La boda de Rachel, de Jonathan Demme
Desde Belleza americana (Mendes, 1999) la familia disfuncional ha repuntado como subgรฉnero en el cine en lengua inglesa, sobre todo el estadounidense. Asรญ lo constatan varios ejemplos: Los excรฉntricos Tenenbaum (Anderson, 2001), Tarnation (Caouette, 2003), El sol de cada maรฑana (Verbinski, 2005), Historias de familia (Baumbach, 2005), Pequeรฑa Miss Sunshine (Dayton y Faris, 2006), Recortes de mi vida (Murphy, 2006), Dan en la vida real (Hedges, 2007), The Tracey Fragments (McDonald, 2007), Gente inteligente (Murro, 2008) y Sonambulismo (Maher, 2008), entre otros. A ellos se suma La boda de Rachel, la pelรญcula mรกs reciente de Demme, cuya versatilidad temรกtica ha redundado en una filmografรญa desigual. Anne Hathaway, nominada al Oscar a la mejor actriz por su papel de junkie en rehabilitaciรณn vuelta una bomba de tiempo, lidera un reparto que no convence del todo como batallรณn enzarzado en una lucha inรบtil contra la disfunciรณn domรฉstica. Aรฑadamos los excesos musicales que ralentizan y hasta asfixian algunas secuencias, las curiosas semejanzas que el guiรณn de Jenny Lumet โhija del director Sidney Lumetโ guarda con Margot y la boda (Baumbach, 2007), una cinta mucho mรกs eficaz, y tendremos el bosquejo de lo que podrรญa haber sido un retrato realmente perturbador de las fracturas consanguรญneas. El choque entre Hathaway y Debra Winger, que interpreta con gran soltura a la madre desobligada, es el punto mรกs alto de un filme que fue puesto sobre la mesa antes de que cuajara por completo.
Gomorra, de Matteo Garrone
Varios hombres son acribillados mientras se broncean con luz ultravioleta en cabinas individuales que remiten a una extraรฑa misiรณn espacial; los cuerpos de dos jรณvenes obsesionados con el poder que otorga el dinero fรกcil, y sobre todo con la actuaciรณn de Al Pacino en Caracortada, son transportados al ocaso por una pala mecรกnica que los ofrenda al golfo de Nรกpoles. Estas imรกgenes abren y cierran Gomorra, pelรญcula ganadora del Gran Premio en el Festival de Cannes 2008 y basada en el bestseller homรณnimo por el que Roberto Saviano, escritor y periodista que apenas cumplirรก treinta aรฑos, ha recibido amenazas de muerte, una escolta permanente por parte del gobierno de Italia y el tรญtulo de hรฉroe nacional en palabras de Umberto Eco. Lejos del aura mรญtica que la saga de El Padrino concediรณ al crimen organizado y cerca โmucho mรกs cercaโ del neorrealismo y la cotidianidad brutal de Los Soprano, el filme de Garrone exhibe con un vigor tan audaz como objetivo los tejemanejes de la Camorra o el Sistema, la mafia napolitana que factura mรกs de veinte mil millones de dรณlares anuales. Esta cifra estratosfรฉrica es producto de una feroz paradoja social: quienes ayudan a generarla son niรฑos, adolescentes y desempleados que hallan una ventana de oportunidad en la delincuencia. La valiosa labor de Saviano, que durante dos aรฑos se infiltrรณ en las principales empresas de la Camorra, se mantiene intacta al ser llevada a la pantalla: estamos ante la radiografรญa de una de tantas manos que mecen nuestro mundo sanguinario.
Agente internacional, de Tom Tykwer
Luego de El perfume, su traspiรฉs dentro del gรฉnero histรณrico, Tykwer recobra el paso firme que le habรญamos visto en Winter Sleepers, Corre, Lola, corre, La princesa y el guerrero y sobre todo En el cielo. El tรญtulo en espaรฑol de su nueva pelรญcula traiciona arteramente el original en inglรฉs (The International): aunque Clive Owen encarna en efecto a un agente de la Interpol (Louis Salinger), la trama gira alrededor no de las aventuras de este personaje que debe mรกs a Jack Bauer y Jason Bourne que a James Bond sino de la sofisticada telaraรฑa que teje el Banco Internacional de Negocios y Crรฉdito (IBBC), una instituciรณn financiera de altos vuelos involucrada lo mismo en el lavado de dinero que en el trรกfico de armas. Secundado por la asistente del fiscal de distrito de Manhattan (Naomi Watts), que introduce el factor romรกntico imprescindible al parecer para el funcionamiento de todo buen thriller, Salinger vaga por un orbe globalizado (Berlรญn, Luxemburgo, Milรกn, Estambul) para constatar una vez mรกs que las grandes conspiraciones no necesitan visa siempre y cuando la paranoia siga siendo la aduana que les condona el trรกmite. La balacera en la fabulosa rampa espiral del Museo Guggenheim de Nueva York, filmada con el timing preciso que prevalece a lo largo de la cinta, es un ejemplo del sentido pictรณrico y arquitectรณnico de Tykwer, que diseรฑa elegantes retablos horizontales para insertar a sus criaturas. Las balas, por fortuna, se usan sรณlo para aderezar una historia que depende mรกs de la municiรณn mental.
โ Mauricio Montiel Figueiras