El anticine de Gaspar Noé

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Responda con o no, sin pensar demasiado, a las siguientes preguntas: 1) ¿Toleraría ser testigo de una violación brutal? 2) ¿Toleraría ver completa una escena ficticia que represente una violación brutal? 3) ¿Considera que lo segundo depende de cómo se represente la violación? Si alguna de su respuestas es —o incluso si ninguna lo es—, usted se encuentra, como la mayoría, atrapado en una paradoja sobre las relaciones entre ética y cine, los límites de la representación y lo que cree que hace la diferencia entre una película honesta y una película que manipula y explota. Quizá esto no le quede claro porque las preguntas son una abstracción. Pruebe entonces visualizar una escena como la siguiente: la italiana Mónica Bellucci —el sueño húmedo que es también actriz— camina por un túnel oscuro, apurando el paso desde la altura de sus tacones delgados. Los tacones hacen juego con el resto del atuendo: un vestidito blanco —especie de camisón satinado— que, a juzgar por los pezones erectos de su portadora, apenas la protege de una madrugada fría. Por circunstancias fortuitas, esta imagen, que parecía estar hecha para complacerlo a usted, también complace a un personaje de la película. Actuando en consecuencia con su naturaleza criminal —es un padrote violento—, el hombre ataca al personaje de Bellucci, entendiendo por ataque una violación anal, y después la desfiguración de su rostro. La escena completa, sin cortes ni fueras de cuadro, dura casi diez minutos. Y no es, por cierto, la más sangrienta de la película, que en octubre usted verá exhibirse bajo el título Irreversible.
     A este punto de la escena, usted sólo pudo haber reaccionado de dos maneras distintas: le ha gustado o ha cerrado los ojos, pero no ha permanecido indiferente. Si ha vuelto a las primeras preguntas, quizá la paradoja sea más clara: entre más insoportable la escena, más honesta la película. Si llega al punto de cerrar los ojos, se cancela el acto cinematográfico y la película cuestiona los límites de la representación. El planteamiento inverso es el que más incomoda: si fuera posible no sólo ver la escena sino incluso disfrutarla (después de todo es Mónica Bellucci en cuclillas y con vestido brilloso), ¿podría decirse entonces que se ha logrado el objetivo del narrador?
     Quizá Gaspar Noé, el francoargentino de 39 años y director de la película que se describe arriba, sea el primero en echar luz directa sobre todas estas preguntas. A través de una película que nunca menciona su tesis, Noé traza la línea que distingue al cine provocativo y basado en la explotación del morbo, del cine que, como el suyo, cuestiona los límites de la representación al punto de negarse a sí mismo y volverse, literalmente, imposible de ver. Su segundo largometraje y el primero en estrenarse en México, Irreversible, es un paradigma de cómo esta línea es delgada pero definitiva, y de que depende enteramente de impedir o propiciar el gozo en el espectador.
     Y depende, también, de que se vea la película y no sólo se hable de ella. Precedida por los rumores de que “es la película en donde violan a Mónica Bellucci”, Irreversible cuenta —lo puedo confirmar— con dos tipos de público en potencia: el que no la quiere ver por eso y el que la quiere ver justamente por eso. Éste último es el blanco al que va dirigido el dardo de Gaspar Noé. “Después de ver Irreversible —uno podría escucharlo decir—, vas a entender que también hay dos tipos de directores que filman una violación.” Las categorías, en este caso, no se aplican exclusivamente del lado del espectador.
     La fama difícil de Gaspar Noé está sustentada por el mediometraje Carne (91), una reflexión sobre las distintas procedencias y destinos, todos repulsivos, de la materia del título; por el largometraje Solo contra todos (99), un monólogo de odio en voz de un carnicero sin empleo y alienado en todos los sentidos posibles, y por el cortometraje Sodomitas, parte de un proyecto del Ministerio de Salud de Francia, que reunió a directores para promover el uso del condón a través de cortos de pornografía dura, y que al final rechazó el de Noé por incorporar en la historia ositos de peluche.

(El sexo entre menores de edad —la perversa alusión de Noé— fue considerado por el gobierno francés inapropiado para sugerirlo en un proyecto con fines educativos.)
     Considerado un sacudidor de morales, afiliado a una tradición francesa arraigada en el cine y la literatura, Noé había contado hasta antes de estrenar Irreversible con la aprobación condescendiente de la crítica que, al final de cuentas, intelectualizaba y legitimaba su impulso transgresor. A menudo empatado con directores como el austriaco Michael Haneke, el danés Lars von Trier, y sus coterráneos Catherine Breillat y Bruno Dumont, el francés Noé había sido empaquetado en la categoría de “latoso pero soportable”, en tanto sus embestidas eran sobre todo intelectuales y, por lo tanto, aspirantes a una clasificación en pantalla.
     Con Irreversible todo cambió, y el desconcierto de más de uno la ha vuelto una película tabú. Trabajo distinto de toda la obra de los directores mencionados arriba, es, quizá, la única que resulta intolerable en sus 97 minutos, esto entendido como un logro del director. Narrada del final al principio, Irreversible es la historia de la pareja formada por Alex (Mónica Bellucci) y Marcus (Vincent Cassel), de su cariñosa vida en común, y de cómo un incidente azaroso acaba con sus expectativas y con la vida de uno de ellos. Noé pone el dedo en más de una llaga moral, como es la decisión nada inocente de vestir a su personaje “como pidiendo a gritos” el ataque, y propiciando así que la interpretación de los críticos —que caen redondos en la trampa, luego se enojan y lo tachan de misógino— se confunda peligrosamente con la mirada del violador. Y sin embargo, más que un alegato de género, Irreversible es un ensayo con hipótesis cinematográfica sobre cómo filmar la destrucción no sólo evitando la tentación de volverla atractiva en pantalla, sino empujando al testigo —en este caso, el espectador— a rechazarla desde la víscera, como lo haría en la realidad. Para lograr esto —y ésta es la denuncia de Noé—, es necesario poner en duda todos los códigos de la representación y cuestionarse hasta qué punto el cine puede —o debe— colindar con la realidad. El primer código por derribar sería el de la catarsis final como promesa de reubicar al espectador en un estado de estabilidad emocional: con la decisión de arrancar Irreversible en el punto más alto de violencia (el final cronológico de historia) y de terminarla en un planteamiento en el que todo pasado era idílico y hermoso, las únicas escenas felices ya están marcadas con su inminente destrucción, son amargas por lo que de ellas se anticipa, y están cargadas de una ironía proporcional a su aparente encanto. Por si esto fuera poco, Noé intensifica los recursos sonoros y estéticos de sus películas anteriores; el resultado es un efecto nauseabundo en momentos y muy inquietante en otros (el cine de David Lynch, a quien Noé constantemente alude, se asoma aquí como la mayor influencia). Impregnada de una desesperanza absoluta, anticipando a cada momento una desgracia mayor, Irreversible niega el cine que se entiende como vehículo de evasión.
     En una escena de Solo contra todos, su largometraje anterior, una frase escrita en tipografía roja y sobre un fondo negro anticipa una escena brutal: “Tiene usted 30 segundos para dejar la sala de cine”, se nos advierte. Esta leyenda bien podría aparecer en Irreversible incluso antes de empezar la película. Pero aquí no hay una advertencia escrita, quizá porque el director ha llegado a la conclusión de que un espectador responsable y en favor de un cine genuino no tendría que ser advertido —como no lo es tampoco en la vida real— de que un incidente horrible está por ocurrir. O quizá, lo más probable, porque ya está advertido desde la primera escena, digna de salir corriendo, de que las cosas no mejoran nada: ese que ya se está viendo es el final de la historia. Lo que sigue, según se quiera, es a) Monica Bellucci en vestidito blanco y luego semidesnuda o b) una mujer violada, en bastante mal estado, agonizando en el piso. Tiene usted más de 30 segundos para decidir si lo quiere mirar. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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