Monstruos en Venecia

Yorgos Lanthimos se coronó gracias a Poor things, donde Emma Stone encarna a una suerte de novia de Frankenstein, y Pablo Larraín fue premiado por su Pinochet convertido en vampiro. No fueron las únicas presencias monstruosas en el 80º Festival de cine de Venecia.
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Yorgos Lanthimos se coronó gracias a Poor things, donde Emma Stone encarna a una suerte de novia de Frankestein, y Pablo Larraín fue premiado por su Pinochet convertido en vampiro. No fueron las únicas presencias monstruosas en el 80º Festival de cine de Venecia.

El 80º Festival Internacional de Cine de Venecia cerró el sábado pasado entregando un palmarés que, aunque parezca mentira, no concitó las quejas de la crítica especializada. El León de Oro estuvo destinado desde el inicio a Poor things (2023), la más reciente excentricidad del cineasta griego Yorgos Lanthimos, con Emma Stone de nuevo como su protagonista, encarnando a una suerte de novia del monstruo de Frankenstein, creada y recreada por un científico loco interpretado por Willem Dafoe.

La joven estrella hollywoodense Stone –quien no asistió a Venecia por la consabida huelga de actores– no ganó el premio a mejor actriz, acaso porque habría sido demasiado evidente el favoritismo del presidente del jurado, Damien Chazelle, su director en La La Land (2006), pero todo parece indicar que los reconocimientos a Poor things y a todos los involucrados –Lanthimos, la mencionada Stone, su coprotagonista Mark Ruffalo– apenas iniciaron con su triunfo en Venecia.

Otro favorito de los festivales europeos, el hijo pródigo Michel Franco, recibió ocho minutos de aplausos en la presentación de su más reciente largometraje, Memory(2023), que le valió que el jurado reconociera a uno de sus intérpretes, el siempre apreciable y apreciado Peter Sarsgaard, con el premio a mejor actor. También en este caso es posible prever que la Copa Volpi a Sarsgaard será el primero de varios reconocimientos, pues varios colegas que han visto Memory –y que nunca han sido incondicionales de Franco, por cierto– han escrito que se trata de, acaso, la mejor película de nuestro vilipendiado auteur nacional.

Otra de las cintas premiadas en Venecia ya se puede ver en pantalla grande en nuestro país y, en unos días, también se podrá hacer en la pantalla chica de Netflix. Me refiero a la sátira política El Conde (Chile, 2023), escrita y dirigida por Pablo Larraín, ganadora del premio a mejor guion, que imagina al desgraciadamente por muchos añorado Augusto Pinochet como un inmortal vampiro que vuela por los cielos de Santiago, rodeado de una corte de amigos y familiares igualmente chupasangre, en la que aparece también su maléfica esposa Lucía Hiriart. Que por ahí haga su aparición otra vampira inmortal llamada Margaret Thatcher deja claro hacia dónde se dirige esta relajienta alegoría histórica que, vista la abierta nostalgia pinochetista en Chile y en otras partes, parecería no tanto una crónica fantástica como una descriptiva comedia de costumbres.

Curiosamente, los vampiros fueron presencia constante en Venecia, no solo por el citado Nosferatu chileno, sino por la influencia evidente, visible y citable de George A. Romero y su seminal clásico vampiresco Martin (1977). En aquella perturbadora película setentera, Romero se imaginó a un joven de Pennsylvania que cree a pie juntillas que es un verdadero vampiro y que para vivir tiene que chupar sangre o, para ser precisos, beberla. La aportación al género de parte de Romero es presentarnos a este vampiro –o a este jovencito psicopático que se cree vampiro– no como un sofisticado o misterioso aristócrata venido de Europa del este, sino como un marginado y alienado muchacho que no encuentra su lugar en el mundo. Es decir, un vampiro cualquiera que trata de sobrevivir como puede en nuestro banal mundo cotidiano.

Dos cintas presentadas en Venecia provienen de esta premisa argumental de Romero, y las dos parecen aceptarlo abiertamente, a tal grado que en ambas vemos a los personajes ver en televisión otro clásico del cineasta estadounidense, la zombiesca La noche de los muertos (1968). Esta es, precisamente, la cinta que tiene que ver Sasha (Sara Montpetit), la joven protagonista de Vampire humaniste cherche suicidaire consentant (Canadá, 2023), como traumática terapia de choque para acostumbrarse a la sangre.

Sasha, la hijita única de sus atentos padres vampiros, no puede chupar sangre, no ha desarrollado sus colmillos, y solo puede alimentarse de la hemoglobina que su mamá caza de vez en cuando o de las bolsas de sangre que la familia consigue en el mercado negro (¿de vampiros?). Es decir, Sasha es una auténtica inadaptada, una vampira que no sabe cómo ser vampira, que no quiere ser vampira y cuya vida, por esta misma inexplicable disonancia existencial, peligra en todo momento. Si no quiere chupar sangre, ¿cómo va a poder sobrevivir?

El guion, escrito por la propia directora debutante Ariane Louis-Seize, inicia como una amable comedia familiar, con todo mundo –padres, tía, prima de Sasha– preocupado por esta niña terca que no quiere beber la sangre del payasito que le contrataron en su cumpleaños. Pasado el regocijante prólogo, el filme se va transformando, lentamente, en una historia de amor no desprovista de cierto grado de cursilería. Como dijeran en el rancho, nunca falta un roto para un descosido, así que la solitaria e incomprendida vampira se encontrará con Paul (Félix-Antoine Bénard), el joven suicida del título original en francés, quien no le encuentra sentido a la vida y, por lo mismo, quiere morir y quiere hacerlo ya. Cuando Paul conoce a Sasha y entiende que ella necesita un humano para alimentarse, ¿por qué no ceder su cuerpo y su sangre a ella? Total, si él quiere ser cadáver, ¿por qué no serlo y, de pasada, servir de almuerzo a esa atractiva muchachita de aspecto gótico?

La directora Louis-Seize navega con prestancia la segunda parte del filme, en la que Sasha y Paul se conocen, se reconocen e intercambian sus respectivas alienaciones y carencias afectivas entre escarceos amorosos, mordidas vampirescas e inevitables derramamientos de sangre. La solución al dilema existencial de ambos es evidente desde el momento en el que los dos se conocen, pero esto no evita que uno respire aliviado cuando los dos muchachos entiendan lo que tienen que hacer. Es difícil no admirar la gracia con la que Louis-Seize resuelve el conflicto de sus dos personajes –la vampira y el suicida–, y más cuando la película termina con esa desvergonzada ridiculez que es el “Drácula Ye-Ye” (1970), interpretada por el humorista español Andrés Pajares. Acaso por ese irresistible final, Vampire humaniste… fue nombrada como la mejor película de la sección paralela Giornate degli Autori.

En attendant la nuit (Francia-Bélgica, 2023), primer largometraje de ficción de Céline Rouzet, presentado en la sección Orizzonti, tiene como protagonista a otro joven vampiro que también se alimenta de bolsas de sangre proporcionadas por su mamá. La diferencia es que, a diferencia de la rejega vampira Sasha, el adolescente Philémon (Mathias Legout Hammond) tiene todo para ser un auténtico depredador chupasangre. Lo que pasa es que el muchacho busca reprimir su naturaleza porque no quiere causarle problemas a su adorada familia formada por sus papás y su encantadora hermanita.

Toda la familia Feral acaba de llegar a una pequeña comunidad en el interior boscoso francés con el fin de pasar desapercibida. Se trata de un pueblo amistoso en el que todo mundo se conoce y cuyo único entretenimiento es bañarse en un arroyo cercano y en ir al cine a ver algún clásico de horror como, por ejemplo, La noche de los muertos, de George A. Romero. El papá de Philémon es un aburrido vendedor de seguros, la mamá es una enfermera que trabaja como voluntaria en un banco de sangre (ya se imaginará usted para qué), la hermanita menor es una niñita que se adapta sin dificultad a lo que sea, así que la felicidad de la familia queda en las manos del muchacho, en que pueda contener sus deseos de matar y chupar hemoglobina. Total, es un adolescente, de seguro puede hacerlo y más cuando conoce a otra muchachita por la que siente una irreprimible atracción a tal grado de querer besarla… ¿o será morderla?

En attendant la nuit sigue con más fidelidad los resortes genéricos del cine de horror vampiresco, aunque el tono narrativo y la propia puesta en imágenes, más melancólica que violenta, nos remite a la vertiente romántica del original vampiro literario y fílmico, ese que provoca tanto horror como lástima por su condición de paria inmortal. Philémon es un vampiro lastimoso, sin duda, aunque, si recordamos el final de Nosferatu (Murnau, 1922), ¿no son así todos los vampiros? ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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