintiรณ la presencia del Descarnado: los pelos de la nunca se le erizaron; un frรญo repentino y pegajoso lo envolviรณ, como si se acabara de poner un suรฉter mojado. Recordรณ los consejos de la mรฉdium, y decidiรณ enfrentarlo. no eres bienvenido, gritรณ. vete de aquรญ. Y recitรณ una oraciรณn que le enseรฑรณ la mรฉdium. Tras un tenso silencio, decidiรณ regresar a la cabina.

Minutos mรกs tarde, comenzรณ a escuchar un ruido. Al principio pensรณ que se trataba de una interferencia, un sonido que se colaba por los audรญfonos. Pero cuando se los quitรณ, se percatรณ de que el ruido permanecรญa. Mirรณ a su alrededor y descubriรณ algo que lo dejรณ boquiabierto: una cascada de agua se precipitaba por el techo del estudio y se deslizaba por una de las paredes. Alarmado, subiรณ las escaleras, donde encontrรณ mรกs agua; tuvo que avanzar, chapoteando, hasta el siguiente piso. El desayunador se estaba inundando. El agua le llegaba arriba de los tobillos. Claudio se sintiรณ rebasado por esa situaciรณn tan inesperada como apremiante. Tras unos segundos de parรกlisis, reaccionรณ y buscรณ la fuente del problema. La encontrรณ en la cocina: la tuberรญa del fregadero se habรญa roto. Localizรณ la llave de paso y la cerrรณ. Tuvo que despertar a sus hermanos para que le ayudaran a sacar el agua acumulada. El amanecer los sorprendiรณ cuando terminaban de secar el piso.

โ€“Nunca antes habรญa pasado algo asรญ โ€“me dijo Claudio, en el bar de Tlalpanโ€“. Ni siquiera una gotera.

Una gigantesca casualidad: tras enfrentar al Descarnado, ocurriรณ la รบnica inundaciรณn que tuvo la casona en sus cuarenta aรฑos de existencia. Pero Claudio y yo sabรญamos que nada ocurrรญa por azar.

โ€“ยฟQuรฉ pasรณ con el fantasma? โ€“preguntรฉ.

Mi primo le dio un largo trago a su cerveza.

โ€“Jamรกs lo volvimos a sentir โ€“dijoโ€“. Despuรฉs de esa noche desapareciรณ.

Madrugada. La cena estรก por terminar. El menรบ fue un homenaje a todas las navidades celebradas en familia: pavo, bacalao, pierna de cerdo, romeritos, ensalada de manzana, mucho vino. Escucho las conversaciones, las risotadas que provienen del comedor, mientras desciendo, tambaleรกndome โ€“los efectos del alcoholโ€“ por las escaleras que conducen a la planta baja de la casona. Antes me di el tiempo de recorrerla. El parquet del piso estรก hinchado y salido en varios tramos. Las paredes descascaradas, con manchas de humedad. Las alfombras raรญdas y sucias. El deterioro de la casona del Desierto de los Leones me resulta insoportable. Se asemeja mรกs al lugar que aparece en mis sueรฑos que al de mis recuerdos de infancia.

Si estuviรฉramos en los tiempos bรญblicos, serรญa considerado por los sacerdotes como un hogar infestado. Para mรญ lo estรก: la lepra del pasado.

Aรบn permanecen algunos objetos, que mis tรญos han estado regalando durante la cena a los parientes interesados: lรกmparas, libreros, mesas. Tienen un mes para sacar lo que queda, antes de que la maquinaria pesada inicie el proceso de demoliciรณn. Excavadoras y grรบas que pulverizarรกn el sitio que contiene la memoria de mi familia. Pienso que todo lo que ha ocurrido en la casona no serรก destruido: se liberarรก como una caja de Pandora.

Abro las puertas corredizas que dan al jardรญn. El viento helado de la barranca me golpea el rostro, reanimรกndome. Compruebo lo que ya sabรญa: que el valle desapareciรณ para dar paso a una sรบpervรญa de concreto, que pasa por debajo de la casona y conecta el Segundo Piso del Perifรฉrico con Santa Fe. Se llama la Avenida de los Poetas. La colina de enfrente aรบn existe, aunque ahora hay mรกs construcciones y calles.

Siempre he llegado tarde a todo. Una condena para las cosas buenas, pero tambiรฉn una bendiciรณn ante las malas. Desconozco lo que me espera en esta ocasiรณn. Piso el jardรญn y me dirijo a las escaleras que descienden al triรกngulo de hierba crecida, a la parte final del terreno. Me detengo en el primer escalรณn. Siento la presencia de la casona del Desierto de los Leones a mi espalda, esa entidad moribunda que parece inclinarse sobre mรญ, empujรกndome a seguir. No voltearรฉ atrรกs: al igual que en mi sueรฑo, sรฉ que debo continuar avanzando.

Escruto el horizonte. Las cuevas aรบn estรกn en la colina, con sus boquetes negros, esperando el momento de engullirme. ~

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Su libro mรกs reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadรญa).


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