Tras varios años de sumergir a sus superhéroes en una estética mítica y sombría, DC ha pulsado el botón de reinicio de su universo cinematográfico. El punto de partida: Superman, el superhéroe creado por el escritor Jerry Siegel y el dibujante Joe Schuster en 1933.
Desde su debut oficial en Action Comics # 1 el 18 de abril de 1938, Superman ha funcionado como una potente metáfora para explorar conceptos complejos asociados al alma estadounidense, tales como el poder, la identidad y el sacrificio. Con James Gunn (Guardianes de la galaxia, The Suicide Squad) al mando de la dirección, Superman regresa en 2025 a la pantalla como un héroe orgulloso de su humanidad, luminoso, y, paradójicamente, más subversivo que nunca.
La pregunta: ¿Existe lugar para “el hombre de acero” en el Estados Unidos de Donald Trump?
En esta conversación, abordamos las diferentes encarnaciones del superhéroe americano por excelencia a través de la historia, la obra de Gunn, el contraste con Marvel y la relevancia actual del hijo de Kriptón, entre otros temas.
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Grégory Escobar (GE): Durante mucho tiempo estuve convencido de que Superman era un héroe demasiado inocente para ser relevante en el siglo XXI. Un anacronismo. Mi opinión cambió cuando leí All-Star Superman, escrito por Grant Morrison y dibujado por Frank Quitely y Jamie Grant. El cómic no le tenía miedo a la engañosa ingenuidad del personaje. Todo lo contrario: en lugar de intentar anclarlo a lo terrenal, aceptaba feliz y con los brazos abiertos todo el universo ultra sci-fi y fantástico que lo rodeaba. El resultado era refrescante, creativo, sofisticado. Fiel al Superman de siempre, pero con nuevas capas de complejidad. Por eso me alegré cuando James Gunn anunció que iba a inspirarse en el espíritu de ese material
Mauricio González Lara (MGL): Si bien no es la adaptación literal de All-Star Superman que muchos deseábamos que fuera, la influencia de Morrison es evidente. Otro acierto: recupera la naiveté de los hermosísimos cartoons de Superman de los hermanos Dave y Max Fleischer producidos en los cuarenta, monstruos gigantes incluidos. También le hace varios guiños a Justice League International, un cómic escrito a finales de los ochenta por Keith Giffen y JM DeMatteis , con arte de Kevin Maguire, cuyo espíritu desmadroso y autoparódico me hizo feliz en mi niñez. Es un quiebre definitivo con la solemnidad que caracterizó el universo cinematográfico de DC construido por Zack Snyder durante la década pasada.
Antes de seguir, lanzo una advertencia: nunca fui fan de los cómics de Superman. Recuerdo que disfruté The Man of Steel, la miniserie escrita y dibujada por John Byrne que recontaba el origen del “hombre de acero” e, inspirado por Donald Trump, reimaginaba a Lex Luthor como un empresario inescrupuloso. DC mantuvo el símil entre Trump y Luthor por varios años, al punto de que la portada de Lex Luthor: The unauthorized biography, la mini novela gráfica de James D. Hudnall y Eduardo Barreto, era una copia de The art of the deal, el bestseller de Trump. Pese a esos esfuerzos, lo cool en la adolescencia era odiar a Superman. Si Superman fuera comida, pensaba entonces, sería una hamburguesa de McDonalds: el símbolo por excelencia del imperialismo estadounidense.
El odio era particularmente intenso durante la segunda mitad de los ochenta, cuando contrastaba con la reinterpretación oscura del mito del superhéroe enarbolada por Alan Moore (Miracleman, Watchmen) y Frank Miller (Batman: año uno, Ronin). De hecho, uno de los puntos más gozosos del nerdismo comiquero de la época era ver cómo Batman se madreaba a Superman en The Dark Knight returns, la obra emblemática de Miller. ¡Ese Batman de 1987 era lo más punk del mundo! La manera en que Gunn le da vuelta a esa percepción me parece sensacional. En la visión de Gunn, la subversión radica en ser bueno y generoso. El boy scout es ahora el punk. En ese sentido, esta Superman es una heredera digna de las cintas de Richard Donner, donde la nobleza interna del héroe nunca se ponía en duda.
GE: Hasta el momento, las únicas adaptaciones cinematográficas exitosas eran esas dos primeras películas protagonizadas por Christopher Reeve, estrenadas en 1978 y 1980, respectivamente. No solo la presencia del actor contrastaba con las encarnaciones anteriores, bonachonas y olvidables, sino que fueron las primeras películas de superhéroes de alto vuelo. La primera estaba coescrita por Mario Puzo y tenía un elenco que incluía a Gene Hackman y Marlon Brando. La tercera, con Richard Pryor, fue una desgracia. De la cuarta mejor ni hablar, con ese villano que además de ser una encarnación del temor a la bomba nuclear emulaba a otro villano mega rubio ochentero: Ivan Drago. A finales de los ochenta, la gente, en efecto, estaba cansada del personaje. Comenzó la “batmanización”. Tuvimos múltiples versiones distintas del caballero oscuro.
En 2006, Bryan Singer intentó rescatar el personaje en Superman returns, donde nuestro héroe regresa a la Tierra tras una ausencia de cinco años para descubrir que Lois Lane vive con otro hombre y que Luthor (Kevin Spacey) aún está obsesionado con destruirlo. No fue un fracaso rotundo, pero tampoco entusiasmó a nadie, por lo que Warner Brothers comenzó a pensar en un reboot casi de inmediato.Y es en ese punto, en 2012, cuando NetherRealm Studios lanza Injustice: Gods amongs, un videojuego ubicado en un universo alterno al canon oficial de DC donde Superman se vuelve un dictador oscuro debido a la muerte trágica de Lois Lane, cuando inicia con más fuerza la tendencia del Superman siniestro. El juego de combate, con personajes de DC pasados por el prisma ultraviolento y cruel de Mortal Kombat, es un éxito inmediato. Tom Taylor escribe una precuela que ahonda en ese universo y el cómic termina en la lista de bestsellers del New York Times.
El fenómeno de Injustice impulsó la llegada de otros doppelgängers inspirados por este Superman oscuro: del Homelander de The Boys hasta el Omni-Man de Invincible. El superhéroe estadounidense con capa reimaginado como patriota tiránico y autócrata dominó las pantallas. El Superman de Man of Steel (2013), de Zack Snyder, es el producto más notorio de esta etapa. La película, protagonizada por un Henry Cavill que rara vez sonríe, es la piedra angular sobre la que Snyder busca reconfigurar las películas de DC como un universo de semidioses oscuros, similar al tono marcado por Injustice.

MGL: Los superhéroes se vuelven parte de las guerras culturales de Estados Unidos. Al exaltar una fantasía de poder e hipermasculinidad (héroes de bíceps enormes, estoicos, dominantes, moralmente ambiguos), mezclada con una estética visual ruda y dramática donde predominan la cámara lenta y los colores oscuros, las cintas de Snyder conectan con la llamada “bro culture”, esta subcultura masculina desesperada de que se la tome en serio en búsqueda de la camaradería y la afirmación constante. Los “bros”, resentidos sin sentido del humor, admiran la angustia e intensidad de Snyder, al tiempo que desdeñan las historias más ligeras de Marvel. No es casual que 300, la obra manifiesto de Snyder, sea una de las cintas favoritas de Joe Rogan.
GE: El Superman de Snyder siempre está “farmeando aura”, más pendiente de la pose que de la acción heroica. Su experiencia está marcada por el dolor, la violencia y la angustia social del “qué dirán”. La mayor lección de su padre humano (Kevin Costner) es que debe ocultar su identidad a toda costa, incluso en detrimento de vidas inocentes. El pobre papá Kent está dispuesto a ser despedazado por un tornado para ser congruente con esta enseñanza. El Superman de Snyder pasa por todo: mata a su rival en Man of Steel, muere en Batman Vs. Superman y resucita en Justice League, no sin antes ser humillado por Luthor y golpeado por Batman. En el plan de Snyder, esto iba a redundar en que, a la manera de Injustice, se tornara en un emperador oscuro en futuras entregas, como lo anticipan los flashforwards. Durante toda esta odisea, su traje va perdiendo color, al grado de llegar a ser prácticamente negro. El corte del director de la vilipendiada Justice League prácticamente carece de color. El remate del chiste involuntario: ¡existe una versión enteramente en blanco y negro!
MGL: Ahora el péndulo oscila en sentido contrario. El Superman de James Gunn es la antípoda del imaginado por Snyder: bondadoso, y, sobre todo, vulnerable. No solo es humano, sino que está orgulloso de serlo. Hacia el final de Kill Bill 2 (2004), de Quentin Tarantino, Bill (David Carradine) sostiene que Superman no se convierte en Superman, él nace siendo Superman. Cuando despierta por la mañana es Superman. Su alter ego es Clark Kent. El traje con la gran S roja es la manta en la que lo envolvieron de bebé cuando lo encontraron los Kent. Esa es su ropa. La personalidad de Kent (anteojos, traje, comportamiento torpe) es el disfraz que Superman usa para mezclarse con nosotros. Clark Kent es la manera en que nos ve Superman. Y lo que ve es debilidad, cobardía. Clark, en opinión de Bill, es la crítica de Superman a toda la raza humana.
Pese a ser un romántico empedernido, Bill es un villano narcisista que no soporta sentirse menospreciado, por lo que no duda en joderle la vida al personaje de Uma Thurman el día de su boda. No extraña que Luthor, otra clase de villano narcisista, exprese una visión similar. Su odio radica en sentirse menos frente al semidios. Para Gunn, sin embargo, la grandeza de Superman radica en simbolizar lo mejor del ser humano. Este Superman es sentimental, muestra emociones, dudas. Su valor no deriva de su origen extraterrestre, sino de su humanidad. La dimensión religiosa es palmaria. Solo siendo verdaderamente humano, Superman puede salvar a la humanidad. Superman elige ese camino. De ahí la emotividad del final. Cuando lo vemos rodeado de imágenes de sus padres adoptivos al ritmo de “Punkrocker”, sabemos que es uno de nosotros. Mejor aún: él también lo sabe.

GE: Es un inesperado regreso a la nobleza. Llama la atención que Gunn sea hoy quien rehaga el mito de Superman. Si repasamos su trayectoria, todo parecía indicar que Gunn estaba destinado a crear al Superman más irreverente de la historia: hablamos de un creador que comenzó bajo el sello marginal de Troma Entertainment como guionista de ese festival de sexo, humor y body horror llamado Tromeo and Juliet (1996). De ahí saltó al mainstream, pero siempre narrando historias de antihéroes (Super, Guardians of the Galaxy), villanos y personajes ambiguos (The Suicide squad, Peacemaker). Esa visión, forjada en el desparpajo y el retrato de personajes marginados, es la que conduce actualmente el destino del universo cinematográfico de DC. Curiosamente, Superman se estrena casi en sincronía con Los cuatro fantásticos, la apuesta más reciente de Marvel. Situada en una realidad paralela, Los cuatro fantásticos también enfatiza valores tradicionales como la familia y la solidaridad en un adorable Nueva York utópico y retrofuturista, con todo y tierno robot que canta canciones de cuna. ¿Es casual que ambas cintas compartan un tono optimista? ¿Hasta qué punto la realidad actual, marcada por la autocracia y la polarización, ha influido en que resurjan encarnaciones de superhéroes más ingenuos, precisamente porque hoy resultan, de forma paradójica, contestatarios?

MGL: La cultura pop captura el aquí y el ahora, por lo que redimensionar a Superman como símbolo de la nobleza estadounidense tiene sentido. Su figura contrasta de manera poderosa con el auge de tendencias autoritarias que emergen a nivel global. Ser compasivo puede percibirse como un acto contracultural frente a la dureza predominante. Este mensaje también resuena en otros productos culturales que se nutren directamente del contexto cotidiano. Basta mirar “Sermon on the ‘Mount”, el capítulo de estreno de la temporada 27 de South Park. Más allá de los ataques a MAGA, el episodio muestra cómo Cartman, el eterno protagonista políticamente incorrecto, experimenta una depresión existencial al ver que la nación estadounidense entera se ha vuelto más abusiva y desalmada que él. Tal vez ahora lo disruptivo sea, justamente, intentar ser una buena persona.
La percepción cultural se ha reconfigurado: la esperanza puede funcionar como gesto contestatario. El espacio para que superhéroes con ideales sencillos y optimistas vuelvan a ejercer un poder cultural revitalizado es amplio, no a pesar del odio dominante, sino precisamente como respuesta activa frente a él. Superman captura este momento con contundencia e imaginación. Además de transpirar encanto e ideas geniales, como los universos de bolsillo y los simios escribas de bots en redes sociales, la película saca provecho de un casting afortunado. David Corenswet está a la altura del reto en el papel principal, Nicholas Hoult es el Luthor más carismático que hayamos visto hasta ahora y Michael Holt casi se roba la película como Mr. Terrific. ¡Hasta el perro está fantástico! Los cuatro fantásticos, por otro lado, se queda a medio camino en todo. El diseño retrofuturista es sorprendente, pero el desarrollo narrativo y la construcción de personajes distan de ser tan jugados. Peor: la química entre los actores es inexistente. En el fondo, más allá del hype inicial, es otra tonta película de Marvel. A diferencia de Superman, cuyos resultados en taquilla garantizan la viabilidad del nuevo universo DC, Marvel parece estar en aprietos. Las películas de Gunn son irreverentes, pero no frívolas. A diferencia de las de Marvel, e incluso las de Snyder, donde todos resucitan tarde o temprano, la muerte tiene peso. Es un mundo con consecuencias. Luthor mata a sangre fría a un civil en Superman. Groot muere en Guardianes de la galaxia. Yondu también. No regresan.

GE: Hay más consecuencias en este universo supuestamente infantil que en la seriedad forzada y descolorida previa de Snyder. Este Superman ofrece un escape hacia la luz. No es una simple evasión de la realidad. Gunn propone un héroe que, sin caer en discursos moralistas, introduce la inclusión de forma sentida y natural. Este es un Superman identificado inequívocamente como inmigrante. Un gesto valiente en la era Trump. Un defensor que arriesga su existencia por cualquier ser vivo, sea humano, perro o ardilla. La cinta no está exenta de detractores: figuras conservadoras como Ben Shapiro y Dean Cain (¡un ex Clark Kent de la televisión!) calificaron como un error la explicitud de su identidad migrante. Otros interpretaron que los países ficticios de Boravia y Jarhanpur evocaban de forma alegórica la ocupación israelí en Gaza, lo que llevó a algunos a tachar la película de antisemita.
MGL: Una acusación risible. Superman fue creado por dos adolescentes judíos, Jerry Siegel y Joe Shuster. Su historia es la de un alienígena proveniente de un mundo destruido que forja una nueva vida en Estados Unidos, lo que remite a la narrativa judía de desplazamiento y asimilación. En Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay(Random House, 2000), Michael Chabon reflexiona en clave de novela sobre cómo el género de superhéroes fue moldeado en buena medida por creadores judíos que interiorizaban los poderes fantásticos e identidades secretas de sus personajes como símbolos del anhelo de aceptación, sin desligarse de la memoria del sufrimiento y el dolor del exilio. Dos imperativos éticos de la tradición judía son amar al prójimo y buscar la justicia, tal y como lo hace el Superman de Gunn. La deshonestidad intelectual de estos personajes de ultraderecha es delirante.
GE: Absolutamente. Y es consecuencia de esa ventana de Overton, casi completamente abierta hacia el populismo de derecha en Estados Unidos. Lo que antes era impensable ahora es popular, y en algunos casos hasta política pública. Se han normalizado muchos antivalores de los que este Luthor de Nicholas Hoult, con todo y simios bots, estaría orgulloso. No están tildando de “woke” a Black Panther, Miss Marvel o los X-Men, sino a Superman, ¡el héroe más blanco, heterosexual y privilegiado de todos los tiempos! Es casi surreal que Superman sea considerado un agente de cambio cultural, el fantasma de “lo woke”.
MGL: Precisamente por eso lo necesitamos. ¡También requerimos más del Cartman progre que lamenta la muerte del “woke”!
GE: Ojalá. Ya no aguanto otro Superman amargado con ojos rojos. ~