Eliseo sale todas las mañanas de su pequeña casa, en la azotea de un elegante edificio bonaerense que alberga 17 amplios departamentos. El tipo, frisando las seis décadas de edad, tiene casi 30 años viviendo y trabajando en el mismo sitio. Es el servicial portero de ese condominio de clase alta habitado por un grupo de exitosos profesionistas –un abogado, una arquitecta, una doctora, una psicóloga, un financiero–, uno que otro miembro de la rapaz clase política argentina –un sindicalista millonario, un general en prisión domiciliaria–, algunos ricos con mérito o sin él –un productor agrícola que vive en el campo, cierto junior reventado, una parejita progre– y, last but not least, una bondadosa anciana jubilada.
Todos ellos son atendidos por Eliseo, que sale de su casita cada mañana repitiendo en voz alta un mantra casi hawksiano: “¡A trabajar!”. Y vaya que trabaja. Desde que se levanta hasta que se duerme limpia cristales, recibe paquetes, recoge colillas, saca la basura, estaciona autos, arregla llaves del baño, le quita un ruidito molesto a un inodoro, ayuda a cargar maletas, supervisa el mantenimiento de los elevadores o de la caldera… No hay nada que el diligente Eliseo no esté dispuesto a hacer para solucionar cualquier problema que tengan los inquilinos, incluyendo el de cierto chamaquito perdidamente enamorado de una niña que nomás ni lo voltea a ver. Descrito así, Eliseo, El encargado (Argentina, 2022) del susodicho edificio, es una especie de ángel de la guarda.
Aunque, a decir verdad, no es tanto un ángel como un auténtico demonio: un ángel, pero caído. Porque Eliseo, atento siempre a todo lo que sucede a su alrededor, observador avezado de la naturaleza humana, también conoce los pormenores de la vida privada de cada vecino. Descubre infidelidades, sabe de hipocresías, entiende qué le está pasando a cada quien mientras abre solícito una puerta, al dar los buenos días o las buenas noches, siempre con la sonrisa más franca posible, siempre con los fríos ojos sin parpadear clavados en el rostro de la otra persona.
Encarnado por un inspirado Guillermo Francella, en su mejor interpretación desde El clan (Trapero, 2015) o acaso desde El secreto de sus ojos (Campanella, 2009), Eliseo es un monstruo tan repelente como fascinante: luchamos para evitar ponernos de su lado, pero ante la galería de impresentables a los que tiene que atender, –ese corrupto líder sindical, ese insoportable abogado clasista, esa parejita progre que explota a su empleada doméstica indígena–, es imposible condenarlo. Es más, desde el inicio queremos que triunfe, por más que algunas de sus tácticas (¿casi todas?) sean francamente criminales.
Creada, escrita y dirigida por los cineastas argentinos Marino Cohn y Gastón Duprat, El encargado, serie disponible en Star+, es una filosa comedia negra y de costumbres, centrada en la lucha entre el humilde subalterno Eliseo y los encumbrados patrones a los que atiende, que han decidido derrumbar su casita y despedirlo para construir una alberca de doce metros y medio en la “desperdiciada” azotea del edificio. Como es bien sabido en este tipo de historias –por ejemplo, la obra maestra insólitamente oscareada Parásitos (Bong Joon-ho, 2019)–, una cosa es estar arriba en la pirámide y otra cosa muy distinta es que los que están abajo obedezcan. Podrán decir que sí, podrán dar por el lado, incluso podrán agachar la cabeza, pero no significa que hagan caso. Al contrario, siguiendo una tradición nacida en la comedia clásica romana de Plauto (254-184 a.C.), entre más obsequioso sea el esclavo, el liberto o el criado, más peligroso resulta. Es imposible ganarle porque el subalterno conoce a sus jefes mejor que ellos a sí mismos, y está dispuesto a todo para explotar sus debilidades, excesos y carencias.
Lo notable en la historia escrita por Cohn y Duprat es que esta estructura dramática, protagonizada por el arquetipo del criado diabólicamente astuto, les sirve a los cineastas no solo para construir una divertidísima comedia de enredos con una buena dosis de suspenso hitchcockiano, sino para deslizar también sagaces apuntes críticos sobre las diferencias de clases y de poder en esa afluente zona de Buenos Aires que parece no conocer ningún tipo de crisis y que bien podría trasplantarse, por supuesto, a alguna zona de la Ciudad de México o cualquier otra ciudad del mundo.
La dialéctica del amo y el esclavo no es usada por Cohn y Duprat para dividir a sus personajes en héroes y villanos. Siguiendo el camino que iniciaron en sus piezas cinematográficas más conocidas –la temprana obra maestra El hombre de al lado (2009), a la que citan visualmente en el inicio del último episodio; El ciudadano ilustre (2016), ganadora de una treintena de premios internacionales–, los creadores de El encargado no dejan títere con cabeza. De su sardónico escepticismo moral –que puede, a veces, desembocar en llana misantropía– no se salva nadie, a no ser, acaso, los únicos personajes que se encuentran en los dos extremos de la vida: la noble anciana interpretada por Pochi Ducasse y los dos niños más o menos ingenuos, más o menos perversos, que son receptores de la interesada bondad de Eliseo y que terminan siendo sus cómplices activos en la guerra que ha iniciado el encargado por conservar su casita, su trabajo y su poder.
¿Guerra? Mejor dicho, batalla. El encargado se estrenó en Star+ a fines del año pasado, pero ante el éxito de crítica y público, ha sido aprobada una segunda temporada de ocho episodios, que será estrenada, se supone, en algún momento del 2023. Los enemigos de Eliseo fallaron en esta ocasión, pero como queda claro en la escena final, la guerra no ha terminado. Apenas empieza. Eliseo, siempre sonriente, siempre eficiente, siempre agradable, está listo para continuar luchando por su sobrevivencia. Yo no apostaría en contra de él. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.