La gran exclusiva: cuando el mundo fue diferente

Basada en la historia real de una explosiva entrevista al príncipe Andrés de Inglaterra, "La gran exclusiva" es una buena película sobre un grupo de periodistas que cuestionan y exponen a un poderoso.
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Hacia el inicio de La gran exclusiva (Reino Unido, 2024), segundo largometraje cinematográfico del veterano realizador televisivo Philip Martin, estrenado en Netflix a partir de este viernes 5 de abril, la conductora del prestigiado programa noticioso de la BBC Newsnight Emily Maitlis (Gillian Anderson) entra al foro para encontrarse con su productora de cabecera Esme Wren (Romola Garai) y una de sus reporteras e investigadoras, Sam McAlister (Billipe Piper). Maitlis presume un atractivo porte aristocrático, una voz grave con la que arrastra las palabras a su antojo, y siempre tiene a su lado un elegante galgo color plomo que toda la gente del foro televisivo está obligada a soportar. Maitlis voltea a su alrededor con una irrefutable seguridad en sí misma y les dice a las preocupadas Wren y McAslister: “tres mujeres y un galgo en la BBC: esto es muy diferente a cuando empecé a trabajar aquí”.

Wren y McAlister tienen motivos genuinos de preocupación: Newsnight no está pasando por su mejor momento, aunque en realidad, tampoco lo está la Gran Bretaña en general, ni el Palacio de Buckingham en lo particular. Estamos en 2019, cuando la presidencia de la BBC ha anunciado despidos masivos debido a recortes presupuestarios ligados, en gran medida, a la pérdida de influencia de los medios tradicionales por el creciente dominio de las redes sociales. Newsnight no es ajeno, por supuesto, a esta crisis y varios de los reporteros temen que la guillotina caiga sobre su cabeza en cualquier momento. A nivel nacional, el país está en pleno estira y afloja interno y externo por la inminente salida de la Unión Europea, el Brexit; en los terrenos más glamorosos y conocidos que fueron el centro dramático de la popularísima serie televisiva The Crown (2016-2023), el Palacio de Buckingham tiene sus propios desafíos: el príncipe de York, Andrés, el tercer hijo de la Reina Isabel, no puede quitarse de encima los rumores y acusaciones que lo ligan al millonario estadounidense Jeffrey Epstein, procesado por tráfico sexual.

A botepronto, Andrés (Rufus Sewell) parece un tipo agradable: se salta el rígido protocolo cada vez que puede, siempre está dispuesto a contar anécdotas sobre su paso por la Marina Real en la Guerra de las Malvinas y tiene el suficiente sentido del humor para reírse de sí mismo a través de sonoras carcajadas. Acaso por todo ello, el secreto a voces es que él era el hijo favorito de Isabel, lo que le confería cierto aire de inviolabilidad. O, por lo menos, eso parecía. El problema del Príncipe de York es que no había caído en cuenta que desde hacía tiempo –¿o desde siempre?– estaba viviendo en una burbuja y que el escenario que le rodeaba ya no era el mismo. Creyó que con una entrevista podía solucionarlo todo, aplacar los rumores, ahogar el escándalo y que bastaba “ser él mismo” para que todos le creyeran. La bronca es que, como diría Maitlis al inicio de esta película, “el mundo es muy diferente” y Andrés no se dio cuenta.

El guion escrito por Peter Moffatt y Geoff Busettil, basado libremente en el libro escrito por la propia periodista Sam McAlister, nos presenta con ejemplar claridad la trampa que Andrés mismo construyó para caer en ella, mientras que el cineasta Philip Martin, un experimentado realizador de series detectivescas (Prime suspect, Wallander y Poirot) y recurrente director en las dos primeras temporadas de la ya mencionada teleserie The Crown, ha montado una eficaz cinta que se mueve ágilmente entre el thriller periodístico y el drama procedimental. Martin se permite, incluso, vía la edición de Kristina Hetherington, una notable secuencia de narración paralela, cuando los dos frentes a encontrarse –la profesional conductora Emily Maitlis y el despreocupado Príncipe de York– ensayan cuáles podrían ser las preguntas y cuáles las respuestas de la entrevista pactada. “Esto es como si fuera un western”, dice Maitlis y, en efecto, este célebre encuentro, transmitido en Newsnight el 16 de noviembre de 2019, está montado como si se tratara del duelo final de El bueno, el malo y el feo (Leone, 1966). Los dos cuidan sus palabras, sus miradas y hasta su vestimenta, pues Maitlin decidió usar pantalón en lugar de su acostumbrada falda, por más que tiene unas “preciosas rodillas” que presumir –o precisamente, para que Andrés no las viera.

La gran exclusiva pertenece a una noble tradición fílmico-dramática, el thriller liberal, centrado en denunciar todos los vicios y las corruptelas del poder, pero asegurando que siempre habrá una solución, sea cuando el buen ciudadano da un paso al frente a luchar por lo que es justo o, en su defecto, cuando los periodistas hacen su trabajo y desnudan los abusos de los poderosos, trátese de políticos (Todos los hombres del presidente, Pakula, 1976), empresarios (Erin Brockovich, Sodebergh, 2000) o religiosos (En primera plana, McCarthy, 2015). Y aunque es cierto que esta película de Martin no es superior a las mencionadas –ni tampoco a su evidente modelo directo, Frost/Nixon (Howard, 2008)–, tampoco está muy alejada de esos exitosos filmes liberales, por más que hacia el desenlace el guion resbale hacia un didactismo muy elemental y autocelebratorio.

Pero, bueno, se entiende: con el periodismo y los medios tradicionales al garete y en medio de una crisis de influencia y credibilidad que no amaina, no hay por qué quejarse cuando se hace una buena película sobre un grupo de periodistas que hacen bien su trabajo, cuestionan a un poderoso y logran que declare lo que no quiso declarar, desnudándolo completamente ante los ciudadanos, como sucedió con el Príncipe de York, sin que él mismo se diera cuenta de nada. Porque ni enterado estaba que el mundo “ya es diferente”. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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