En el episodio final de la miniserie Fuimos los afortunados (E.U., 2024), disponible desde hace varios meses en Disney+, los patriarcas sobrevivientes judío-polacos Sol y Nechuma Kurc (Lios Ashkenazi y Robin Weigert, respectivamente) han regresado a Radom, la ciudad en la que vivían antes de la invasión nazi a Polonia. Estamos en mayo de 1945, los alemanes han perdido la guerra y el viejo matrimonio Kurc toca la puerta del que fue su elegante y espacioso piso en el centro de la ciudad. Una pareja de desconocidos les abre la puerta, los ve de arriba abajo, les dice que esa es su casa, que se las dio el gobierno, que ellos no saben nada de nada y, con un gesto de disgusto, les cierra la puerta en sus narices. Nechuma, indomable, golpea la que fue su puerta con los puños, llorando, entre la indignación y la impotencia: esa fue su casa, esos fueron sus muebles, ella misma resanó y pintó las paredes.
Se trata de una escena especialmente poderosa por varias razones: en los ocho episodios de la miniserie –creada por Erica Lipez sobre la novela homónima de Georgia Hunter de 2017, basada en la vida de su propia familia–, hemos seguido de cerca, desde 1938, los infortunios de todos los Kurc: los padres, los cinco hijos, sus respectivas parejas y hasta los eventuales nietos que nacen a los largo de siete años en las peores condiciones posibles, sea en un campo de prisioneros en Siberia o en una ciudad bombardeada y bajo asedio. Como dice el título, con todo y los sufrimientos que vivieron a lo largo de esos años –los innumerables abusos, las continuas humillaciones, las brutales golpizas, las indecibles torturas– los Kurc son afortunados. Están vivos y, por lo menos, físicamente hablando, en una sola pieza. El departamento robado es lo de menos, pero ¿no podría esperarse un mínimo signo de solidaridad, algo de pena, de parte de los nuevos “dueños”? La falta de humanidad es la que indigna a Nechuma, que es lo mismo que lleva, en un episodio anterior, al menor de sus hijos, Addy (Logan Lerman), refugiado al otro lado del mundo, en Rio de Janeiro, a reprocharle a gritos a los distraídos brasileños que se divierten en una cantina, muy quitados de la pena, que ellos están tomando “¡mientras en Europa está sucediendo un genocidio!”.
A bote pronto, Fuimos los afortunados parece una historia más del Holocausto y, en sentido estricto, eso es. Aparentemente, no hay mucha novedad al respecto, pero, en realidad, sí la hay, por lo menos en el contexto en que se ha estrenado esta miniserie, nominada a dos premios de la Critics Choice Association y, seguramente, en los futuros Emmy 2025. Y es que, aunque Fuimos los afortunados está claramente ubicada en el convulsionado mundo que vivió y sufrió la Segunda Guerra Mundial, la increíble historia de los Kurc resuena más que nunca con lo que está sucediendo hoy en día, con la ultraderecha acechando en Alemania, con el retorno –¿aunque, alguna vez se ha ido?– del más rampante antisemitismo, con la indiferencia global ante una guerra devastadora en Ucrania y ante una desproporcionada respuesta militar genocida en Gaza. Cuando Addy pasa de un lugar a otro –de París a Senegal a Casablanca a una isla/prisión brasileña a Río de Janeiro–, el menor de los Kurc está viviendo el mismo viacrucis que millones de inmigrantes en todo el mundo en este momento, incluyendo nuestro país: el rechazo, los abusos, la explotación, los crímenes, el racismo.
Hay otro par de elementos que distinguen esta miniserie de muchas otras similares. La primera es su posición ética frente al Holocausto, que termina siendo, inevitablemente, una posición estética/estilística y, al final, también narrativa. Sabemos que existen los campos de exterminio y los personajes hablan de ellos –se menciona Treblinka, por ejemplo–, pero no entramos a las cámaras de gases, no vemos a los prisioneros famélicos, no hay el mínimo asomo de chantaje sentimental o de explotación morbosa por parte de la creadora Lipez y de sus tres realizadores. Siguiendo el ejemplo de Claude Lanzmann y su insuperada e insuperable Shoah (1985), he aquí una historia del Holocausto contada por los que lo sobrevivieron, con un respeto irrestricto a los sacrificados y el sereno desnudamiento moral no solo de los criminales nazis, sino de los muchos cómplices, activos o pasivos, que participaron con gusto o que voltearon para otra parte, en las ciudades europeas ocupadas por los alemanes, en la África de Vichy e, incluso, en la lejana Brasil del dictador Gétulio Vargas.
El otro elemento es aun menos común en la típica narración hollywoodense del Holocausto. Me refiero a que ningún miembro de la familia Kurc —y, por ende, ninguno de sus amigos, colegas, compañeros– es retratado como una figura pasiva que acepta sin chistar el dominio de los nazis. Empezando por la vivaz protagonista, la más pequeña de las hijas, Halina (Joey King, carismática), que termina formando parte de la resistencia dentro de Polonia, hasta el tozudo hermano mayor Genek (Henry Lord-Hughes), que sobrevive a un campo de prisioneros en la Siberia soviética para luego fingirse católico y poder pelear en el ejército polaco, todos los Kurc sobreviven, sí, acaso por algo de suerte, como lo señala el título original, pero también porque nunca se dan por vencidos. Los Kurc hace todo lo que deben hacer para sobrevivir –incluso fingir lo que no son, renunciar a su fe, negar sus nombres y apellidos– pero no para seguir viviendo solo por vivir, sino para seguir luchando.
En el penúltimo episodio, un personaje le señala al escéptico Genek que la fe, creer en algo superior, es algo que se elige, “es un acto de voluntad”. Genek nunca ha sido religioso. Es un tipo práctico, nada espiritual y nunca se ha interesado en las creencias de sus padres. Pero tiene la voluntad de seguir viviendo para seguir luchando. La vida como un acto no solo de libertad sino de desafío. Pocas decisiones pueden resonar más entre los que sufren hoy en todas las fronteras del mundo, en todos los territorios ocupados, en todas las ciudades arrasadas. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.