Hace años tuve la suerte de colaborar en la producción del documental Presunto culpable. Una serie de casualidades y la suma de esfuerzos de muchísimas personas condujeron a que esa cinta rompiera los récords de audiencia para el género de documental en México. La historia del encarcelamiento injusto de Antonio Zúñiga fue vista en cines de todo el país, eventualmente, en televisión y, por accidente, hasta en DVDs pirateados. En total, llegó a 30% de los hogares en México. Millones de personas la vieron, entre ellos, políticos y legisladores, algunos de los cuales decidieron hacer cambios profundos en cientos de nuestras leyes. Entre los más importantes se cuenta que se instalaron videocámaras en los tribunales, con lo cual las videograbaciones ininterrumpidas suplantaron los grandes expedientes de miles de páginas.
Al principio de esa historia, a lo largo de ella y al final, conté con el apoyo de la asociación civil Ambulante. Gracias a Ambulante conocí a Yibrán Asuad y a Luciana Kaplan, quienes pusieron el proyecto en manos del editor Felipe Gómez. Gracias a Ambulante conocí a Martha Sosa y a Yissel Ibarra, quienes decidieron adoptar la cinta y ayudaron a diseñar y ejecutar una estrategia para terminarla y difundirla. Gracias a Ambulante conocí a Diego Luna, quien nos acompañó a varias proyecciones de la cinta y arropó personalmente el proyecto, poniendo incluso su nombre en el tráiler que Cinépolis difundió para promover la cinta. Sin Ambulante, Presunto culpable no habría contado con las conexiones que hicieron crecer al proyecto.
En fechas recientes se ha acusado públicamente a Diego Luna y a Gael García, dos de los fundadores de Ambulante AC. Al parecer, se les señala por recibir dinero público para difundir documentales y enseñar a otros a producir documentales. Pero luego de leer las notas publicadas, me quedé sin entender. Si eso es una acusación, parece más bien alabanza. Porque lograr obtener y aplicar dinero público para esos fines se merece nada menos que una ovación de pie. Y para explicarme necesito recordar un poco de contexto obvio.
Vivimos en una epidemia de déficit de atención. Saltamos de un tema a otro. No escasean las noticias de escándalos de corrupción, catástrofes o tragedias, y estas abrevian nuestra concentración a tal punto que no sabemos qué hacer después de horrorizarnos. No tenemos capacidad de enfoque para resolver los temas que nos preocupan y duelen. No tenemos paciencia para escucharnos. Luego, cada tres o seis años, tras recibir cotidianamente una avalancha de noticias de tragedias, elegimos gobernantes sobre la base de lo que algunos políticos nos proponen hacer en torno a problemas cuya definición ellos mismos engendran, en campañas electorales caras, con información incompleta e incluso a veces falsa, en formatos que no conducen al entendimiento profundo de ningún problema.
Los documentales son esenciales para la democracia porque ofrecen la posibilidad de conmover, educar y sostener nuestra atención de forma comunitaria. Son el mejor antídoto que conozco para nuestro déficit de atención e hiperactividad. Si recibir dinero público por difundir documentales es un crimen, entonces es un crimen que hay que cometer varias más veces y por montos mucho muy superiores a los 160 millones que ha recibido Ambulante a lo largo de años. ¿Cuánto dinero público debe destinarse para hacer y difundir documentales? Mi respuesta es: todo lo que sea necesario. Porque cada documental requiere años para investigarse, filmarse y distribuirse y porque el potencial para mejorar nuestra condición es enorme. Más de 200 millones de pesos es lo que los candidatos presidenciales se gastaron nada más en publicidad en internet en la elección de 2018. Y por cada peso de dinero declarado al INE, hay 15 pesos de dinero ilegal.
Ambulante recibe relativamente pocos recursos para el tamaño de su misión. Reunir 160 millones de pesos para difundir documentales es una hazaña, y sin embargo es una cifra que ni cercanamente alcanza para crear la contemplación necesaria para pensar cómo resolver los problemas de México. Tenemos que invertir mucho más en investigación, guion, cinematografía, producción y difusión de nuestros documentales, porque cada uno tiene el potencial de incitar una reflexión tan fructífera como la que en su momento engendró Presunto culpable.